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Cuando los agresivos son los profesores

No son casos habituales, pero no por ello dejan de ser preocupantes: los profesores también pueden llegar a desarrollar conductas violentas. La actitud de un docente que trabaja en Navarra nos lleva a analizar la cuestión.
Miércoles, 25 de febrero de 2004
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Autor: Daniel HERNÁNDEZ

Siempre que hablamos de violencia escolar pensamos en las actitudes agresivas de los estudiantes hacia sus compañeros o hacia los profesores. Sin embargo también existen casos de crueldad de estos últimos hacia sus pupilos. Son episodios que, pese a no estar generalizados, enrarecen sobremanera el desarrollo de la vida en los centros. En ningún caso es justificable este tipo de violencia, pero es más grave cuando tiene su origen en una persona adulta, plenamente responsable de sus actos, preparada (al menos en teoría) para hacer frente a las presiones psicológicas inherentes a su profesión y que debe erigirse en ejemplo a seguir por los jóvenes que están a su cargo.

Esta cuestión vuelve al primer plano de la actualidad tras el caso registrado en Navarra, donde los alumnos de dos centros han dejado de ir a clase debido al trato vejatorio que les depara un profesor. Los problemas empezaron en el mes de noviembre, momento en que los padres ya mostraron su desencuentro con la actitud del docente, profesor de Euskera en ambos centros. Los malos tratos psicológicos se tornaron físicos cuando, siempre según la versión de los alumnos (niños de entre 3 y 12 años), el profesor empujó a uno de ellos contra un pupitre.

El proceso a seguir

Cuando se presenta un caso de violencia por parte del profesor, el proceso a seguir para solucionar la situación se inicia con la preceptiva denuncia ante las autoridades del centro de estudios, tras la cual éste abre, si procede, un expediente sobre el caso. Esto se hace tras un proceso en el que se cotejan las impresiones de todas las partes implicadas y se delibera sobre el peso que tienen los hechos. Si finalmente se abre el expediente, este documento se envía al Servicio de Inspección, que a su vez lo traslada a la Dirección de Área. La resolución de este organismo se devuelve a Inspección, que comunica a los interesados la sanción impuesta al docente. Ésta puede cristalizarse en la suspensión de empleo y sueldo, o sólo sueldo, el traslado, e incluso la inhabilitación, penalización extrema para la cual es necesario recurrir a los tribunales de Justicia ordinaria.

Frustración

Pese al proceso legal existente para penalizar los comportamientos irregulares de los profesionales de la Educación, no siempre se logra dar satisfacción a las víctimas de las agresiones, ni tampoco acabar con el problema. En Aragón, por ejemplo, un profesor fue enjuiciado por un delito de agresión sexual contra dos de sus alumnas. Se siguió el proceso establecido, pero cuando se llegó a los tribunales las familias de las niñas pactaron con la defensa del acusado la retirada de los cargos con la condición de que el profesor no volviera a ejercer en el centro donde ocurrieron los hechos. Sin embargo, después de que la sentencia retirara la plaza al acusado, éste opositó de nuevo y, tras deambular por centros de Canarias y Huesca, consiguió volver al mismo colegio en el cual abusó de las niñas.

El porqué

¿Qué lleva a un profesor a desarrollar una actitud violenta hacia sus alumnos? En opinión de José María Avilés, responsable del área de Salud del sindicato STES-i, “en un principio este problema tiene su raíz en la idiosincrasia personal de aquellos docentes que no son capaces de encontrar cauces para resolver conflictos de manera pacífica. Por eso es tan importante que desde el momento en que se configura el grupo se establezcan estrategias para resolver los conflictos”.

Avilés ha coordinado un estudio sobre los riesgos psicosociales de los docentes. Descartando otros como el bullying, el síndrome del profesor quemado o el mobbing, el experto considera que el único que el único riesgo psicosocial que puede llegar a derivar en una conducta agresiva es el estrés: “es posible que, merced a una situación de presión emocional, se alcancen situaciones límite, si bien éstas se relacionan más con la elección de pautas de comportamiento erróneas que con el estado de estrés en sí mismo”.

Soluciones

La clave para resolver estos problemas la ofrece José María Avilés: “hay que exigir a las autoridades el fomento de la cultura de la convivencia, del entendimiento. Los conflictos no son ni buenos ni malos en sí mismos: simplemente existen. Por ello, hay que tomar medidas para evitar a toda costa un desenlace de carácter violento”. 

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