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La muerte de la infancia

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Actividades extraescolares y falta de tiempo libre. Juego virtual y solitario más dosis
obscenas de televisión. Competitividad y comida basura. En poco se parece la infancia
que viven nuestros hijos a la que nosotros disfrutamos. El reflejo es un aumento
del estrés, la ansiedad y la depresión en mentes aún en fase de desarrollo.

Autor: RODRIGO SANTODOMINGO

El pasado septiembre, un grupo de más de 100 educadores, intelectuales y
expertos en enseñanza del Reino Unido enviaron una carta abierta a varios
periódicos. Su objetivo era denunciar la progresiva erosión de la infancia tal y
como nosotros, los adultos de ahora, la conocimos cuando nos tocó
vivirla.
Sostenían, por ejemplo, que la hamburguesa y los precocinados se
habían comido a la sana y sabrosa comidita casera. Que la irrupción masiva de
consolas, programas televisivos y ordenadores había supuesto casi un certificado
de defunción para el juego colectivo y al aire libre.
También que la
competitividad extrema regía la vida académica (y extraescolar) de chavales que
apenas cursan la Primaria. Y, sobre todo, que los padres, la sociedad o quien
demonios fuera estaban usurpado a los niños del siglo XXI tiempo, tiempo y más
tiempo. Para jugar y gamberrear un poco. Para pasar buenos momentos con la
familia. Simplemente, para no hacer nada sin sentirse culpables por
ello.
¿Consecuencias? Estrés, ansiedad y depresión a edades cada vez más
tempranas, aseguraba contundente el escrito. Patologías tradicionalmente
asociadas a las angustias y sinsabores de la madurez extendiendo sus tentáculos
a mentes aún en desarrollo.
La carta, que tuvo una gran repercusión, era en
resumen un alegato contra la exportación de las formas contemporáneas de la vida
adulta a nuestros hijos.

  INJUSTICIA 

Desde su despacho
en Londres, Marion Dowling, presidenta de la Asociación Británica de la
Educación en la Primera Infancia y una de las firmantes de la carta, explica
para PADRES la injusticia que muchos progenitores cometen al imponer a sus
retoños condiciones, espacios y horarios anti-infantiles que ellos no tuvieron
que sufrir.
«Nosotros disfrutamos de los beneficios de alimentarnos con buena
comida y de la libertad de jugar como verdaderos niños. Esto nos dio una base
tremendamente sólida para nuestro futuro desarrollo. Con el tiempo, de forma
progresiva, nos hemos ido adaptando a los cambios sociales y de costumbres de
las últimas décadas», comenta Dowling.
Por el contrario, «a los niños de hoy
se les niegan esos beneficios y se espera que crezcan y se desarrollen con una
dieta paupérrima de comida basura, libertad limitada y ausencia de experiencias
directas».

  ANSIEDAD CRECIENTE 

Pero, ¿es
cierto que este tipo de trastornos hayan encontrado inagotables canteras entre
la población infantil? «Sin duda», responde Paulino Castells, doctor en Medicina
y psiquiatra familiar con 35 años de experiencia. «Han aumentado las
depresiones, las crisis de ansiedad, las crisis de pánico. Por supuesto, también
la hiperactividad y los comportamientos agresivos».
Un estudio de la Case
Western Reserve University (EEUU) publicado hace unos años comparó los niveles
de ansiedad de niños y adolescentes en 1952 y 1993. Los resultados se revelaron
diáfanos: mucha más ansiedad en la década de los noventa que 40 años atrás. Con
el agravante de que el primer estudio se centró en menores tratados por
psiquiatras, y el segundo escogió una muestra de chavales sin ningún problema
mental diagnosticado.

  OBJETIVO COMERCIAL 
 

«Nunca los niños han estado tan bien tratados
materialmente, y tan mal espiritualmente», apunta Castells. «Es increíble la
prisa que tienen algunos padres porque sus hijos crezcan lo más rápido posible.
Les obligamos a que sean pequeños hombrecitos y mujercitas».
Tesis similar a
la que expresaba la carta británica. Así decía: «Nuestra sociedad emplea grandes
esfuerzos en proteger a los niños del daño físico, pero parece haber perdido el
norte sobre sus necesidades sociales y emocionales».
Y si los padres no ponen
a sus hijos a salvo de las contradicciones y anhelos del mundo adulto, no será
el mercado quien lo haga.
Con los tweenies (nueva categoría comercial en la
que, en sentido amplio, encaja todo chico o chica que aún no ha llegado a la
adolescencia), la publicidad ha definido un nuevo target o público objetivo al
que bombardear con mensajes de éxito ficticio. Si compras tal, tendrás más
amigos. Si compras cual, serás admirada.
Si los adultos son, consciente o
inconscientemente, víctimas de este tipo de argumentos simplistas, mucho más lo
serán los niños. «Lo que decimos es que, ya que el cerebro infantil se encuentra
en fase de desarrollo, por necesidad tiene que ser más vulnerable ante las
presiones ambientales nocivas que un cerebro de adulto plenamente desarrollado»,
nos cuenta, desde la Universidad de Roehampton (Gran Bretaña), el doctor Richard
House, otro de los firmantes de la misiva.
Dowling, Castells y House
coinciden al señalar que el reencuentro de nuestros hijos con la verdadera
infancia es un objetivo complejo que pasa por un profundo cambio social. En
definitiva, una transformación que también modifique nuestras vidas de adultos.
«Sería ingenuo abogar por estos cambios sin tener en cuenta el contexto cultural
en el que viven los niños», apunta House. «Implícitamente estamos desafiando un
modelo de vida centrado en estrechos valores materialistas».
Castells, por su
parte, concluye lanzando un mensaje de esperanza: «Mi experiencia me dice que
muchos padres empiezan a rebajar el nivel de presión. Pero el cambio tiene que
venir de nosotros, de cada familia. No podemos esperar a que venga de fuera».

SIN SUEÑO, SIN HAMBRE
Existen
multitud de síntomas para identificar si el niño ha traspasado niveles de
preocupación aceptables sobre asuntos cotidianos para adentrarse en un cuadro de
estrés, ansiedad o depresión. Los dividimos en físicos y emocionales o de
conducta (fuente: Enciclopedia Médica
ADAM).

FÍSICOS
Los más habituales son los dolores de
cabeza frecuentes y las molestias estomacales vagas. Con o sin dolores de tripa,
la mayoría experimenta también una evidente disminución del apetito.
Tampoco
escasean las dificultades cuando llega la hora de irse a dormir: problemas para
conciliar el sueño, pesadillas y, en algunos casos, empezar a mojar la cama o
volver a hacerlo cuando el tema parecía superado.

DE
CONDUCTA

Es posible que el niño albergue preocupaciones exageradas,
adopte tics nerviosos, retroceda en su desarrollo emocional, se muestre incapaz
de relajarse y de controlar sus emociones o incorpore miedos antes desconocidos.
Algunos se aferrarán a sus padres y no querrán perderles de vista, aunque esto
depende mucho del origen del problema.
Abundan también la adopción de
comportamientos tercos y agresivos, así como la renuncia a participar en
actividades familiares y escolares. La rabia y el llanto pueden ser el pan de
cada día.

FACTORES RECURRENTES: COMPETICIÓN EXTREMA
Y TRASLADO DE ANSIEDAD

Muchos son los motivos que generan
estrés y ansiedad entre nuestros hijos. En ocasiones, no existe una única causa,
sino varias que se entrelazan y confunden. Más aún, no todos los niños y
adolescentes reaccionan de igual forma ante similares
circunstancias.
Teniendo esto en cuenta, los expertos suelen insistir en
factores recurrentes que podríamos agrupar en tres tipos.

– UN
DÍA A DÍA COMPETITIVO Y HOSTIL.
A nadie sorprende ya la excesiva
presión (académica, en los deportes, en el juego incluso) que algunos padres
ejercen sobre sus hijos bajo la máxima «tiene que ser mejor, llegar más lejos
que yo». Si a esto unimos la ausencia de tiempo libre obtenemos un panorama que
en mucho dista de la relajada esencia de una infancia feliz. Tampoco es extraño
que ellos mismos se autoexijan demasiado. Habría que analizar el
porqué.

– FACTORES EXTERNOS pero que es imposible que no
afecten al chaval. Los divorcios y separaciones son el ejemplo más evidente,
pero hay otros como la enfermedad o la muerte de un ser
querido.

– PROBLEMAS DE ADULTOS en los que nunca
deberíamos implicar a los hijos. Tus tensiones laborales, los problemas
financieros de la familia y las riñas matrimoniales deberían ser territorio
vetado para ellos. Trasladar nuestras ansiedades a los niños es otra forma de
maltrato.

¡CORRE, HABLA, RÍE,
GRITA!

Al igual que ocurre con los adultos, cada caso de
estrés o ansiedad infantil es un mundo aparte. Conviene no obstante estar al
corriente de un listado con consejos de aplicación más o menos general. Para
cuadros más extremos, el camino para salir del bache pasa siempre por la visita
a un especialista.

1 No programes en exceso. Es
fundamental que todos los días dispongan de tiempo libre para jugar a su aire,
corretear a cielo abierto y olvidarse de cualquier tipo de
responsabilidad.

2 Potencia que se relacionen con
otros niños. Controla el tiempo que pasan en soledad delante del ordenador, la
consola, la televisión y otros artilugios.

3 Habla
con ellos. Dedícales unos momentos cada día para preguntarles (sin atosigar…)
qué tal en el cole, con los amigos… Y, por Dios, apaga la tele a la hora de la
cena.

4 Ponte en su lugar. Y no subestimes a tu hijo
por considerarle demasiado pequeño.

5 No reprimas sus
frustraciones, al menos no por sistema. A veces, gritar en un almohada puede ser
la mejor terapia.

6 Si lo consideras necesario,
enséñales técnicas de relajación y (¿por qué no?) aprende a darles
masajes.

7 Estimula el ejercicio físico con
actividades que ellos elijan. Tu hijo puede aborrecer el kárate pero adorar dar
un paseo en bicicleta con su padre o sus amigos. Pregúntale.

8 Sana alimentación. Cuidado con el exceso de azucar y lucha sin
cuartel contra la tentación de la comida basura.

9
Cultiva la risa, ese bálsamo universal para aliviar tensiones.

10 Dales la oportunidad de que hagan sus propias elecciones y
controlen parte de su vida. Los estudios demuestran que, cuanto más siente una
persona que tiene control sobre una situación, mejor será su respuesta al
estrés.

11 Atención a los contenidos televisivos.
Perdón por la insistencia con el tema tele, pero es que algunos programas son
una fuente inextinguible de miedos y ansiedades. Menos telediarios y más
dibujos.

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