Una mirada a los orígenes del Cine Educativo en España y un halo de esperanza en las aulas de hoy
Con la implantación de la LOGSE en los 90, la educación audiovisual se reconoció como competencia transversal dentro del currículo. ADOBE STOCK
Los antecedentes del cine educativo en España pueden rastrearse en la llegada del cinematógrafo en 1896 y en las primeras proyecciones públicas con fines divulgativos. Durante las primeras décadas del siglo XX, algunas entidades culturales exploraron las posibilidades didácticas de las imágenes en movimiento, especialmente para mostrar paisajes, procesos naturales o hechos históricos. Este carácter demostrativo se corresponde con la función que tradicionalmente se atribuía al cine como ventana al mundo, idea que se recuerda en Mar Adentro (2004) pues “a veces, la realidad supera a la ficción”, en relación con la capacidad del cine para representar realidades inaccesibles al alumnado de la época.
A partir de los 20s y 30s, en el Ministerio de Instrucción Pública empezaron a interesarse por el potencial educativo del cine. Surgieron iniciativas para recopilar y distribuir material audiovisual en centros formativos, aunque la expansión real del cine escolar estuvo limitada por los elevados costes de los equipos y por la infraestructura técnica disponible. Durante la Segunda República se reforzó la apuesta por la cultura visual en la escuela, pero la Guerra Civil interrumpió gran parte de estos avances; esta trama se ve muy bien en La lengua de las mariposas (1999), “lo que está pasando no se puede contar con palabras” pues refleja simbólicamente la función que el cine podía desempeñar en la transmisión de realidades sociales complejas.
Avanzando en esta historia, durante el franquismo, el uso educativo del cine se orientó hacia contenidos moralizantes, documentales institucionales y materiales afines a la ideología dominante. Por la gracia de Dios (1978), el formato de 16 mm permitió una mayor presencia del audiovisual en centros docentes a partir de los 60s, aunque su aplicación seguía siendo principalmente expositiva y controlada. Se proyectaban documentales de carácter científico, histórico o higienista, en línea con los objetivos formativos marcados por el régimen. La industria cinematográfica española, por su parte, producía materiales que, ocasionalmente, podían emplearse con fines pedagógicos, especialmente aquellos relacionados con representaciones folclóricas, geográficas o costumbristas.
Llegó la gran década de 1970 y se introdujo cambios significativos en el sistema educativo español, coincidiendo con el final del franquismo y la transición democrática. La llegada del vídeo doméstico supuso un punto de inflexión, facilitando la utilización de material audiovisual en las aulas con mayor flexibilidad. Esta posibilidad permitió repetir, pausar y analizar fragmentos, reforzando prácticas de alfabetización audiovisual. En este contexto, filmes españoles ofrecían nuevas perspectivas para el análisis crítico, en sintonía con expresiones como «la educación es el arma del futuro», pronunciada en La lengua de las mariposas (1999), utilizada frecuentemente para reflexionar sobre el papel de la escuela y la cultura.
Con la implantación de la LOGSE en los 90, la educación audiovisual se reconoció como competencia transversal dentro del currículo. El cine comenzó a utilizarse no solo como apoyo informativo, sino también como objeto de análisis cultural, narrativo y expresivo. El acceso a películas españolas de temáticas sociales, históricas y familiares –como El espíritu de la colmena (1973)– permitió trabajar con el alumnado procesos históricos, dinámicas de convivencia y representaciones culturales propias del contexto español.
Con la entrada del nuevo siglo, la digitalización transformó nuevamente el panorama. El uso de los DVDs, archivos digitales y recursos en línea facilitó la disponibilidad de materiales audiovisuales en los centros educativos. El cine comenzó a integrarse en metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos o la clase invertida. “Nadie es más que nadie” frase de Los santos inocentes (1984), se repetía entre las aulas pues, diversas comunidades autónomas promovieron programas de educación en valores y ciudadanía que incluían el uso de fragmentos cinematográficos para una reflexión social y ética dentro del ámbito escolar.
En la actualidad, la presencia del audiovisual en la educación se ha ampliado a la producción propia realizada por el alumnado. Gracias a dispositivos móviles, software de edición accesible y plataformas de difusión escolar, el alumnado elabora cortometrajes, documentales y piezas de animación. Este giro hacia la producción se alinea con el carácter formativo del cine contemporáneo como herramienta de expresión y comunicación. Películas españolas recientes han servido de referente para actividades creativas, ilustrando el mensaje “Todo es posible” de Campeones (2018), vinculado a la idea de superación y trabajo colectivo.
El recorrido histórico del cine en la educación española evidencia una evolución desde su función ilustrativa inicial hasta su integración como competencia multimodal en los entornos educativos contemporáneos. Su uso ha variado en función de las transformaciones tecnológicas y políticas, pero ha mantenido una presencia constante en la escuela como medio de representación, análisis y creación.
Ahora bien, desde una perspectiva personal y académica, la incorporación del cine en las aulas constituye una oportunidad formativa de gran valor para el alumnado. El cine no solo permite transmitir contenidos curriculares, sino que facilita la interiorización de valores sociales, éticos y culturales. Su fuerza narrativa y su capacidad para conectar con la experiencia emocional infantil convierten al audiovisual en un recurso idóneo para abordar temas como la diversidad, la empatía, la igualdad o la cohesión social. En este sentido, la escuela puede aprovechar el potencial del cine para promover actitudes reflexivas y críticas, especialmente en un contexto en el que el alumnado consume imágenes de forma constante sin un acompañamiento interpretativo adecuado.
Por último, ante la necesidad de impulsar el gusto por el cine y reforzar su función educativa, se podrían implementar iniciativas que integren tanto la recepción como la creación audiovisual. La organización de cinefórums escolares, la selección de ciclos temáticos vinculados al currículo o la realización de talleres de análisis fílmico permitirían introducir al alumnado en el lenguaje del cine de forma accesible. Asimismo, y de manera más práctica, la producción de cortometrajes, proyectos de animación, video-diarios o pequeñas ficciones colaborativas fomentaría la creatividad y el trabajo en equipo, fortaleciendo la alfabetización mediática y la apreciación del cine como expresión cultural y artística.
El cine no solo es un recurso educativo en el aula, también es una manera de ver el mundo pasado y de poder plasmar el futuro ideal de los niños en un pedacito de cinta.
