Polémica entre 'rojipardos' y 'pedabobos'
Estos días asisto perplejo a la polémica entre el ‘rojipardismo’ educativo (una especie de fascismo de izquierdas) y el pedagogismo o ‘pedabobismo’, por usar la terminología descalificatoria de unos y otros. Bien es cierto que se trata de una polémica surgida en las redes sociales –y, por tanto, sujeta a todas las cautelas– y alimentada por partidarios y detractores de una y otra corriente. En definitiva, la debilidad de esta dicotomía viene de su propia esencia: situar a unos y otros en los extremos; a los ‘rojipardos’ o ‘profesautorios’ en la derecha reaccionaria por defender la enseñanza tradicional (aunque algunos de ellos se definan ideológicamente como de izquierdas) y a los ‘pedabobos’ a la izquierda progre por negarla. En definitiva, y para aclarar el embrollo, los partidarios de la enseñanza tradicional y de los valores del conocimiento y del esfuerzo no admiten, como es lógico, que se les adscriba en la derecha educativa (caso de que esta exista), como tampoco los ‘pedagogistas’ están cómodos en la corriente de la Lomloe (y el logsismo recalcitrante) a la que se atribuye la culpa de pretender abolir el conocimiento y el esfuerzo (quizá sin pretenderlo) en pro de la enseñanza lúdica, emocional, tenue y facilona.
La citada polémica ha sido alimentada por algunos medios de comunicación al publicar, primero, una entrevista con Pascual Gil (uno de los defensores de la escuela tradicional) y un artículo, posterior, del colectivo DIME (Jordi Adell, Toni Solano, Manuel Fernández Navas, Pablo Beltrán Pellicer,…), titulado, precisamente, El discurso rojipardo en Educación. En este artículo, el colectivo de docentes critica que los propulsores de la enseñanza tradicional, humanista y basada en el conocimiento –Gil y sus ‘secuaces’, Andreu Navarra, Alberto Royo, Xavier Massò, Meritxell Blay, Juan Quílez, etc.), «defienden la ‘cultura del esfuerzo’, meritocrática y neoliberal hasta la médula. Su discurso excluye conceptos como capital cultural y social, expectativas de éxito o fracaso e igualdad de oportunidades».
En todo caso, el debate debería centrarse en aspectos puramente pedagógicos y metodológicos, desde mi modesto punto de vista de observador, ya que descalificar (y descalificarse) a unos y otros por defender una u otra corriente no hace sino un flaco favor a la educación
En todo caso, el debate debería centrarse en aspectos puramente pedagógicos y metodológicos, desde mi modesto punto de vista de observador, ya que descalificar (y descalificarse) a unos y otros por defender una u otra corriente no hace sino un flaco favor a la educación, que debe ser neutra y no sujeta a las leyes de la contienda política y mucho menos al ataque personal. Unos y otros pueden y deben defender sin tapujos las ideas que subyacen en su tarea de enseñar, pero no por ello deben ser descalificados como ‘rojipardos’ o ‘pedabobos’ pues con ello no hacemos sino enfangar la labor docente y perjudicar, en último término, a quienes deben dar ejemplo de mesura, de sabiduría, de respeto a la ciencia.
No toda idea acerca de la educación me parece igualmente válida y aprovecho para decir que detesto el constructivismo y sus consecuencias, que parece ser la teoría que defienden los defensores del pedagogismo, pero no por ello voy a despreciar el debate (ni aceptar apriorismos), al contrario, son ya muchos años de imposición de esta ideología en la educación española. Por ello, prefiero situarme más bien entre quienes defienden el papel preponderante del profesor, como el filósofo Mario Bunge: «El constructivismo pedagógico no solo es falso. También es perjudicial a causa de que niega la verdad objetiva, elimina la crítica y el debate y hace prescindibles a los docentes» (A la caza de la realidad).
Suscribo la práctica totalidad de su planteamiento. El debate razonado y razonable es la mejor aportación que podemos ofrecer a la educación. E interpreto como licencia irónica del periodismo, lo de «Gil y sus ‘secuaces’». No hay subordinación ni dependencia, sino unidad de criterio. Sigamos por la senda de la cordura. Gracias por su artículo.
Gracias Eva, efectivamente la alusión a los ‘secuaces’ era irónica, aunque la ironía no siempre es entendida como tal en los textos escritos.