La importancia de la filosofía en las aulas de Bachillerato

En una época marcada por la inmediatez de la información, la velocidad de las redes sociales y la presión por obtener resultados rápidos y cuantificables, la enseñanza de la filosofía en las aulas de Bachillerato adquiere un valor incuestionable. Lejos de ser un lujo intelectual o una materia meramente teórica, la filosofía se revela como una herramienta esencial para la formación crítica, ética y ciudadana de los jóvenes.
BenHur Valdés LlamaMiércoles, 17 de diciembre de 2025
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Aprender a pensar en tiempos de prisa

El bachillerato suele concebirse como una etapa orientada a la preparación para la universidad o el mercado laboral. Sin embargo, reducir la educación a la adquisición de competencias técnicas implica ignorar una dimensión fundamental: detrás de cada decisión académica, profesional y personal existe una forma de pensar. En este sentido, la filosofía no busca que el alumnado memorice nombres de pensadores o fechas históricas, sino que aprenda a pensar por sí mismo.

Preguntas como qué es la justicia, cómo sabemos que algo es verdadero o qué significa vivir bien no admiten respuestas únicas ni definitivas. Su valor reside precisamente en que invitan a reflexionar, argumentar, contrastar ideas y escuchar otros puntos de vista. En una sociedad saturada de información contradictoria y mensajes simplificados, estas habilidades se convierten en un recurso imprescindible.

Como señala Walter Blanco Valdés, graduado en Filosofía y profesor en el Colegio San José-Niño Jesús de Reinosa (Cantabria), la filosofía “no ofrece respuestas cerradas de una vez por todas; en su lugar, abre la puerta a la interrogación, a la duda y a la inquietud”. Al cruzar ese umbral, añade, el alumnado encuentra un espacio donde construir un mundo auténticamente humano y propio.

Pensamiento crítico frente a la desinformación

Es habitual que pedagogos y docentes destaquen la capacidad de la filosofía para desarrollar el pensamiento crítico. Y no sin razón. Vivimos en lo que algunos autores han denominado el tiempo de lo posmoderno, el tiempo del “después de todo”, donde la verdad parece diluirse entre opiniones, bulos y noticias falsas. En este contexto, la capacidad de analizar, cuestionar y evaluar la información resulta más necesaria que nunca.

La filosofía proporciona herramientas conceptuales para distinguir entre opinión y conocimiento, entre argumento y falacia. Estas competencias no solo son útiles en el ámbito académico, sino que resultan esenciales para formar ciudadanos capaces de resistir la manipulación, el populismo y los discursos simplificadores.

Educación ética y ciudadanía democrática

En las sociedades democráticas, la participación ciudadana exige algo más que estar informado: requiere criterio. La filosofía ofrece marcos de reflexión para analizar críticamente discursos políticos, mensajes mediáticos y dilemas éticos contemporáneos. En este sentido, actúa como una brújula en tiempos de sobreinformación.

Además, lejos de ser un saber ajeno a la vida cotidiana, la filosofía dialoga de forma directa con los grandes retos actuales: la inteligencia artificial y la bioética, la sostenibilidad del planeta, la justicia social o la identidad digital. Introducir estos debates en el aula permite conectar los contenidos filosóficos con la realidad inmediata del alumnado y convertir la asignatura en un espacio de reflexión viva y significativa.

Blanco subraya que la filosofía no solo fomenta la capacidad de someter el mundo a crítica, sino también la posibilidad de transformarlo. “La filosofía es la disciplina humana que crea conceptos para interpretar el mundo, pero esos conceptos no se quedan encerrados en los libros: salen al encuentro de la realidad para intentar cambiarla”, afirma.

Educar personas, no solo profesionales

El bachillerato no debería limitarse a formar para el “saber hacer”, sino también para el “saber ser”. En una etapa vital marcada por la construcción de la identidad personal, la filosofía ayuda a los adolescentes a conocerse mejor, a reconocer la diversidad de pensamientos y a practicar la empatía intelectual.

Escuchar a quienes piensan diferente, sostener un diálogo respetuoso y comprender la pluralidad de ideas son competencias tan necesarias como cualquier conocimiento técnico. Antes que profesionales, los estudiantes son personas llamadas a convivir en sociedades diversas y complejas.

Conclusión

Reivindicar la presencia de la filosofía en el bachillerato es defender una educación verdaderamente integral. En un contexto dominado por lo inmediato y lo utilitario, resulta imprescindible preservar espacios para detenerse, pensar y dialogar. Como recordaba Kant, no se trata de enseñar filosofía, sino de enseñar a filosofar.

Defender la filosofía en las aulas es, en última instancia, defender el derecho de los jóvenes a pensar, a cuestionar y a comprender el mundo que les rodea. No es una asignatura más: es un espacio de libertad intelectual dentro del sistema educativo. Entre preguntas sin respuestas definitivas, el alumnado descubre que filosofar es, también, aprender a vivir mejor.

Como escribió Montaigne, la filosofía “nos enseña a morir”; sin embargo, hoy más que nunca, conviene recordar —en palabras de Walter Blanco— que durante siglos también se ha revelado como una disciplina que, y quizá con mayor urgencia, nos enseña a vivir.

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