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Un lustro trabajando en el Dicasterio Romano de Educación

El Hermano Francisco Martín trabajó, bajo el aliento incansable de Juan Pablo II, durante cinco años en la Congregación de Educación católica. En una entrevista a MAGISTERIO explica los recuerdos que tiene del Papa recientemente fallecido y da una visión del enorme cariño que Juan Pablo II tenía a los profesionales de la Educación.
Miércoles, 13 de abril de 2005
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Autor: Álvaro MONTOLIU T

El Hermano salesiano Francisco Martín es, pese a que no lo aparenta por su dinamismo y capacidad de trabajo, un venerable anciano de 72 años. Perteneciente a una orden religiosa cuya vocación va asociada a la Educación, toda su vida la ha dedicado a la juventud y a la enseñanza.

Después de muchos años de director de distintos Colegios Mayores en Madrid, hizo las maletas y se fue a Paraguay, país en el que estuvo 10 años y del que todavía conserva parte de su acento. Allí estuvo preparando al profesorado de Secundaria para la implantación de un nuevo formato de Secundaria. Desde ahí se fue casi directamente a la Universidad de Iasi (Rumania) donde durante seis años estuvo impartiendo clases de castellano. En 1999, y todavía en Europa del Este, recibió una llamada del Vaticano. El Papa Juan Pablo II requería de sus servicios para la Congregación de Educación Católica.

“Fue desde luego una llamada que no esperaba, pero que me llenó de alegría”, afirma el Hermano Martín mientras recuerda paso a paso el viaje que le llevó a Roma junto al sucesor de Pedro.

Dentro de este Dicasterio Romano, Martín trabajó dentro del Departamento de Educación de Escuelas Católicas. Su función era la de informar a los nuncios y obispos de todos los países de habla hispana, portuguesa y rumana de la situación de la Educación para con la Iglesia en los gobiernos de los distintos países. Reconoce que se trataba de un trabajo arduo y muy burocratizado por lo que no tiene anécdotas con las que poder recorrer los colegios salesianos y entretener a la juventud. “Fue un trabajo duro y de mucho papeleo”, afirma.

A pesar de ello no cambia por nada del mundo los cinco años que trabajó en la Ciudad Eterna. Recuerda con especial cariño el año jubilar. “Tuve la suerte única –rememora Martín–. de haber vivido el año del jubileo en Roma”. Explica orgulloso que su oficina estaba situada en el primer edificio, justo donde acaban los brazos de la columnata de Bernini. “Como el Papa salía casi a diario a la Plaza San Pedro, trabajábamos pudiendo escuchar la enérgica voz del Santo Padre”. También recuerda la audiencia que ese año tuvieron los empleados del Vaticano con Juan Pablo II, o la vez que recibió la Comunión de manos del Santo Padre.

Fueron años de muchas emociones. Las multitudinarias canonizaciones del Padre Pío, de Jose María Escrivá, de la Madre Teresa, la promulgación de los Misterios de la Luz o la publicación del documento Las personas consagradas y su misión en la Iglesia son sólo algunos ejemplos. “Pero el recuerdo más especial –y mientras dice estas palabras, el rostro de Martín se ilumnia– fue cuando el Papa nos recibió, a los 25 que trabajábamos en el Dicasterio. Uno a uno fuimos pasando para saludarle. Me arrodillé. Le besé la mano y el Papa me dió unas palabras de aliento que por la emoción no puedo recordar, pero que desde entonces me han servido para trabajar con más ahínco”.

Es posible que aquello que Juan Pablo II le dijera a Martín, y que éste, pese a no poder recordarlo quedó marcado a fuego en su corazón, fuera algo parecido a lo que escribió, dirigiéndose a los jóvenes en la Carta Apostólica del 31 de marzo de 1985: “Pienso en vuestros maestros, vuestros educadores, guías de las mentes y carácteres de jóvenes. ¡Cuán grande es su misión!¡Qué responsabilidad la suya!¡Pero qué grande es también su mérito! Pero cuando nos planteamos el problema de la instrucción, del estudio, de la ciencia y de la escuela, surge un problema de importancia fundamental para el hombre y especialmente para el joven. Es el problema de la verdad. La verdad es la luz de la inteligencia humana. Si desde la juventud la inteligencia humana intenta conocer la realidad en sus distintas dimensiones, esto lo hace con el fin de poseer la verdad: para vivir de la verdad. Tal es la estructura del espíritu humano. El hambre de verdad constituye su aspiración y expresión fundamental”.

Así era el Papa Wojtyla. Educador de educadores. De hecho, en su juventud fue profesor universitario en Polonia y, probablemente, fue algo que llevó consigo toda la vida.

“España es un país con hondas raíces cristianas”

¿Qué legado ha dejado el Papa a los educadores?
Juan Pablo II ha demostrado que se puede mantener la Tradición de la Iglesia y ser consecuente con las ideas propias en estos tiempos de laicismo exagerado. Dentro de la línea tradicionalista, ha dado un aliento de fidelidad a los compromisos cristianos adquiridos por el Bautismo y confirmados sucesivamente con los demás Sacramentos.

¿Manifestó alguna vez alguna preocupación por la situación en España en referencia a la asignatura de Religión?
Por supuesto era un tema que le preocupaba y quedó patente en Cuatro Vientos. España es un país con hondas raíces cristianas y no puede mirar hacia otro lado. El problema en este caso es que muchos colegios, incluidos los de religiosos, tienen el concierto económico, y el Estado se sirve de eso para apretar. Alentaba a mantenernos fieles a nuestras tradiciones a pesar de las dificultades.

¿Cómo veía Juan Pablo II a los educadores?
Magníficamente. Siempre los recibía con entusiasmo y palabras de ánimo. Les hacía ver la importancia de su trabajo por la gran influencia que tiene un profesor sobre sus alumnos. En este sentido siguió al pie de la letra la Divini Illis Magister de Pío XI. Por cierto, su lectura daría muchas luces a los maestros de hoy en día.

¿Qué dificultades se encontrará el nuevo Papa en cuestiones de Educación?
Va a encontrar dificultades en Educación y en todos los otros campos.
Juan Pablo II ha sido de la escuela tradicionalista y aunque a veces ha chocado con aspectos de la sociedad propios de este tiempo, era una figura muy respetada. Además, y pese a la poca práctica entre la gente joven, este Papa tenía un gran poder de convocatoria con la juventud. Era un don especialísimo que él tenía. Aún así los jóvenes no acaban de responder con su vida a las peticiones del Papa.
Ojalá el Papa que venga sepa recoger el testimonio de la Tradición de la Iglesia, pueda adaptarse a los tiempos actuales y tenga el poder de reunión que tenía este. Ahora hay que rezar para que el Espíritu Santo ilumine al Colegio Cardenalicio y salga elegido un buen Papa.
 

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