La degradación de la educación
La educación, como ocurre con otros campos constituyentes de ese complejo entramado de personas y pueblos que conviven y al que llamamos “sociedad”, se ha dejado contagiar progresivamente de artificios y otros engaños que actúan como bomba de humo con el fin de ocultar otras carencias. Empecemos por el concepto de “educación”, definible como un proceso para facilitar el aprendizaje, además de la adquisición de conocimientos, habilidades, valores y hábitos. Para tal fin, existen los sistemas educativos, que no son más que una estructuración del concepto anterior organizado de tal forma que este pueda propiciar aprendizajes a un conjunto de personas, bien sea ese conglomerado una nación o una sociedad.
Podríamos ahora profundizar en los contenidos e intenciones de las diferentes leyes educativas, sin embargo y subjetivamente, daré una respuesta a la pregunta “¿qué es una formación académica adecuada?”. Personalmente, y hasta hace poco se ha entendido de una manera similar, una formación académica adecuada es aquella que dota al alumnado de una serie de saberes que le permitirán una base lo suficientemente sólida para, o bien cursar estudios superiores, o para poder actuar de forma mínimamente hábil en la vida. A mayores, esa formación debe reforzarse con la inculcación de valores y principios que fortalezcan la moral, la ética o la regulación de la conducta humana. No alcanza con saber, sino en entender cómo aplicar los conocimientos con una perspectiva que se oriente hacia la buena convivencia y en el respeto hacia los demás, la naturaleza y la democracia de los pueblos.
Con el paso de los años, se ha pasado de unos sistemas educativos centrados en la memorización y en la repetición, que si bien son métodos cuestionados, favorecen el aprendizaje a largo plazo, aunque este no se produzca de forma significativa en algunos casos, a unos sistemas más orientados a la perspectiva lúdica y con base en metodologías constructivistas. Sin embargo, lo realmente relevante no es el método, sino quién lo utiliza, cómo lo hace y por qué. Y eso atañe no únicamente a los maestros, puesto que es la responsabilidad de toda la comunidad educativa de un país.
Y si la comunidad educativa de una nación no funciona con la coordinación suficiente y comienza a dar bandazos al son de la comba política y bajo la melodía del pastiche, deriva en una degradación progresiva de la sociedad. La educación es la base de la evolución y del progreso, si no funciona correctamente, la sociedad terminará por colapsar. Por lo tanto y entre muchas otros elementos, no es de recibo que ocupemos el puesto veintisiete en el último Informe PISA, como tampoco lo son todos los factores que han desembocado en tal vergüenza.
¿Por qué? Como señalaba, no se trata de un solo agente. Desgranaré de forma breve los actores y sus funciones dentro de esta suerte de sainete, así como la función que desempeña cada uno de ellos.
Si la economía de un país comienza a resentirse, la inversión decae. Y ya se sabe, cuando la perspectiva económica es oscura, de donde primero se empieza a recortar de forma sibilina es en sanidad y en la educación. La mayoría de los centros educativos cuentan con mobiliario de hace más de veinte años, cuando no superan los treinta o más. Los materiales destinados a las ciencias son casi inexistentes comparados a los disponibles, por ejemplo, durante la LOGSE. El personal educativo se recorta y el alumnado se reagrupa creando aulas con exceso de inquilinos.
Si este recorte de recursos se produjera en contextos con un nivel socioeconómico alto, sin duda no tendrían tanta relevancia; pero resulta que también existen, y no pocos, entornos con una capacidad socioeconómica baja, los cuales son y serán más vulnerables ante esa falta de inversión, repercutiendo la situación en un incremento peligroso de la brecha de una futura igualdad, convirtiéndola en una entelequia. La desigualdad en un sistema educativo, únicamente se consigue paliar con dinero destinado a recursos y no en maquillaje didáctico. Máquinas de coser, tablets, programas educativos “innovadores” cacareados por las administraciones… cuya repercusión es nimia, ocupan los presupuestos. Mi casa se hunde, pero tengo una televisión de última generación.
La educación afecta al devenir de la sociedad y la sociedad al devenir de la educación: la pescadilla que se muerde la cola. Si el nivel educativo se resiente, los principios morales e intelectuales que rigen la calle, se degradan. Esa degradación con la que contamos ha derivado en una sociedad burbuja donde los retoños son intocables y en la cual el centro de atención se ha de poner en el maestro y no en el deber de alumnos y progenitores. En el Renacimiento, el hombre se convierte en el centro del universo a través del movimiento humanista, que se caracteriza por el antropocentrismo. En este momento histórico vivimos una suerte de “renacimiento digital” mal entendido.
La proliferación de las redes sociales, la necesidad continua de validación externa y la adicción al aparentar, han creado un nuevo ser humano que transita por canales sociales basados en un ego con pies de barro, puesto que sus cimientos son débiles y fruto de lo anterior. Se ha dejado de ser para, quizá, aparentar; ahora se aparenta para, tal vez, poder ser. Nunca antes habíamos tenido al alcance de un movimiento de dedo tres mil años de evolución. Curiosamente y al mismo tiempo, tampoco habíamos sido tan ignorantes.
Teniendo en cuenta lo presente, que los hijos sepan más o menos matemáticas ya no es relevante. Lo importante es que se diviertan en la escuela, porque si entre todos convertimos a los centros educativos en parques de bolas, las obligaciones y exigencias desaparecerán y las responsabilidades de los adultos serían mínimas. A cambio, prepárense para el Informe PISA del año 2030. En ciencias, Manolito no tendrá ni idea, pero fíjese usted qué bien juega con las aplicaciones de la tablet. Fíjese bien, “fíjate, bro”. Así, cualquier indicación del maestro será despreciada y cuestionada, convirtiéndolo en único culpable y responsable. Dónde habrá quedado aquello tan cierto que rezaba “se educa en casa y se enseña en la escuela”.
Como señalaba en líneas anteriores, las metodologías han evolucionado y eso proporciona más recursos que nunca al proceso enseñanza aprendizaje. Pero es aquí donde el “Renacimiento digital” al que me refería en al apartado anterior, florece de nuevo. Se confunde todo. Centros llenos de docentes que pasan sus horas de trabajo pensando más en sorprender que en enseñar. Más en sacar fotos que en explicar. Más en criticar lo anterior que en justificar con hechos lo actual. Más ocupados de sus filias y fobias ideológicas que en enseñar contenidos de forma objetiva y rigurosa. Más preocupados en ser los más modernos animadores socioculturales del parque de bolas que en pasar horas explicando qué es una multiplicación y cómo se se aplica. Más angustiados por plastificar que por ser un ejemplo. Más intranquilos por cumplir con la moda establecida por las doctrinas morales con pies de barro, que por cumplir con el fin último de su deber (enseñar).
Sin hablar de lo peligroso del término que ampara todo ello, la palabra “innovación”. Todo el mundo quiere innovar, no porque esa innovación vaya a repercutir o no sobre el alumnado, eso es lo de menos. Queremos innovar para obtener el aplauso del compañero, el elogio de los padres, el icono del corazón en el grupo de “whatsapp” y la magnitud en las redes sociales. Innovar es otra cosa. Innovar es conseguir resultados mejores en menos tiempo sirviéndose de un medio nuevo o mejorando el aporte de uno previo.
Ver un vídeo de “youtube” para explicar la división no es innovar. Llevar a cabo diez sesiones lectivas cargadas de colorines y velcro para explicar la Revolución Francesa, si es que alguien la sigue enseñando, tampoco es innovar. Lograrlo en cinco, de forma ágil y haciendo que el alumnado lo entienda para siempre, sí. Quizá, innovar en estos tiempos sea volver un poco atrás y mejorar el proceso haciendo un uso inteligente y adecuado de los recursos contemporáneos… y no querer rizar el rizo dividiendo en cuarenta pasos lo que siempre se hizo en cuatro.
En el sistema educativo uno accede a una plaza tras haber superado un concurso oposición. Empero, ¿qué se valora o exige para superarlo? Casualmente, aspectos más cosméticos que útiles para la posterior labor docente. Todo ello comienza en las facultades. No son necesarios saberes de matemáticas, lenguaje, ciencias, filosofía o arte, es más, estos han ido dejando paso al conocimiento masivo y superficial de didácticas poco probadas, surrealistas, idealistas y cuya aplicación práctica es, muchas veces, imposible en una clase del sistema educativo español. Es decir, nos encontramos con docentes que han ocupado cuatro años de sus vidas aprendiendo humo y que han destinado varios más a aprender más humo para conseguir una plaza.
Sin hacer mención al espectáculo de las exposiciones para defender ante el tribunal de turno una programación o unidad didáctica. No se habla de contenidos, se produce un espectáculo de manualidades y palabras bonitas cuya cercanía a la realidad del aula es la misma que de la Tierra a Saturno. Y todo el mundo aplaude. Posteriormente, nos encontramos de forma cada vez más peligrosa y frecuente con docentes que no saben dividir, lo que es un número primo, resolver un problema de geometría o redactar sin faltas ortográficas.
De disponer de conocimientos mínimos y aceptables de Historia, Ciencia, Filosofía o Literatura, ni se contempla. No se asusten, si es que la trampa en este campo también es cíclica, como la pescadilla. Estaría mintiendo si no reconociese que la formación a la que tiene acceso el docente es amplia. Lo es, y mucho. Con todo, es otro engaño más; otro elemento que dinamita el sistema. La formación y toda su parafernalia es impartida por personas que, ojo al dato, en su vida han impartido clase a niños o adolescentes. Nunca, jamás lo han hecho.
Son docentes meramente teóricos que se retroalimentan entre sí jugueteando con teorías didácticas tan bañadas de optimismo y perfume como carentes de la más mínima noción de la realidad. Incluso escriben libros y organizan premios y conferencias, amén de dar clase en las facultades de Ciencias de la Educación. Imagínense el percal. Usted es fontanero y su trabajo consiste en ejercer menesteres como cambiar tuberías o grifos. Eso sí, la formación que recibe la imparte alguien que nunca jamás ha procedido a ejecutar una de las acciones anteriores; es más, le dará lecciones sobre lo maravilloso que sería cambiar dichas tuberías y revestirlas de papel de colores, aunque todos sepamos que no resistirían ni un segundo el paso del agua a diferentes presiones.
Ellos, al igual que sus productos, es decir, los que ni dividir saben, una vez que aprueban una oposición, se defenderán esgrimiendo “es que ahora somos mediadores en el conocimiento, no transmisores”, para posteriormente sacar una foto de los trabajos en goma eva de Mengano y subirlo inmediatamente a internet. Espero que en medicina no ocurra lo mismo.
En definitiva, nos hallamos en el siglo veintiuno y recalco, jamás hemos tenido a nuestra disposición los recursos y los conocimientos de los cuales disponemos ahora para hacer del proceso enseñanza aprendizaje una transición eficaz y completa hacia el objetivo de la formación integral del alumnado. Así y solamente así, podríamos contar con profesionales cualificados en todos los segmentos que componen el conocimiento y sus profesiones derivadas. A pesar de ello y por todos los argumentos esgrimidos en este breve texto, nos hallamos en una sociedad de algodón de azúcar donde nadie quiere una responsabilidad y en la cual todos nos merecemos lo óptimo sin haber dado un palo al agua. Porque sí.
El resultado es una sociedad analfabeta tecnológica e intelectualmente que no siente curiosidad alguna por conocer las bases y luchas libradas en conformar la evolución que le ha precedido. En vez de eso, solamente sienten emoción y curiosidad por lo inmediato, rechazando y menospreciando lo precedente. A estas alturas alguno se podría preguntar: “Pero, ¿por qué?”. Porque el poder, que no conoce límites morales ni éticos, ha aprendido a lo largo de los siglos que no hay mejor rehén que un pueblo sin conocimiento ni ganas de adquirirlo, haciéndoles creer que tienen acceso a la cultura por medio de dispositivos y provocando que sean el epicentro de la llegada de la sobreinformación, siendo esta manipulada según sesgos ideológicos y populismos. De esta forma, se anula el pensamiento crítico y se fabrican en serie futuros votantes cuyo único dogma es el fanatismo inoculado por el poder que se aprovecha de ellos. Para eso ha quedado la educación, para ser una comparsa del totalitarismo mediático.
Basilio Freán Bernedo es maestro de Educación Primaria e Inglés.
