Liderar Noviembres

Todo se confabula para hacernos olvidar que nuestro trabajo está fundamentado en el optimismo (le recordamos a nuestros lectores que un optimista es un pesimista informado). Y no debemos dejarnos arrebatar ese territorio.
Lourdes Bazarra y Olga CasanovaMartes, 18 de noviembre de 2025
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Advertencia: artículo escrito un domingo de noviembre por la tarde. © ADOBE STOCK

Es domingo por la tarde. Ha anochecido muy pronto y escribimos este artículo ya con la luz encendida. Mañana es lunes y volverán a abrirse los colegios. Casi nadie lo sabe, pero no son lo mismo los lunes de Noviembre en un colegio que los lunes de Diciembre, cuando el Adviento ya llena de olor a Navidad todo. Y no es igual Noviembre que Febrero porque, para entonces, la luz va reconquistando territorio. Noviembre, como Enero, son meses singulares en la escuela.

Mientras pensábamos esto, y como si el algoritmo nos hubiera leído el pensamiento, ha entrado un reel en el que podía leerse:

Máquina antiestrés docente.

Nuevo rincón para el desahogo de los docentes.

Muy pronto en todas las salas de profesores.

Al salir del texto, nos hemos ido al vídeo. Ahí, dentro de una caja transparente, el que debe ser un profesor aparece gritando. Fuera, otro espera. En la caja hay un aparato que mide la intensidad de su desahogo: nivel de agotamiento, de vacío, las entrevistas con algunos padres, la mala educación de algunos niños, denuncias y quejas sistemáticas, un Ministerio de Educación ausente, la burocracia, la Educación como proyecto incapaz de generar consenso habiendo tanto talento, profesionalidad y generosidad en tantas aulas y tantos colegios, en tantos padres, en tantos niños.

Era 1997 cuando Fernando Savater publicó El valor de educar. Un libro –como pasa también con los de José Antonio Marina– en el que recuerdas, entiendes, redescubres por qué tanto ruido no debe conseguir encerrarnos en una caja a gritar.

Todo se confabula para hacernos olvidar que nuestro trabajo está fundamentado en el optimismo (le recordamos a nuestros lectores que un optimista es un pesimista informado). Y no debemos dejarnos arrebatar ese territorio.

Dice Savater que el profesor, el educador, es optimista porque confía, y confía desde la experiencia y el conocimiento, en 5 cosas:

  • La escuela apuesta por la humanidad. Educar es creer que los seres humanos pueden progresar y que la cultura y el conocimiento nos hacen más libres.
  • Los maestros somos mentores de viaje y esta parte tan exigente de nuestro trabajo es también la que más satisfacciones nos da, aunque ahora sintamos el peso de un entorno hostil en el que luchamos solos en el deber de transmitir entusiasmo y confianza, en mostrar que aprender es un placer exigente y no una carga.
  • Desarrollar en los alumnos la disciplina de la libertad, la convicción de que los alumnos pueden aprender a ser responsables y autónomos.
  • La educación como escenario que Universaliza la experiencia humana, y abre horizontes sin importar origen o condición.
  • La Educación es un acto de fe y compromiso con el futuro, un futuro que tal vez no veremos pero que depende, y más de lo que creemos, de lo que hoy hagamos con los alumnos.

Educar es creer que los seres humanos pueden progresar y que la cultura y el conocimiento nos hacen más libres

Los lunes necesitan cada vez más estar construidos desde la esperanza y la alegría. A veces cuesta recordarlo en Noviembre. Liderar y acompañar a los profesionales de la nave educativa es más complejo que hace unos años. Percibimos en muchos colegios que los 5 pilares en los que Savater basaba nuestro entusiasmo y compromiso necesitan ser retomados, experimentados. Y que toda la sociedad debería considerar prioritario que los profesionales de sus Centros Educativos no tengan esta profunda sensación de soledad profesional en uno de los ejes clave en el que se aprende a hacer real lo mejor de cada sociedad.

Toda la sociedad debería considerar prioritario que los profesionales de sus Centros Educativos no tengan esta profunda sensación de soledad profesional

Igual que nosotros, un 1 de Noviembre de 1520, Magallanes y Elcano iniciaron una travesía de 38 días por fiordos y canales. El objetivo era encontrar una ruta hacia la Isla de las Especias. Lo que empezó siendo la búsqueda de una ruta comercial, acabó convirtiéndose en la primera vuelta al mundo: la conexión entre dos océanos que era la conexión entre dos mundos que estaban enlazados. Eran uno solo aunque hubieran vivido tanto tiempo sin saberlo.

El viaje fue tan intenso, terrible, lleno de corrientes, vientos, oleaje, que cuando terminaron de cruzar el estrecho –y abandonaron el Atlántico–  las nuevas aguas, abiertas y tranquilas, sólo merecían llamarse Océano Pacífico.

Hay tantos Estrechos de Magallanes en la escuela ahora –los que más saben de Historia dirán que no perdamos de vista los cabos de Hornos– que se hace prioritario que dediquemos más tiempo a aquello que nos hace felices como profesionales. Experimentarlo, compartirlo, contrastarlo, verbalizarlo, mejorarlo.

Mientras terminamos de escribir el artículo hemos descubierto que empezábamos a sonreír. En medio de tanto temporal y marejada. En medio de esta burocracia que nos hace difícil poder salir a navegar el aprendizaje. Esta es una de las profesiones, de los oficios más apasionantes del mundo. Acompañar a estos profesionales, liderar los equipos en los que participan, es una responsabilidad y un honor. De su buen hacer depende lo próximo. La calidad de lo próximo. A veces lo olvidamos los propios profesores. A veces los padres. Los niños a veces. A veces el mundo.

No dejemos que los noviembres nos desenchufen.

Ahora que todo parece tan repetido, tan sin horizonte, abrámosle la puerta al profesor que está dormido o sentado ahí dentro de nosotros y de nuestros equipos. El que navega y descubre tantos mares. Los de las palabras, los de la ciencia, los del arte, los de la historia…. El que los hace navegables.

Cuando uno descubre el mar, como le ocurrió a Diego, se da cuenta de que lo que parecía el final de la aventura es el inicio de otra mayor. La que Galeano, el que cuenta el cuento, termina subrayando con un enorme ayúdame a mirar, la frase que convierte la escuela en uno de los deberes más apasionantes con el que podemos comprometernos los adultos.

Nos vemos pronto. Seguimos pedaleando.

Diego no conocía la mar. Y su padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al Sur, donde ella, la mar, escondida tras los altos medanos, los estaba esperando. Y cuando el padre y el hijo alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, la mar… estalló ante sus ojos. Y fue tanta su inmensidad y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, tartamudeando, le pidió, al padre le pidió: -Ayúdame a mirar.

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