Niños en un mundo de adultos

Francisco Javier MerinoLunes, 15 de diciembre de 2025
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Los perros alcanzan la mayoría de edad transcurridos uno o dos años. Cada vez que veo al mío, que ya tiene de cuatro, pienso que es mentira o, mejor, que es una verdad a medias. Es cierto que Kiro ha alcanzado su plenitud física, pero aún no ha dejado de llorar cuando no tiene su comida a tiempo o no puede jugar con Lola, una perra que nos solemos encontrar en el parque, por no hablar de la emoción genuinamente infantil (o cachorril) que le embarga cada vez que llego a casa. Debo reconocer que su fragilidad emocional me conmueve.

Miro a Kiro y pienso en los seres humanos, para darme cuenta de que no somos tan distintos de los perros, salvo que en nuestro caso estamos obligados a fingir. Por ejemplo, los políticos están sobrepasados por una actuación incoherente con sus sentimientos. Y hay pretendidos enamorados que se sienten obligados a mostrar normalidad, cuando hace años que perdieron la ilusión que les hacía contemplarse con ojos pueriles. También tengo amigos que ocultan sus emociones por miedo a que puedan ser acusados de infantiles, vulnerabilidad tan propia de los niños.

Cada día hay una ingente cantidad de personas que se obligan a actuar en el trabajo, en la calle, con una calma fingida que oculta cientos de problemas, incertidumbres para las que no hay certezas, dolor ante las catástrofes que cada día abren los telediarios y a las que vienen ligadas al padecer de alguien querido.

Reconozco que la necesidad de fingir estas “actitudes adultas” me produce cierto vértigo. Una de las situaciones más complicadas que me encuentro es la de acudir al puesto de trabajo o a una reunión social tratando de mantener la compostura tras un conflicto familiar, la pérdida de un ser querido, un desengaño amoroso o una noticia devastadora. Me consuela entonces llegar a casa y encontrarme con los ojos adultos de Kiro, que esconden el corazón de un cachorro que vive las cosas como las siente, sin necesidad de apariencias.

Que no se me malinterprete: no critico a nadie cuando actúa conforme a las exigencias de la vida adulta. En el fondo, todos lo hacemos, algunos con más entereza que otros, lo que no impide que me pregunte si en algún momento he dejado de ser un niño cargado de ilusiones, vulnerabilidades y una visión idealizada del mundo que, por desgracia, pocas veces se corresponde con la realidad.

Es necesario normalizar la vulnerabilidad; hablar de las visitas al psicólogo; mostrar nuestras emociones e inseguridades a riesgo de que nos califiquen de arrastrar una supuesta inmadurez. Al fin y al cabo, nunca hemos crecido lo suficiente para enfrentarnos a este día a día para el que nadie termina de estar preparado. Dicho de otra manera, somos niños en un mundo de adultos.

Francisco Javier Merino, ganador de la X edición www.excelencialiteraria.com

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