Desarmados ante la mentira del spot
Autor: padresycolegios.com
«Hasta una cierta edad, que varía de un niño a otro, aunque la media está en los
ocho años, no se distingue la realidad de la fantasía, una muerte fingida de una
verdadera, la publicidad del espectáculo de variedad. Los niños son muchos más
vulnerables que los adultos al bombardeo de los mensajes persuasivos, y esto los
publicistas lo saben muy bien». La cita es de Mauro Doglio, profesor del
Instituto Change de Turín y una de la máximas eminencias mundiales en Educación
y Consumo.
Más aún, Erling Bjurström señala en su obra Children and
television advertising (Niños y publicidad en televisión) que sólo a partir de
los 12 años «somos capaces de entender los objetivos de la publicidad». Es
decir, vender y vender recurriendo a todo tipo de triquiñuelas, muchas veces al
borde de la indecencia.
Veamos si no los resultados de un estudio realizado
por una empresa alemana sobre hábitos de consumo en niños entre 6 y 13 años.
Para un 75%, el hecho de que un artículo aparezca anunciado en televisión es
motivo suficiente para pedírselo a sus padres. Una legitimación del spot en la
que, en teoría, pocos adultos caen.
Ajenas a este tipo de advertencias, la
empresas observan desde hace años un filón inagotable en los anuncios dirigidos
al público infantil. Por supuesto, conscientes de que los menores cada vez
adquieren más peso en la decisión de compra, cuando no son ellos mismos los que
manejan fondos para gastar a su antojo.
En consecuencia, la publicidad
dirigida a los niños ha revestido de pícara inocencia el gran reclamo del
consumo universal, que no es otro que el éxito en sus múltiples manifestaciones.
Si para los niños el triunfo implica tener muchos amigos, eso venderán los
anunciantes. La felicidad vía el consumo, una falacia contra la que el público
maduro puede defenderse, pero no el infantil. En Suecia, la publicidad para
menores de 12 años está prohibida. Analistas como el norteamericano Robert
McChesney abogan por incoporar a los currículos enseñanzas comerciales que
permitan comprender a los niños las verdaderas intenciones de los anunciantes.
Un primer paso para proteger a los más pequeños ante tendencias de consumo con
dos rombos.