fbpx

Para aprender valores, lo primero es degustarlos

Uno de los problemas que vivimos consiste en que hay una verdadera esquizofrenia entre ideas y creencias. Ortega pensaba que las creencias son las que realmente mueven al individuo. No se articulan teóricamente, no se emiten en los grandes discursos. Sin embargo, las ideas están bien construidas, están en los libros. En las ideas estamos todos de acuerdo. Por ejemplo, en tiempos de globalización coincidimos en que la democracia es superior a cualquier forma de gobierno, la tolerancia es superior a la intolerancia...
Miércoles, 28 de febrero de 2001
0

Pero existe un gran desajuste entre las ideas elaboradas teóricamente, que todos conocemos de memoria, y las creencias de las que vive la sociedad, que funcionan en la vida cotidiana y nos inspiran en el momento de las elecciones, de las tomas de decisión de las personas. Sigue siendo cierto que la creencia básica que mueve a la gente es que el dinero da la felicidad, que la competencia para desplazar al contrario es lo que hay que hacer para triunfar… Es decir, que esto es lo que nuestros alumnos piensan que mueve la vida. Creo que les enseñamos y les decimos cosas que ellos no aprecian que sean nuestras auténticas creencias. La Educación del siglo XXI debe asumir el reto de ajustar las creencias a las ideas, que son mucho mejores.

En la Educación resulta básico que el guía viva lo que se cree, porque los alumnos pueden escuchar nuestras cosas, pero si no ven que los padres, la gente de la calle cree en eso, no llegamos a ninguna parte. Cuando encontramos a alguien que lo hace es cuando convivimos con una auténtica persona.

En Tiempos Difíciles de Charles Dickens uno de los personajes se muestra partidario de que la escuela enseñe al margen de los valores, al margen del corazón. Y cuando le preguntan: “¿Tiene usted corazón?”, él responde “En la medida en que tengo aparato circulatorio, sí señor”. El corazón es un miembro fundamental para la circulación pero no es nada más que eso, sino que la escuela lo sustituye.

Últimamente se habla mucho de los valores, pero no es algo nuevo, porque sin ellos no hay vida humana. La novela de Dickens resulta muy pedagógica porque al final reclama una Educación con valores, con imaginación…. Los valores son un componente de la vida humana, no son un aditamento que de vez en cuando ponemos. Precisamente quisiera hablar de los valores, porque son un componente de la vida humana. Nuestra existencia se desarrolla según lo que valoramos.

¿Qué son los valores?

Creo que la propuesta más sencilla sigue siendo la de Ortega: “Cualidades de las acciones, de las cosas, de las personas… que las hacen atractivas”. Al hablar de la justicia, entendemos que hablamos de algo atractivo, y que su contrario es algo repelente. Nos atraen porque nos ayudan a hacer un mundo habitable; si carece de ellos no dispone de las condiciones adecuadas de habitabilidad y confort.

Los valores ayudan a acondicionar el mundo; la justicia, la libertad, etc. hacen de él un mundo humano en el que merece la pena vivir, y en el que el suicidio se presenta como un sin sentido.

Hay una gran diferencia entre actuar por interés o actuar porque algo es interesante por sí mismo. Para Tocqueville el que pregunta “Libertad, ¿para qué?” es que ha nacido para servir. La libertad, la justicia… son valiosas en sí mismas. Un mundo que reúne estos condicionantes merece la pena ser vivido. Pero otro en el que cada persona no se encuentre como en casa, sencillamente es injusto e inhumano.

Hay valores estéticos, intelectuales, religiosos… y morales, que son los que entendemos que debería tener cualquier persona, institución, acción… que quiera llamarse humana. Algunos que deben estar presentes pero no están siempre al alcance . La belleza, o la intelectualidad no están al alcance de todo el mundo. A fin de cuentas no exigimos a nadie que sea más hermoso o inteligente que otro.

Por otro lado, sí reclamamos a todo el mundo que sea honrado, justo, que viva en libertad. Quien prefiere la esclavitud a la libertad, la injusticia a la justicia, la desigualdad a la igualdad… no se puede llamar persona. Los valores morales son los que reclamaríamos para una existencia humana y que están al alcance de cualquier fortuna.
Una sociedad se tiene que organizar de modo que las creencias se acomoden a estas ideas. La gran tarea de las sociedades consiste en hacer que los valores morales se conviertan en creencias y muevan las decisiones cotidianas. Que quien viva según estos valores no necesite ser un héroe.

Educar en la escuela y en la familia

¿Cuáles serían? Los valores morales concretos de los que no se puede prescindir y en los que obviamente hay que educar en la escuela, en la familia, en una sociedad que se denomine pluralista.

Los valores son atractivos en sí mismos pero para encontrarlos hay que adentrarse en la realidad, nunca se descubren pasivamente. Si alguien no experimenta la vida de los marginados es difícil que llegue a descubrir la solidaridad, si no se siente marginado no verá el valor de la igualdad y si nunca necesita ayuda, tampoco sabrá lo extraordinario que es echar una mano. Los valores se aprenden a través de un proceso de degustación. Quien no degusta la libertad puede preferir la esclavitud que, al fin y al cabo, es más cómoda.

Los valores de los que quisiera hablar son cinco, los tres famosos de la revolución francesa y dos más: libertad, igualdad, solidaridad, respeto y diálogo. Lo interesante no es nombrarlos, sino entender su significado y cómo se desarrollan en la vida cotidiana:
La libertad como independencia es la propia del liberalismo y el estado moderno: de expresión, de conciencia, de asociación, de desplazamiento… Son las libertades básicas que alguien puede ejercer sin interferencias. Pero toda libertad apareja una responsabilidad y me parece que ya es hora de que a las famosas libertades, tan valiosas, les demos ese otro lado de forjar gente preparada para ejercerlas. El pueblo griego entendió que ciudadanos libres eran aquellos que participaban en la Asamblea a la hora de tomar decisiones. Libertad era participación. Como autonomía, significa ser dueño de la propia vida. Hoy, no sólo no se participa sino que se acaba subyugado por algún medio o por cualquier ser más o menos importante.

Es preciso dar criterios para que los jóvenes se formen a sí mismos y ejerzan la libertad. La igualdad ha de ser de dignidad, económica y de formación. A través del aula hemos de convecer a los alumnos que la relación con el tercer mundo y las clases desprotegidas no es un tema de solidaridad, sino de igualdad.

Es imposible ser solidario sin experimentar debilidad, tristeza o desánimo. Quien no degusta el valor de estar con otro en un momento de vulnerabilidad no puede saberlo y lo necesitamos todos los seres humanos. La solidaridad debe ser local y universal, pero ésta última hace que olvidemos a los que están al lado.

Siempre he preferido el respeto a la tolerancia, porque tolerar a fin de cuentas significa resignarse. Uno no puede respetar una opinión que le parece claramente inmoral. Las personas son siempre respetables, las opiniones tienen que merecer el respeto.

Del diálogo todo el mundo se acuerda cuando truena y ya nadie sabe qué hacer. A mi juicio, nunca debería convertirse en una coartada, no es una cuestión de negociación sino de reconocimiento.

0
Comentarios