Cuando la emoción entra al gimnasio: 'Elf on the Shelf'

La emoción es una gran aliada del aprendizaje, y como docente lo confirmo cada vez que me atrevo a introducir propuestas que conectan con lo que el alumnado siente. Soy Mireia Portero Aylagas, maestra de Educación Física en Primaria, y desde mi experiencia en el aula –o, en este caso, en el gimnasio– he podido comprobar cómo una idea sencilla, bien contextualizada y cargada de intención pedagógica puede transformar una sesión ordinaria en una vivencia significativa. Con esta convicción nació una experiencia navideña con primero y segundo de Primaria basada en 'Elf on the Shelf', pensada para unir movimiento, emoción y aprendizaje desde el área de Educación Física.
Mireia PorteroMiércoles, 17 de diciembre de 2025
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El primer impacto: cuando algo no encaja… y engancha

La experiencia comenzó sin previo aviso. Al abrir la puerta del gimnasio, los niños y niñas percibieron de inmediato que algo no encajaba. En un rincón, sobre una pequeña colchoneta, un duende navideño hacía pesas, concentrado, como si estuviera entrenando. No tardaron en darse cuenta de que aquel espacio habitual había cambiado.

El silencio inicial fue tan significativo como breve. Después llegaron los susurros, las miradas cómplices, las sonrisas nerviosas y las preguntas en voz baja:

¿Es de verdad?
 –¿Quién lo ha traído?
 –¿Se ha movido solo?

Ese instante fue clave. La curiosidad estaba activada, y con ella, la atención plena del grupo. El gimnasio se transformó en un escenario donde la emoción abría la puerta al aprendizaje.

La carta de adopción: crear vínculo para aprender

Junto al duende apareció una carta de adopción. No era un simple recurso decorativo, sino el inicio de un vínculo simbólico entre el grupo y el personaje. En ella, el duende explicaba que había llegado para acompañarlos durante unos días, observar cómo se esforzaban en las sesiones de Educación Física, cómo se ayudaban entre ellos y cómo cuidaban del grupo.

La lectura de la carta fue uno de los momentos más emotivos de la experiencia. Algunos niños/as seguían cada palabra con una atención absoluta; otros levantaban la mano para pedir que se repitiera una frase. La idea de “adoptar” al duende despertó sentido de responsabilidad, pertenencia y cuidado, valores estrechamente vinculados al trabajo cooperativo y al respeto mutuo que se fomenta en el área.

Desde ese momento, el duende dejó de ser un muñeco para convertirse en alguien importante dentro del grupo.

La caja misteriosa: el reto compartido

La sorpresa no terminó ahí. En el centro del gimnasio apareció una caja misteriosa de Navidad, cerrada con un candado. Nadie sabía qué contenía, pero todos querían descubrirlo. Antes de poder abrirla, el duende había dejado un reto: un mensaje secreto que debían descifrar entre todos/as.

Este desafío permitió trabajar de manera natural competencias clave como la escucha activa, el respeto de turnos, la cooperación, la formulación de hipótesis y la gestión de la frustración. El grupo tuvo que organizarse, compartir ideas y aceptar que equivocarse formaba parte del proceso.

Lejos de buscar una solución rápida, el verdadero valor estuvo en el camino. Ver cómo se ayudaban, cómo celebraban los pequeños avances y cómo se animaban unos a otros fue especialmente enriquecedor. Cuando finalmente el candado se abrió, el aplauso fue espontáneo. No celebraban sólo el contenido de la caja, sino haberlo logrado juntos/as.

Educación Física: esfuerzo, cuerpo y emoción

Todos los elementos de la experiencia estaban pensados desde el área de Educación Física. El duende levantando pesas simbolizaba el esfuerzo, la constancia y la superación personal. Los retos cooperativos conectaban directamente con el trabajo en equipo, y el movimiento estaba presente de forma transversal en las dinámicas propuestas.

Sin embargo, más allá del movimiento, la experiencia puso de manifiesto que la Educación Física también es emoción. Es un espacio privilegiado para trabajar la expresión emocional, la confianza, la autoestima y el vínculo con el grupo.

Cuando el alumnado se siente parte de una historia, cuando percibe que lo que ocurre tiene sentido para él, el aprendizaje deja de ser impuesto y se convierte en vivido.

Escribir para expresar lo que sentimos

La propuesta culminó con dos cartas por escribir.
Una dirigida al duende, donde los niños podían contarle cómo se habían sentido, qué les había sorprendido o qué esperaban de él durante su estancia en el gimnasio.
Otra más personal, centrada en deseos, compromisos y reflexiones propias.

La escritura se convirtió así en una extensión natural de la experiencia física y emocional. Al leer algunas de estas cartas posteriormente, aparecieron frases sencillas pero profundamente significativas:

–“Me gusta que entrenes porque nos enseñas a no rendirnos”.
 –“Nunca había estado tan nervioso y tan contento a la vez”.

Estas producciones no solo aportaron información valiosa para evaluar la experiencia, sino que confirmaron que la emoción había dejado una huella real en el aprendizaje.

Innovar también es narrar

Esta experiencia demuestra que innovar no siempre implica incorporar tecnología o recursos complejos. A menudo, la innovación surge de mirar el currículo con otros ojos, de atreverse a introducir narrativa, sorpresa y emoción en propuestas aparentemente sencillas.

Elf on the Shelf se convirtió en un hilo conductor para trabajar contenidos, valores y competencias desde una perspectiva global. La Navidad aportó el contexto, pero el verdadero motor fue la historia compartida.

Reflexión final para docentes

En un contexto educativo donde a menudo prima la prisa y la evaluación cuantitativa, experiencias como esta nos recuerdan algo esencial: aprendemos mejor cuando sentimos. La emoción no es un añadido, es un motor.

La Navidad ofrece un marco ideal para este tipo de propuestas, pero este enfoque es extrapolable a cualquier momento del curso. Incorporar pequeños relatos, retos simbólicos o personajes narrativos puede transformar una sesión ordinaria en un recuerdo significativo.

Como docentes, tenemos la oportunidad –y la responsabilidad– de crear experiencias que no solo enseñen contenidos, sino que construyan recuerdos, vínculos y sentido. Y cuando eso ocurre, el aprendizaje perdura.

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