Educación emocional: una asignatura para toda la vida
Desde siempre, he sido un gran aficionado al deporte de todo tipo, pero especialmente al baloncesto. Quizá por eso me ha impactado tanto seguir la trayectoria de Ricky Rubio, uno de los grandes talentos que ha dado nuestro baloncesto y que en estos días está mostrando sus mejores números (en términos de baloncesto, lo está haciendo mejor que nunca) a sus 35 años, cuando muchos podrían pensar que está en el final de su carrera, ¿qué ha pasado? Ricky ha librado una batalla silenciosa y constante por su salud mental durante toda su carrera (debutó con 14 años como profesional) y es ahora, cuando está de vuelta de todo, que ha decidido volver a su club de toda la vida, a su casa, al lugar donde fue niño por última vez. Su ejemplo nos recuerda que, incluso en la élite deportiva, donde el talento y la ilusión pueden llegar a sucumbir ante la presión, el estrés o la exigencia, las emociones juegan un papel decisivo. Y si esto ocurre en un jugador profesional, ¿cómo no va a ser igual de importante en la vida de nuestros estudiantes desde edades tempranas?
Hoy vengo a este espacio que me dejan mis amigos de periódico MAGISTERIO para hablar de un tema que se ha hecho muy popular en los últimos años y que creo sigue aún sin tener una forma del todo definida para todos. El término “educación emocional” queda muy bien en programaciones, conferencias, mesas redondas y demás espacios donde, quienes nos dedicamos a la educación, pretendemos mostrar un interés genuino en el desarrollo integral de nuestros estudiantes. Pero ¿realmente sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de inteligencia emocional? Este término fue acuñado por Daniel Goleman, quien escribió una obra con ese mismo nombre y nos recordaba que las emociones son el motor del comportamiento humano y la inteligencia emocional es la capacidad de saber gestionar las emociones propias y entender las de los demás. No basta con saber matemáticas o historia; necesitamos que nuestros jóvenes aprendan a reconocer lo que sienten, a gestionarlo y a relacionarse de forma sana con los demás.
La inteligencia emocional, según Goleman, se compone de varias habilidades que deberían enseñarse y practicarse en todas las etapas educativas. A continuación, voy a listar algunas de las habilidades personales que pueden ayudar a controlar y gestionar las emociones, es decir, a tener inteligencia emocional. Ser más conscientes de estas habilidades me ha ayudado a lo largo de mi carrera docente y espero pueda servir de ayuda a alguien que lea estas líneas.
- Autoconciencia es la capacidad de ser conscientes de lo que estamos sintiendo, las emociones nos dan la información necesaria sobre cómo nuestro cuerpo reacciona a lo que nos rodea.
- Auto regulación consiste en el proceso de aprender a manejar la frustración, la ira o la tristeza sin que nos dominen. Tomar conciencia de nuestras emociones no es suficiente para poder gestionarlas.
- Empatía es mucho más que “ponerse en el lugar del otro”, la empatía es la capacidad de comprender las actuaciones de los demás a través de la aceptación de sus emociones.
Estas habilidades o competencias no se reducen únicamente al entorno de educación infantil o primaria, todos y a cualquier edad deberíamos trabajar en estas y muchas más habilidades que nos puedan ayudar a desarrollar una inteligencia emocional óptima.
Se podría decir que a lo largo de toda la vida académica de un estudiante surgirán diferentes retos que se pueden enfrentar y superar desde la inteligencia emocional y la gestión de las emociones. Somos los docentes los responsables de ayudar en ese camino que supone el desarrollo personal y social de nuestros estudiantes. Independientemente del nivel educativo del que estemos hablando, siempre habrá un alumno con una necesidad que nosotros, los responsables de su educación, debamos cubrir. Lógicamente las necesidades de unos y otros alumnos no serán las mismas:
En las etapas de Educación Infantil y Primaria los alumnos aún se encuentran tratando de comprender sus emociones, entender qué es lo que les ocurre, por qué se sienten de determinada manera en cada momento y qué comportamientos se deben repetir y cuáles no. En esta etapa es muy importante ayudarles a poner nombre a las emociones, algo que supone un complejo proceso madurativo y para el que la ayuda es imprescindible; alumnos más mayores, en la etapa de Secundaria, afrontan muchísimos y muy variados retos a nivel emocional, considero esta la etapa más delicada para el desarrollo personal de cualquier persona y, sin embargo, un momento en el que la tendencia es a dar de lado el desarrollo y trabajo de las emociones en favor del académico (grave error). En esta edad, los alumnos son siempre parte de un grupo social que tiene un peso trascendental en su vida personal, por eso, la gestión de las emociones propias y la correcta adquisición de habilidades para gestionar situaciones grupales supone cimentar con garantías la personalidad de estas personas como adultos.
Mención aparte merecen los estudiantes de Bachillerato u otras modalidades formativas que se encuentran en los últimos años de la adolescencia y los primeros años de la edad adulta. En este momento de sus vidas, cada persona se enfrenta a un proceso de toma de decisiones que pueden resultar trascendentales para su vida, una situación que genera estrés, incertidumbre y la frustración propia de quien debe tomar unas decisiones para las que no está preparado o para las que no dispone de la información necesaria. Nos han enseñado que si hacemos bien las cosas y seguimos el camino correcto (estudiamos, sacamos buenas notas y obtenemos nuestras titulaciones), todo nos irá bien. Sin embargo, estos estudiantes se ven en una encrucijada al no saber qué hacer con su futuro porque, a pesar de haber cumplido con lo que se esperaba de ellos, ahora se enfrentan al riesgo de equivocarse, tomar una mala decisión y arruinar su futuro.
En mi día a día trato con estudiantes en esta edad y la tónica es similar: dudas, indecisión, impotencia y falta de recursos para gestionar una situación en las que se sienten víctimas de un sistema que les obliga a decidir su futuro en unas pocas semanas sin saber si están preparados, o siquiera si quieren tomar esa decisión en este momento de sus vidas. Una de esas pequeñas recompensas que me llevo cada día, es cuando le ofrezco una alternativa emocionante a estos estudiantes y veo sus caras al darse cuenta que se puede seguir avanzando sin necesidad de cerrarse puertas por el camino. Se trata de una parte de mi trabajo que no quiero dejar de llevar a cabo jamás. Por muy gratificante que sea el trabajo con los más pequeños, ver a esos estudiantes preuniversitarios encontrar su camino te aporta algo diferente como educador.
La educación emocional no es un lujo, ni una moda pasajera. Es una necesidad. El I Estudio Nacional sobre la Educación Emocional en los Colegios en España (2021) llevado a cabo por el Instituto de Inteligencia Emocional y Neurociencia Aplicada tras el confinamiento reveló que solo el 5% de los centros incluyen la educación emocional en su proyecto educativo. Este dato es alarmante si tenemos en cuenta todo lo mencionado anteriormente, tras lo que podemos concluir que las emociones influyen directamente en la capacidad de aprender, en la convivencia escolar y en la salud mental de los alumnos.
No se trata únicamente de mejorar la convivencia en los centros o el bienestar de los alumnos, se trata de formar a las generaciones futuras, a las sociedades del mañana. La gestión emocional puede ayudar a solucionar graves problemas estructurales con los que hoy en día tenemos que convivir. No es cuestión de desarrollar un speech sobre lo que no funciona en nuestra cultura o en nuestra sociedad (tampoco hay espacio suficiente para decir todo lo que quisiera), pero creo que todos los que leáis este artículo podéis pensar en muchos aspectos que hoy en día son claramente mejorables en nuestro día a día. Ahora, imaginad si todos esos problemas que nos rodean a todos no se gestionarían mejor a través de la auto conciencia, la auto regulación o, especialmente, la empatía.
Cuando pienso en Ricky Rubio, en los datos del estudio nacional y en las palabras de Daniel Goleman, me convenzo aún más de que la educación emocional es una asignatura pendiente que debemos asumir con urgencia. No se trata de formar alumnos que solo acumulen conocimientos, sino de formar personas capaces de vivir con equilibrio, empatía y resiliencia.
Al final, igual que ocurre en el deporte, lo que marca la diferencia no es solo la técnica, sino la capacidad de levantarse tras una caída, de confiar en el equipo y de mantener la calma en los momentos decisivos. Esa es la verdadera victoria que podemos ofrecer a nuestros estudiantes: la de sentirse capaces, emocionalmente fuertes y preparados para la vida.
Joaquín Barriga es educador, formador y asesor técnico docente.
