El concepto de las altas capacidades

Son varias las ocasiones en las que me encuentro con personas que tratan las altas capacidades como si de una cuestión de Estado se tratara, ya que entienden que esto supone un esfuerzo, digamos, mayor y no saben qué herramientas utilizar para interactuar con la persona que las tiene. Y es aquí donde comienzan las dificultades para todas las partes. Si desde un principio se le hace ver a un niño o a un adulto que su condición de alta capacidad supone un hándicap en las relaciones humanas, es lógico pensar que eso ya define al individuo desde un marco muy estrecho, y con ello se ejerce un boicot paulatino que da paso al acoso, de algo que podría haber sido fluido y enriquecedor entre ambas partes. Que un sujeto tenga una velocidad de procesamiento más rápida, o que sus conversaciones puedan llegar a ser más crípticas en alguna ocasión, no tiene por qué suponer un problema ni para el niño o adulto con sus familiares, ni para el entorno con el que tenga que convivir.
Teniendo en cuenta que uno puede conocer a personas tímidas, alegres o introspectivas, esto es exactamente igual en individuos con altas capacidades, siendo solo una parte más de su persona, sin que esto deba condicionarles. Por eso hay conceptos que hay que trabajar para que el desconocimiento y ciertos errores no sean parte del discurso predominante en estas cuestiones. Hay términos que no hacen justicia a lo que estoy diciendo. La primera de ellas es la palabra «aceptar», y nadie tiene que expresar que te acepta porque seas de alta capacidad, ya que no has cometido ninguna infracción o delito que te obligue a pasar una nota de corte social. Otro término que entra en esta categoría es el de «integrar»; nuevamente, no eres una persona que esté en un proceso en el que tengas que integrarte, como en un acto humanitario. Esto es tan básico como convivir y respetar, sin más numeraciones de por medio.
