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¡Con las manos en la masa!

Los alumnos de Infantil y Primaria del CRA de Zarzalejo (Madrid) han llevado a cabo una “experiencia alimentaria” que les ha abierto el apetito: un taller de cocina, que además de servirles para adquirir una serie de hábitos alimentarios, les ha ayudado a comprender lo que es la convivencia.
Miércoles, 5 de febrero de 2003
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Nuestro centro tiene en total 28 alumnos de diferentes edades. Los alumnos colaboraban mucho con las profesoras y entre ellos mismos, de forma que nos complementábamos unos a otros. Se trataba de un grupo de mayores que colaboraban mucho en ayudar a los pequeños, protegerlos y enseñarles durante las horas o momentos en que estaban juntos.

Las profesoras, al ver esta gran colaboración y este ambiente de compañerismo que había entre ellos, decidimos realizar una actividad en la que no sólo se tratara de enseñarse unos a otros dentro de un mismo aula, sino intentar que todos colaboraran con todos en distintas actividades, combinándose para ello todos los niños de las distintas aulas. No sólo se trataba de que los mayores enseñaran a los pequeños y les cuidaran, sino que ellos también aprendieran de los pequeños en su forma de actuar, de observar, de asombrarse, de responder, etc.

Motivaciones y ventajas

En primer lugar, hay que destacar las motivaciones que nos llevaron a realizar esta experiencia:

—Las conversaciones que mantuvimos entre todas las profesoras, ya que era una actividad que nos parecía bastante sugerente, pues resultaba novedosa para los alumnos, constituyendo una forma clara de salirse de la rutina diaria.
—Estar trabajando la misma unidad didáctica: los alimentos.
—La necesidad de variar y de hacer algo diferente que motivase también a las profesoras y así poder realizar actividades diferentes con los alumnos.

De la misma manera, analizamos las ventajas y posibilidades que teníamos de poder llevar a cabo la actividad, entre ellas:
—El número de alumnos era razonable, de manera que esto nos permitía formar grupos de trabajo reducidos con el fin de que todos pudieran participar activamente en todas las actividades que realizaríamos.
—La actividad en sí constituía una novedad para los alumnos que no habían realizado nunca un taller así.
—Una ventaja con la que contábamos también era la gran solidaridad que existía entre los alumnos de todas las edades del centro. Formaban una gran familia entre mayores y pequeños.

Organización del taller

En un principio, y recordando una idea de Tonucci, hicimos partícipes a los niños mediante la aportación de distintas recetas de cocina, de las cuales seleccionamos aquellas de más fácil realización. Así, resultaron seleccionadas tres recetas: pastas, torrijas y torta de queso. Una vez elegidas las recetas a realizar, el segundo paso era organizar a todos los niños. Esta vez la parte más complicada, puesto que nos teníamos que basar mucho en el observación diaria de los alumnos, ver las interrelaciones existentes entre ellos, ubicar adecuadamente a los líderes de cada grupo. Formamos grupos y cada uno acudió a un taller distinto cada día.

Metodología

Cuando los niños llegaban al taller ya estaban todos los ingredientes y utensilios necesarios para la elaboración de la receta. Después de lavarnos las manos nos reunimos en asamblea y de forma ordenada olemos, tocamos y probamos cada uno de los ingredientes.

Las recetas de cocina estaban copiadas en un mural, bien secuenciadas y con los símbolos adecuados para que hasta los más pequeños pudieran ir descubriendo ellos solos los pasos que había que seguir, de manera que pudieran adelantarse a la explicación de la profesora. Este esquema estuvo presente en todo el proceso de elaboración y lo más interesante fue ver cómo los mayores iban guiando y haciendo partícipes a los más pequeños en la actividad.

Una vez terminada la elaboración de cada una de las recetas, realizamos un análisis más profundo de la experiencia teniendo en cuenta las posibilidades de cada grupo de niños según su edad:

—Los mayores realizaron un trabajo sobre alimentos según los ingredientes utilizados en cada receta.
—Los más pequeños recordaron los pasos que se habían seguido para la elaboración de cada receta ilustrándolo mediante dibujos alusivos.
Al terminar todos los talleres, nos reunimos todos para intercambiar ideas sobre la experiencia y para que fueran los propios alumnos los que evaluasen la actividad.

Fines de la experiencia

Los objetivos que pretendimos con el taller de cocina fueron:

—Proporcionar a nuestros alumnos una experiencia “diferente” de trabajo, intentando crear actitudes de colaboración y participación.
—Completar esta actividad con otras realizadas en el aula sobre el estudio de los alimentos, enfocando el tema en una Educación para el Consumo y para la Salud, pero de una manera mucho más atractiva y sugerente.
—Aprender a tomar contacto con la realidad, aplicando en la práctica aquello que habían estado estudiando en la teoría.
—Intentar que los pequeños y mayores, ya acostumbrados a ayudarse unos a otros fuera de las clases (en el recreo), continuaran esta colaboración dentro del aula.
—Hacer comprender a los padres que este tipo de actividades no constituyen una tarea aislada, sino que están muy relacionadas con el trabajo habitual de la clase. Para que los alumnos realicen aprendizajes significativos tienen que descubrir una utilidad, una aplicación en su realidad cotidiana.
—Dejar a un lado muchos tópicos, que se manifiestan más en las zonas urales, en donde los roles masculinos y femeninos están estereotipados.

Sonia DEL RÍO,
Mª Jesús SANTAMARÍA y
Mª Isabel CLARAMUNT
CRA de Zarzalejo, Sta. María de la Alameda (Madrid) 

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