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Entre la baja natalidad y el paro

Aunque parece que se ha puesto de moda entre los políticos hablar de la familia, en sus propuestas se echa de menos un mayor análisis de la situación. Las familias se siguen enfrentando a decisiones educativas importantes dependiendo de factores socioeconómicos. Por José M. Lacasa.
Miércoles, 13 de noviembre de 2002
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La familia parece estar de moda entre los políticos. Después de años ignorando las necesidades de las familias, parece que las ayudas para resolver los problemas de los hogares van a ocupar gran parte de las campañas electorales de los partidos. Las soluciones relativas al cuidado de los niños o a la adquisición de una vivienda son dispares, aunque las medidas suelen buscar más la rentabilidad electoral a corto plazo que modificar las estructuras que hacen posible la existencia de estos problemas.

No es difícil encontrar juntas medidas que faciliten a los padres pasar más tiempo con sus hijos de temprana edad, mientras otras permitan una dejación de funciones de los progenitores en los colegios cuando son un poco más mayores, como si el ambiente familiar no debiera ser el principal formador de los niños y adolescentes.

Informe

Sin embargo, un informe publicado por Caixa Catalunya revela que las familias siguen considerando como transcendente la inversión en la Educación de sus hijos, y que estas decisiones se encuentran condicionadas por la situación económica en que se encuentran y por la impresión que se tenga en el seno de la familia del posible sueldo futuro –es decir, si va a merecer la pena o no invertir ese dinero o , al menos, dejar de ganarlo.

Sin embargo, esta decisión no es fundamentalmente económica como de la percepción de los padres de lo que puede suponer para su hijo seguir o no estudiando: por eso, en hogares donde el nivel del cónyuge que lleve el peso económico del hogar es más elevado, la apuesta por la continuidad del estudio de sus hijos es mayor, y depende menos de la coyuntura económica, siempre comparando familias con ingresos similares.

El paro, clave

Sin embargo, el paro es el elemento más determinante en España. También influyen los llamados “predictores de la demanda educativa”: los mejores son los salarios de los jóvenes de la misma edad que los que están estudiando, y los sueldos del grupo de edad por encima. Pero el definitivo es la tasa de paro percibida en estos dos grupos.

Como podemos apreciar en el cuadro superior (Tasas de paro según la edad y el nivel de estudios para el año 2001), los datos demuestran que a mayor nivel de estudios, menor es la amenaza de paro, pero siempre a partir de una edad estable, por encima de los 35 años.

Si observamos la evolución del nivel de paro juvenil en las últimas décadas, vemos que las tasas de paro en algunos momentos (mediados de los ochenta y principios de los noventa) han facilitado las decisiones educativas en muchos hogares: seguir estudiando frente a no hacer nada.

Algo que hacer

Sin embargo, las familias españolas se dejan vencer por el corto plazo en muchos casos, sobre todo cuando el nivel educativo de los padres es menor. Por ello, y a pesar de que los datos indican que es rentable –al menos para escapar del paro– estudiar más tiempo y acceder a titulaciones superiores, la percepción es distinta en muchas familias: a igualdad de renta, los padres con menos estudios, especialmente ante sacrificios económicos considerables –la disponibilidad de liquidez es otro de los factores críticos–, apuestan por recortar los estudios de sus hijos, pues perciben que el riesgo no merece la pena.
Por ejemplo, según el informe, “en un 83 por ciento de los hogares donde el sustentador principal tiene estudios superiores y con hijos entre 16 y 28 años, estos estudian. Pero el porcentaje cae a medida que lo hacen los estudios de la persona de referencia: en un 74’4 por ciento de los hogares en los que los sustentadores principales han cursado hasta secundaria no obligatoria sus hijos entre 16 y 28 años estudian, en un 63,7 de los hogares de aquellos que sólo alcanzan la secundaria obligatoria, en un 49, 3 si alcanzaron estudios primarios y en un bajo 31,4 si no cursaron ningún tipo de estudio”.
Por ello, aunque haya mejorado la situación económica en los últimos cinco años, al igual que las cifras de paro –o precisamente por ello– la salida laboral fácil se impone a la continuación de los estudios.

El que esa situación se de con mayor intensidad en los hijos varones –que abandonan antes los estudios que ellas– ya fue analizado en el informe “El rey desnudo. Componentes de género en el fracaso escolar”, (publicado en MAGISTERIO el 6 de marzo pasado).

Demografía

Otro de los factores determinantes en la mejora de la situación económica y en el aumento de la demanda de empleo joven sin cualificar es la caída demográfica.

En el lustro 1987-1992, la media de jóvenes de 16 años era de 670.000. En el año 2001 el número de personas de esa edad es de 474.000, un 29 por ciento menos. Por ello, y especialmente en zonas turísticas, la salida más fácil –y a pesar del riesgo claro, pero menos percibido, de que en el próxima sobresalto económico vuelvan a encontrarse en las filas del paro– es una inserción laboral temprana.

Sin embargo, y tras conocer tan de cerca el fantasma del paro, cualquier joven que se plantea pasar o no a un nivel superior tiene en cuenta el recuerdo de unos niveles altísimos de desempleo. El paro sigue siendo el “te puede tocar a ti” de varias generaciones de españoles.

Universitarios estabilizados

A partir de 1996 el porcentaje de jóvenes entre 16 y 28 años que seguían estudios posobligatorios se estabilizó alrededor el 46 por ciento (46’2% en 1996, 45’8 % en 2001), mientras que desde 1987 hasta 1996 el crecimiento había sido imparable (33’3% en 1987, 36’0 en 1990, 41’4 en 1993 y 44’2 en 1995). Un vistazo rápido podía achacar la responsabilidad a la entrada en el gobierno del Partido Popular (es un hecho que las políticas neoliberales bajan el número de titulados superiores). Sin embargo, aunque la política influye, no es un dato decisivo: primero, porque la tendencia comienza demasiado pronto, y segundo porque coincide con un significativo descenso del paro juvenil en esos años. Nos encontramos por tanto con que, al igual que en otras edades, la continuación de estudios posobligatorios, especialmente universitarios, depende también de la coyuntura laboral del momento. Y es que el fantasma del paro universitario, pese a ser menos real de lo aparente, ha dejado huella en las vigencias de muchas familias españolas, que apuestan por el pájaro en mano.

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