La vía de Gramsci aplicada a la enseñanza

El mes de junio pasado, la consejera de Educación de Cataluña, Esther Niubó, dijo que una de las prioridades de esta legislatura era revertir los resultados  de las pruebas de competencias básicas que se hacen en 6º de Primaria y en 4º de ESO, es decir al final de esas dos etapas, ya que estaban en caída ininterrumpida desde el 2015. Sorprendentemente el Departamento de Educación de la Generalidad de Cataluña ha anunciado, a finales de octubre, que estas pruebas de competencias básicas ya no se volverán a hacer de modo censal, es decir a todos los alumnos de los miles de centros educativos de Cataluña, sino que solo se harán de modo muestral, concretamente a solo los alumnos de 69 centros. Esta ha sido la manera cómo el Departamento de Educación ha acabado con el fracaso del sistema educativo catalán en unas pruebas que cada año lo ponían en evidencia.
Antonio JimenoLunes, 24 de noviembre de 2025
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La consellera de Educación de Cataluña, Esther Niubó.

En Cataluña se suprimirán las pruebas de competencias básicas

Hay que recordar que Cataluña era la única comunidad autónoma en la que se hacían estas evaluaciones de competencias básicas, para saber el nivel académico de todos los alumnos al final de la Primaria y al final de la ESO. En nuestra opinión, solamente diciéndoles a las direcciones de los centros que tuvieran en cuenta los resultados de sus alumnos en estas pruebas externas, en el momento de decidir si estaban o no preparados para pasar a la etapa siguiente o era preferible que repitieran curso, se hubiera conseguido un gran estímulo en el alumnado para estudiar más y aprender más. Ahora, sin estas pruebas de competencias básicas, el alumnado todavía estudiará menos y, además, el Departamento no podrá saberlo. La conclusión es que es imposible hacerlo peor.

En cambio, se mantendrán con carácter censal las pruebas de diagnóstico en 4º de Primaria y en 2º de ESO, es decir dos años antes de finalizar estas dos etapas educativas. Las justifican diciendo que sirven para avisar a los centros de los déficits que tienen sus alumnos, cuando todavía hay tiempo para mejorarlos. En realidad es una trampa al profesorado, ya que se pueden utilizar para recriminarle que si al finalizar la Primaria o la ESO el alumno no ha superado esos déficits, es porque el profesorado no le ha ayudado suficientemente. Esto deja bien claro por qué se han suprimido las pruebas externas de competencias básicas de final de etapa, pero se han mantenido las pruebas de diagnóstico. Es porque éstas últimas pueden utilizarse para presionar al profesorado para que apruebe a todos sus alumnos.

Cuándo y cómo se hundió la enseñanza en España

El año 1990 se aprobó la LOGSE, la ley socialista que estableció el actual modelo educativo. Desde entonces nuestros alumnos han fracasado en todas las pruebas internacionales. Ha habido muchas quejas de profesores respecto a dicho modelo y se han escrito muchos informes y muchos libros denunciando lo que estaba pasando en las aulas. Posteriormente, hubo dos períodos en los que España estuvo gobernada por el PP, el cual hizo dos leyes educativas para intentar corregir los principales errores de la LOGSE, pero lamentablemente ninguna de ellas se pudo aplicar íntegramente. La primera, la LOCE, se aprobó en diciembre del año 2002, pero al poco tiempo de iniciarse su aplicación, en pleno período electoral, se produjeron los atentados del 11 de marzo de 2004 en varios puntos de la red de ferrocarriles de Madrid. Se culpabilizó al PP de haber engañado al pueblo atribuyendo la autoría del atentado a la ETA, cuando en realidad había sido un grupo terrorista islamista. Esto le hizo perder las elecciones al PP y el nuevo presidente del PSOE, José Luís Rodríguez Zapatero, lo primero que hizo fue congelar la aplicación de la LOCE y sustituirla por otra ley socialista, la LOE, aprobada en mayo de 2006. La segunda ley de educación del PP fue la LOMCE, que se aprobó en diciembre de 2013. La medida más importante de dicha ley para acabar con los errores del modelo educativo socialista, fue establecer una evaluación externa con valor académico al final de la ESO, es decir que quien no la aprobara no podría acceder ni a la FP ni al Bachillerato, sino volverse a presentar. Esto significaba sacar a la luz la falta de nivel de muchos alumnos, dejar en evidencia a muchos profesores que no estaban enseñando lo que debían y dar a conocer los nombres de los centros educativos que estaban regalando muchos títulos de ESO.

Contra estas reválidas se organizaron protestas por parte de las asociaciones de estudiantes y de los sindicatos de profesores, todos ellos aterrados por lo que se iba a descubrir. También muchos padres protestaron intentando facilitar la obtención del título de la ESO a sus hijos, con el argumento de que si antes no se les pedía superar una reválida para tener el título de la ESO, no era justo que ahora se lo pidieran a sus hijos. A la protesta también se apuntaron los partidos políticos de izquierda por convicción y los partidos nacionalistas porque con las pruebas externas de la LOMCE perdían autonomía, e incluso Ciudadanos, con los que tenían un pacto de investidura, por motivos electoralistas. Así se pasó de la situación normal en una democracia de que las leyes se han de cumplir, a una situación en la que se consideraba que si las leyes no gustaban a una parte muy activa de los ciudadanos, dichas leyes se habían de retirar. Se aceptó pues que en la educación las leyes las han de decidir los manifestantes, algo impensable para otras leyes como, por ejemplo, las que nos obligan a aceptar que haya que hacer la declaración de la renta, o las que nos obligan a aceptar que haya multas de tráfico. El gobierno de Mariano Rajoy no aguantó la presión contra las pruebas externas de la LOMCE y su nuevo ministro de educación, Íñigo Méndez de Vigo, congeló su aplicación en 2016, en aras de un pacto por la educación que nunca se dio. Fue la primera vez en el mundo en que un gobierno con mayoría absoluta congela la aplicación íntegra de su propia ley de educación.

Las dificultades del profesorado para descubrir las causas

Una de las cosas más sorprendentes de la enseñanza en España es que cuando al profesorado más crítico con lo que está pasando en las aulas, se le pregunta quién es el responsable de la situación, muchos responden que es el neoliberalismo, o el capitalismo, o la derecha, o la ultraderecha o cosas similares. Estos profesores son incapaces de ver que el modelo actual, que es el mismo que se implantó en 1990, es el modelo del PSOE con el apoyo de otros partidos de izquierda y que cuenta con el apoyo de los partidos nacionalistas simplemente porque les deja mucha libertad para hacer lo que quieran en sus respectivas comunidades autónomas. Es decir, estos profesores, tan críticos con lo que pasa en las aulas, son incapaces de ver quién es el responsable, ni de decir lo que habría que hacer para mejorar la situación. Esto se debe a que ya han incorporado, sin darse cuenta, muchos de los planteamientos ideológicos erróneos de los impulsores del modelo que critican.

Para poder descubrir cuáles son las causas de lo que está pasando, hay que alejarse del problema diario. Lo primero es mirar si esta crisis educativa está pasando en todo el mundo o solo en una parte y, por otro lado, hay que retrotraerse en el tiempo para ver si la enseñanza en nuestro país siempre ha estado en crisis o antes funcionaba mejor. Sólo descubriendo cuáles son las causas de nuestra crisis educativa se puede actuar con eficacia. Conviene advertir que todo descubrimiento conlleva una resistencia inicial por parte de los que habiéndolo podido descubrir no lo han hecho. Hay pues que tener paciencia con las protestas de estos profesores, pero sin ceder en aplicar las medidas necesarias para solucionar el problema.

Empecemos por decir que esta crisis en la educación no es mundial, sino que solo se está dando en occidente, no sucede, por ejemplo, en oriente. Por ello los alumnos de, por ejemplo, China, Japón, Corea del Sur y Singapur arrasan, año tras año, en las pruebas PISA, que son pruebas en las que participan alumnos de 15 años, es decir alumnos que han finalizado la enseñanza obligatoria, y también en las olimpiadas científicas internacionales, que son pruebas en las que participan alumnos de bachillerato, es decir alumnos preuniversitarios.

Si nos retrotraemos en el tiempo, encontramos que en España, hasta los años ochenta, la enseñanza iba mucho mejor. Los profesores del bachillerato unificado polivalente (BUP) tenían hasta 40 alumnos por clase pero, pese a ello, no tenían problemas en el aula y estaban tan satisfechos con su trabajo que algunos de ellos no querían jubilarse a los sesenta y cinco años, sino que continuaban hasta los setenta años. Eso es hoy impensable. En cambio, los profesores de formación profesional de aquella época no estaban contentos con el trabajo que tenían que hacer, sino que se quejaban como lo hacen los profesores actuales. Esto se debía a que el sistema les obligaba a tener en clase a los alumnos que querían estudiar una buena formación profesional, junto a los que no querían estudiar sino incorporarse al mundo laboral, pero todavía no tenían la edad para hacerlo. Fue un grave error que se podría haber evitado si se hubiera creado un tercer itinerario específico para ellos. Es decir los profesores de FP de los años setenta y ochenta sufrían el mismo problema que ahora sufren todos los profesores en la ESO.

La satisfacción del profesorado antes mencionada se debía a que entonces la enseñanza se basaba en que en cada curso había que aprender unos contenidos y luego se hacían unos exámenes escritos para saber si el alumno los había aprendido, exámenes que se guardaban como pruebas del profesor, por si había alguna reclamación. Los alumnos que no aprobaban todas las asignaturas pasaban a hacer unos exámenes de recuperación el mes de septiembre y si tras ellos les quedaban más de dos asignaturas suspendidas, debían repetir curso. Los alumnos con grandes dificultades iban a centros de educación especial en los que estaban escolarizados con otros alumnos como ellos, por lo que no se sentían inferiores sino iguales. A partir de los 14 años no todos los alumnos hacían los mismos estudios, sino que podían elegir entre dos itinerarios académicos, aquel que mejor se adaptara a sus capacidades e intereses y así poder obtener buenas calificaciones. Uno era el BUP y el otro era la FP.

El sistema anterior se empezó a degradar en el momento en que se consideró que no era necesario que los alumnos aprobaran todas las asignaturas, o incluso no era necesario que aprobaran ninguna asignatura, para promocionar al curso siguiente. Esto es lo que establecía la LOGSE para los alumnos de 1º de ESO que estaban obligados a pasar automáticamente a 2º de ESO, independientemente del número de asignaturas suspendidas, al igual que los alumnos de 3º de ESO que automáticamente pasaban a 4º de ESO. Debido a ese absurdo “criterio” académico, los alumnos dejaron de esforzarse, porque ya no era necesario para pasar de curso. En ese nuevo marco, muchos profesores empezaron a bajar los niveles de exigencia, a hacer actividades atractivas, aunque se aprendiera poco, con el objetivo de que, al menos, hicieran algo en clase y así aprendieran algo.

Otros profesores se empeñaron en intentar que los alumnos aprendieran lo que estaba establecido, pero, lógicamente lo pasaron muy mal y no lo consiguieron. Después vino la presión de los inspectores sobre el profesorado que se negaba a aprobar a los alumnos que no querían ni estudiar ni hacer los ejercicios. Les revisaban las programaciones, les exigían planes individualizados para los alumnos con diferentes tipos de dificultades, etc., hasta que se cansaron de luchar. Luego se permitió que la junta de evaluación pudiera aprobar a los alumnos todas aquellas asignaturas cuyos profesores se negaban a hacerlo, porque dichos alumnos no habían trabajado ni lo más mínimo en sus clases. Poco después vino la posibilidad de que en lugar de estudiar asignaturas se hicieran proyectos, en cuya elaboración intervinieran varias materias y así todas ellas se evaluaban conjuntamente. Además, se permitió que estos proyectos se pudieran hacer entre varios alumnos, por lo que era muy difícil saber si todos habían trabajado por igual y si todos habían aprendido lo mismo.

Luego vino la imposición de la escuela inclusiva, que establece que dentro de la misma aula haya alumnos con capacidades muy diferentes al resto, con lo que el profesor tiene que atender, a la vez, a varios tipos de alumnos según sus necesidades educativas especiales y, además, al resto del grupo, con lo que en vez de enseñar un tema lo que tiene que hacer, para poder sobrevivir, es repartir trabajo a los diferentes tipos de alumnos y que aprendan por su cuenta. Además, muchos alumnos, cada vez más, están diagnosticados de diferentes trastornos psicológicos o psiquiátricos por lo que precisan una enseñanza individualizada, pese a que en el aula hay 20 o 25 alumnos más. No es pues de extrañar que cada vez sea más difícil encontrar personas que quieran ser profesores de enseñanza secundaria.

Lo importante son los resultados no las intenciones

El resultado del modelo LOGSE, que es el que han continuado todas las leyes posteriores, tanto las del PSOE como las del PP, ha sido generar unos jóvenes con muy pocos conocimientos y, lo que es mucho peor, sin hábitos de estudio, sin capacidad de esfuerzo, incapaces de enfrentarse a las dificultades de la vida de adulto, incapaces de hacer un grado universitario que sea un poco exigente, jóvenes con un alto grado de dependencia de la ayuda de sus padres y de las posibles ayudas del Estado y, debido a ello, con muchas dificultades para conseguir mantener un contrato de trabajo. Esto es un drama para esas personas y también para el país, ya que si los jóvenes no aprenden lo que se necesita saber para que la sociedad funcione, dicha sociedad se queda sin personas con los conocimientos imprescindibles para seguir funcionando. Aunque la sociedad pueda conseguir recursos humanos de otros países gracias a la inmigración, sus características iniciales empiezan a desaparecer.

La ideología woke sustituye a la enseñanza de conocimientos

El modelo LOGSE, que luego se ha continuado con el resto de las leyes educativas, incluida la actual LOMLOE, no solo ha generado personas con los déficits de conocimientos y de hábitos de trabajo antes mencionados, sino que ha generado personas adoctrinadas en la ideología woke.

El wokismo es la ideología que propugna el enfrentamiento entre colectivos de una misma sociedad a causa de múltiples razones, reales o inventadas, que sus partidarios consideran injustas. Por ejemplo, pueden considerar que hay una discriminación racista contra determinada etnia, que se está cometiendo una injusticia social contra tal o cual colectivo, que hay un caso de desigualdad de género, es decir de desigualdad de trato según sean hombres o mujeres, pueden denunciar que se está atacando algún derecho del colectivo LGBTIQ, que se están negando los derechos identitarios de un determinado grupo minoritario frente al grupo mayoritario, etc. Es decir, el wokismo es una ideología que propugna el enfrentamiento entre unas personas y otras, en base a las razones subjetivas que sus propios seguidores definen. Su primer objetivo es concienciar a unas determinadas personas de que son las víctimas de una determinada situación, el llamado victimismo, sigue luego promover que realicen protestas públicas, después sigue la promoción de organizaciones que generen y coordinen las protestas, con la aparición de los llamados agitadores sociales. Posteriormente viene la repetición machacona de eslóganes y de nuevas palabras, la llamada neolengua, hasta que todo el mundo las asume y utiliza y, finalmente, la decantación de las votaciones a favor de la imposición a todos de normativas, decretos y leyes que solo defiende una minoría, pero que está muy organizada, pese a que perjudiquen a la mayoría de las personas.

El error de priorizar las intenciones sobre los resultados

Hay que preguntarse por qué la mayoría de los partidos de izquierdas han establecido y siguen defendiendo un sistema educativo que da tan malos resultados. Evidentemente no es porque sus dirigentes sean unas personas malvadas, es porque piensan que como su intención es buena, que es la de conseguir que todos los alumnos lleguen a tener las mismas titulaciones académicas, aunque los resultados sean malos, es decir aunque los alumnos aprendan muy poco, no es por culpa de su sistema, sino por la existencia de enemigos al proyecto, como por ejemplo profesores que se niegan a hacer lo que se les pide, que es aprobar a todos, por lo que hay que seguir manteniendo dicho sistema, pase lo que pase. Priorizan las intenciones sobre los resultados, por lo que nunca van a rectificar por muchos datos que se les aporten y es completamente inútil intentarlo.

Estamos ante unos iluminados, unos creyentes en la superioridad moral de la izquierda, unos poseedores del monopolio de la compasión con los más necesitados y unos adalides de la justicia social. Ellos dicen que si solo promocionaran al curso siguiente a los que han aprobado el curso actual, la escuela se convertiría en un centro de generación de clases sociales, “los que pasan y los que no pasan”, que es justo lo que ellos intentan evitar. Sus expertos en psicología evolutiva y en pedagogía se consideran poseedores de una especie de visión de los ungidos, de una sabiduría extrema y piensan que están llamados a rediseñar la sociedad del futuro. En realidad son los responsables de la falta de preparación para la vida de adulto de varias generaciones y de su adoctrinamiento en el wokismo.

La hegemonía del wokismo en las instituciones culturales

Se podría pensar que el wokismo es el marxismo del siglo XXI, por aquello del enfrentamiento de unos contra otros en pro de la igualdad, pero sería un error, ya que el wokismo no pretende un enfrentamiento entre una clase empobrecida, el proletariado, y una clase adinerada, la burguesía, con el objetivo de que a través de una revolución violenta los primeros se apoderen de los medios de producción, como proponían Karl Marx (1818 -1883) y Friedrich Engels (1820-1895), sino de una lucha entre la hegemonía cultural de la clase dominante, es decir de los valores culturales que la favorecen, y los valores culturales contrarios, que son los que favorecen a la clase dominada, como propuso Antonio Gramsci (1891-1937). Según él, para que las clases dominadas, él las denomina clases subalternas, alcancen y perduren en el poder y así se llegue al comunismo, que según él es el mejor de los modelos sociales, hay que transformar las instituciones culturales, como son las universidades, los colegios profesionales, las asociaciones de intelectuales, los medios de comunicación, el mundo del cine y del teatro, las parroquias, etc., para que solo transmitan los valores y los intereses que favorecen a las clases subalternas. Básicamente se trata de defender al pobre, al que está abajo, a las minorías, en la enseñanza al que no aprueba los exámenes, etc., sea ello justo o injusto, porque siempre se apela a las emociones, nunca a la lógica. Así pues el wokismo es el triunfo del gramscismo en el siglo XXI.

Durante muchos años muchos expertos han intentado mejorar la enseñanza actual aportando concienzudos informes y escribiendo libros en los que se denuncian los errores y se hacen propuestas de mejora, pero sin ningún éxito. La explicación es que ellos han pensado que simplemente estaban ante un sistema educativo con errores pedagógicos o de organización académica, cuando en realidad se trata de algo mucho más grande, se trata de la infiltración, desde hace décadas, de las ideas igualitaristas i totalitaristas del comunismo cultural, siguiendo el modelo de Gramsci. Actualmente, luchar por la mejora de la enseñanza es luchar contra la hegemonía de los valores comunistas que ya han incorporado y defienden una parte importante de nuestra élite cultural. Para salir de esta trampa, de esta exaltación de las buenas intenciones con las que se está manipulando a la sociedad, en el ámbito educativo hay que volver a dar importancia a los resultados, es decir a establecer que solo promocionen de curso los alumnos que han aprobado las asignaturas, es decir solo los que están preparados para aprovechar los conocimientos que se imparten en el curso siguiente. Esto es lo necesario e imprescindible. En cuanto se haga, en pocos años empezará a mejorar nuestro sistema educativo. Esto es lo que ha impedido la consejera de educación de Cataluña al suprimir las pruebas de competencias básicas al final de la Primaria y de la ESO.

Pero no se trata de corregir un sistema educativo que no funciona, eso es simplemente la punta del iceberg, se trata de algo mucho más importante, se trata de frenar la infiltración comunista que desde hace décadas sufre nuestra sociedad, concretamente de contrarrestar una hegemonía cultural que nos lleva al comunismo, es decir al empobrecimiento general de la sociedad, a la desaparición de la clase media, a una sociedad en la que prácticamente todo, como el poder comer, el tener una casa en la que vivir, el disponer de energía y de agua, el poder coger un medio de transporte, etc., dependerá de la generosidad del Gobierno, no de lo que pueda ganar trabajando el individuo. Esto ya ha empezado a pasar aquí, basta pensar en las dificultades de los jóvenes para encontrar una casa y para tener hijos. Para saber cómo es la vida en un país comunista simplemente hemos de ver cómo viven hoy en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, etc. En estos países, como pasa ya aquí, sus dirigentes viven en zonas residenciales, aunque defiendan la enseñanza pública llevan a sus hijos a colegios privados, van a restaurantes caros, cuando viajan se alojan en los mejores hoteles, tienen grandes fortunas en el exterior, se esfuerzan en seguir ganando elecciones mediante medidas populistas, como regalar pases de trenes y de autobuses, que al final generan un mal servicio por falta de mantenimiento, establecen un ingreso mínimo vital sin necesidad de hacer nada por los demás, en lugar de incentivar la inserción laboral, etc.  ¿Y esto hasta cuándo? Pues hasta que se acaben los recursos. Luego, sin estudios, sin formación y sin hábitos de trabajo, a los futuros ciudadanos solo les quedaría el aceptar la escasa ayuda del Gobierno y el procurar no hacerle la más mínima crítica.

Antonio Jimeno es presidente del sindicato AMES.

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