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Japón: la excelencia tiene un precio

Sin duda uno de los modelos de enseñanza con mejores resultados a nivel mundial, el sistema japonés muestra su cara menos amable con la proliferación del acoso escolar y la soledad obsesiva que, curso tras curso, abrazan miles de alumnos, muchos de los cuales dejan incluso de asistir a clase por miedo social. Tras décadas sosteniendo el extraordinario crecimiento económico del país a base de sacrificio y ultra-competitividad, la escuela nipona empezó a tomar consciencia de sus efectos adversos en la década de los 80, y desde entonces se halla inmersa en un proceso de revisión continuo.
Miércoles, 30 de noviembre de 2005
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Implantado en 1947 por los EEUU tras su victoria en la II Guerra Mundial, el actual sistema educativo japonés importa su esencia de los modelos occidentales contemporáneos. Seis años de Primaria, tres de Secundaria, otros tres de Bachillerato y Universidad. Escuela obligatoria y gratuita hasta los 16 años. Semanas lectivas de cinco días (sólo desde 1997, antes también se iba a clase los sábados). Clases de nueve de la mañana a tres de la tarde.

Sustento del milagro económico en el país del sol naciente, la mayoría de los colegios e institutos de Japón son además públicos, laicos y mixtos. Pero ante todo proporcionan un nivel de formación que desata admiración y envidias unánimes en el mundo rico. Y a casi todos sus alumnos: el 90% se gradúa en Bachillerato y un 40% accede a la universidad.

En cierto modo, la fórmula nipona demuestra que los objetivos de la comprensividad no son tan utópicos como a veces se quiere creer: en esta lejana isla de perfil estilizado, calidad e igualdad han ido bien cogidas de la mano durante los últimos 50 años. Hecho incuestionable que en parte desmonta el argumento según el cual, en Educación, el café para todos tiende siempre a igualar por abajo.

Academias

Por supuesto, el sistema japonés ha cimentado su rotundo éxito en algunas peculiaridades que lo distinguen de sus homólogos occidentales. Por ejemplo, el calendario escolar en la Educación obligatoria se sitúa en torno a los 240 días lectivos, dos meses completos más que en España. Desde la óptica de la apariencia, el respeto al recinto escolar es exquisito: los niños calzan zapatillas de interior (uwabaki) al entrar y limpian el aula cuando finaliza su horario lectivo.

Más importante, los duros exámenes de ingreso a los centros que imparten Bachillerato y a la universidad han generado un clima de competitividad extrema del que nadie se encuentra a salvo.

Tras una Primaria relativamente relajada, los chavales japoneses encaran su vida en el instituto conscientes de que la diversión ha tocado a su fin. Clases (en la escuela), más clases (en las academias privadas o juku) y deberes en casa componen el menú diario de cualquier estudiante nipón entre los 12 y los 17 años. Paradójicamente, la exigencia decae en la universidad, una suerte de oasis entre el “infierno de los exámenes” (juken jigoku) de las etapas anteriores y la sacrificada vida laboral del japonés medio.

La mera proliferación de las juku –a ellas acude el 60% de los alumnos de Secundaria y Bachillerato–, centros cuyo objetivo no es tanto enseñar (como en España) lo que no se ha aprendido en la escuela, sino transmitir más conocimiento del ya adquirido, pone de relieve las enormes diferencias de concepto entre la Educación japonesa y la occidental. Sea producto de hondas raíces culturales o el resultado de una política educativa diseñada para levantar al país tras el trauma de posguerra, el caso es que los estudiantes del Japón conviven con los conceptos de esfuerzo y alto rendimiento casi antes de empezar la adolescencia. Orgullosa y dispuesta, la nación ha acogido la doctrina como la única salida al progreso ante sus limitaciones físicas.

Encierro casero

Sirvan como ejemplo las reflexiones de Ayako Suzuki, estudiante de la Universidad de Nagoya. En un ensayo sobre la enseñanza en su país, Suzuki explica los beneficios de reducir la semana lectiva de seis a cinco días, dividiéndolos en tres ámbitos. Uno son las actividades extraescolares que los chavales podrán desarrollar los sábados (ella habla de clases de inglés, visitas a museos científicos…). Las otras dos, acciones de voluntariado y aumento del contacto con la familia. El incremento del tiempo de puro ocio es, para Suzuki, un efecto indeseable de la medida adoptada en 1997.

La maquinaria ha funcionado con escasos problemas de engranaje hasta los años 80. Fue entonces cuando arreciaron con fuerza los primeros síntomas de disfunción: violencia y acoso escolar rampantes y, como rasgo distintivo, una tendencia a recluirse en soledad entre los estudiantes inédita en el mundo desarrollado.

Lejos de ser un invento mediático, el síndrome hikikomori –encierro a cal y canto en la propia habitación con dosis enfermizas de internet, videojuegos y televisión– se ha convertido en una de las grandes preocupaciones de la sociedad nipona.

Mezcla de miedo social y obsesión tecnológica, el problema afecta a un número indeterminado de alumnos. Sólo se sabe de aquellos que lo padecen en su versión más severa: son los aproximadamente 50.000 chavales de Primaria y Secundaria que curso tras curso dejan de asistir a clase durante tiempo prolongado “por motivos emocionales”, citando al ministerio japonés de Asuntos Exteriores.

La delgada línea roja que separa la excelencia de la paranoia está obligando a reformular el modelo educativo de la segunda potencia económica del mundo. Tras reducir la semana lectiva, ahora se habla de recortar aún más el calendario y flexibilizar los currícula. En parte para ablandar el rígido igualitarismo del sistema, pero sobre todo con el objetivo de suavizar los contenidos mínimos y regalar más tiempo de puro entretenimiento a la clase estudiantil. Tras décadas de entrega incondicional al estudio, no hay duda de que se lo merece.

Historias de éxito

Cuando en 1868 arranca la modernización del sistema educativo japonés con el inicio de la etapa Meiji, el país cuenta con una tasa de alfabetización del 40%, una de las más altas a nivel mundial (en 1860, España tenía un índice del 24%). De ello son responsables las reformas introducidas durante el régimen Tokugawa (1603-1868), mediante las que se establecían dos tipos de escuela: hankou (de élite, sólo para los hijos de samuráis) y terakoya (dirigidas a la masa plebeya). Originalmente ubicadas en templos budistas, estas últimas ofrecían formación básica en lectoescritura, mientras que las primeras enfocaban la Educación en sus vertientes moral, militar, científica y humanística, todo desde una perspectiva confuciana.

Las medidas de racionalización implantadas al comienzo del período Meiji dieron pronto sus frutos: a finales del siglo XIX, sólo el 10% de la población nipona era analfabeta. Japón arranca el siglo XX con la Educación Primaria prácticamente extendida a todas sus capas sociales, aunque los estudios superiores siguen reservados a las clases pudientes. Hasta la II Guerra Mundial, la enseñanza japonesa se debate entre acoger las nuevas ideas de occidente (Montessori, misioneros cristianos, universidades imperiales alemanas…) o conservar con celo sus propias peculiaridades. Un debate que, con altibajos, se mantiene hasta nuestros días.

Orden y escasa diversidad

Catedrático de Educación Comparada por la UNED, el profesor José Luis García Garrido es un profundo conocedor del sistema japonés: no en vano ha escrito el capítulo correspondiente a Japón en la obra Sistemas educativo de hoy (Editorial Ediasa). Tras visitar las aulas japonesas con una cierta regularidad, García Garrido confiesa su admiración por la armonía que éstas destilan: “el clima de convivencia es mucho mejor que en Europa. La escuela japonesa funciona ordenadamente y con un clima de gran disciplina”, asegura. El catedrático reconoce que la fuerte competitividad del modelo nipón crea “una fuerte tensión que engendra violencia”, aunque, según él, ésta suele producirse fuera del recinto escolar. García Garrido también percibe escasa diversidad y autonomía en los centros japoneses, algo que atribuye a factores culturales.

“En Japón hablamos de acoso escolar desde hace 20 años”

Tomoko Nakada es la directora del Centro Cultural de la Embajada de Japón. MAGISTERIO ha hablado con ella.

La Educación japonesa mantiene unos niveles de calidad envidiables desde hace décadas. Sin embargo, parece que se quiere reformar el sistema educativo. ¿Por qué?
Lo que se pretende es adaptar el sistema a la actualidad. Es un cambio que no sólo afecta a la Educación, sino también a otros aspectos: los modos de vida en Japón, las costumbres, todo está adaptándose a los nuevos ritmos de vida, sobre todo por la influencia de otras sociedades. El sistema educativo era demasiado rígido: los niños solían tener muy poco tiempo para jugar con los amigos, por ejemplo. Esto es lo que se quiere modificar para que los niños puedan disfrutar más de su tiempo. También se busca dar más flexibilidad al sistema para que se adapte a las capacidades y méritos de cada niño. Es lo que demanda la sociedad actual y es un poco lo que no tenía el sistema anterior.

¿Se trata entonces de rebajar la exigencia? ¿De quitar presión al alumno?
No sé si es presión lo que sienten… Se trata de que tengan más tiempo rebajando contenidos obligatorios y dando más libertad a los profesores para que diseñen sus clases. Parte de lo que aprendían antes como obligatorio se incluirá sólo si el profesor ve que el nivel de la clase es suficiente y que los niños van a poder aprenderlo. Menos contenido obligatorio y más flexibilidad.

¿Es cierto que haya aumentado la violencia en las aulas japonesas? En España hay gente que piensa que el acoso escolar es el mismo de antes, pero que ahora se habla mucho más del tema.
Sí hay gente que dice que ha aumentado, pero en parte también es un producto periodístico. Hablar de violencia en las aulas en el caso de Japón no es algo reciente: se da desde hace 20 años o así. La diferencia es que ahora es un poco más fuerte en intensidad, por la influencia, puede ser, de internet, la televisión, los videojuegos… Los niños son más agresivos, me da la sensación. Antes había maltrato, en plan broma o porque alguien no caía bien, y esto creo que no ha variado mucho, pero ahora es más fuerte, más agresivo. No es tanto el aumento, sino la forma lo que ha variado mucho.

Lo que si parece que diferencia a algunos alumnos japoneses es su tendencia patológica a recluirse en casa. Hay muchos estudiantes que dejan incluso de ir a clase por el miedo social…
El problema es real, pero claro, no todo el mundo lo tiene. Desde luego, es más grave entre jóvenes adultos que entre los escolares. En el caso de los alumnos que lo padecen, suelen ser los mismos que padecen violencia. Hay que diferenciar un poco el que se encierra por voluntad y el que lo hace como consecuencia de la violencia que ha sufrido. Creo que una buena parte de los casos son aquellos que han sido blanco del acoso y no quieren ir a la escuela porque creen que sus compañeros se van a ensañar…, aunque también hay niños que simplemente quieren evitar el contacto con la gente.

Hay quien opina que estos problemas son también consecuencia de la alta competitividad intrínseca al sistema japonés. Y hay otros que dicen que en parte nacen por la influencia de la cultura occidental, más individualista y menos respetuosa con la idea de comunidad.
La influencia occidental es clara: el mundo es cada vez más pequeño, hay más gente que viaja, más intercambio… Pero no creo que esto afecte al sistema educativo de forma significativa. Otra cosa es la competitividad. Muchos piensan que no se debería obligar a los niños a que sean tan competitivos, pero el sistema está ahí. Para entrar en las buenas compañías se elige a los mejores y, en el caso de Japón, la selección se relaciona con el nombre de las universidades. Si vas a una prestigiosa, tienes más salidas. Así, para entrar en una buena compañía tienes que ir a una buena universidad, y para acceder a ésta tienes que ir a un buen colegio y sacar buenas notas: se obliga a los niños a que sean competitivos desde edades tempranas. Además, los padres quieren que sus hijos tengan un buen futuro, y como los amigos de sus hijos van a una buena academia y están estudiando más, entonces ellos también envían a sus hijos a esa academia.

¿Cree que ideas como el esfuerzo o la disciplina están bien asentadas en la cultura japonesa, y que esto ha ayudado a obtener resultados tan buenos? ¿Responde esta percepción a un tópico occidental sobre el pueblo japonés?
La cultura del esfuerzo tuvo su época después de la II Guerra Mundial. Japón estaba destruido y tenía que levantarse, y como prácticamente no tenemos recursos naturales, como lo más importante son los recursos humanos, estaba claro que cada uno quería dar lo mejor para que su país se levantara. Así logramos que todo marchase bien. Esto es cierto, y es probable que de ahí venga el tópico. Pero la realidad ha cambiado mucho, y los japoneses actuales son muy diferentes: ahora no hay que levantar el país, poco a poco hemos conseguido el objetivo, de manera que la gente ha cambiado su manera de ser y de pensar.Considero que la cultura es en buena medida el reflejo de su época.  

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