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"La Educación no lo puede todo: hay límites"

Confiesa que la razón fundamental para escribir este libro (Los hijos tiranos. El síndrome del emperador. Ariel, 2005) “fueron los padres que no merecían tener este problema”. El problema son los hijos violentos que tiranizan a sus padres, y el segundo problema es que la sociedad piensa que la culpa es de los propios padres. “Pero eso no siempre es verdad”, apostilla Vicente Garrido Genovés, profesor titular de la Universidad de Valencia y experto en psicopatías.
Miércoles, 11 de enero de 2006
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Autor: José M. LACASA

¿No son niños malcriados?
Un niño malcriado, producto de esta sociedad, no tiene por qué ser violento. Los padres permisivos tienen hijos irresponsables, pasotas, caraduras, que pueden meterse en problemas de drogas… todo lo que hacen los niños malcriados. Pero no son violentos, ni odian a sus padres. El síndrome del emperador es otra cosa.

Pero, ¿el clima de permisividad no lo favorece?
Sí, sin duda. Pero el problema que trata el libro es otro, y lo que me interesa es decirles a los padres con este problema lo que tienen que hacer, decirles que el problema no son ellos y que deben pedir ayuda.

¿Ayuda?
En el libro planteo el mito de la moldeabilidad absoluta, que es absurdo, frente a los avances actuales en biología molecular, en genética. Hoy sabemos que hay una estructura genética que no determina, pero que condiciona. El material importa mucho, y los padres no son dioses que puedan hacer todo lo que quieran. La Educación no lo puede todo: hay límites.

Es muy crítico con la frase “La Educación lo es todo”…
Es que no puede hacerlo todo, aunque sí mucho. Los padres, al asimilar el mensaje de que la Educación lo es todo, llegan a mi consulta avergonzados, culpabilizados. Vienen preguntando “¿qué he hecho mal?”. Y eso es un problema muy grave. Ya tienen bastante con la violencia de sus hijos.
Si supieran todo lo que va a pasar, podrían haber tomado medidas, pero es que ni siquiera son conscientes de que ese problema existe, ni de que tiene tales consecuencias. Y, aunque lo supieran, es tal el desamparo en que se encuentran, que no estaría justificado culparles.

¿En qué consiste tal desamparo?
No hay ayuda real, salvo que se tenga dinero para un psicólogo o para ingresarlo en un centro especializado. Nadie te va a ayudar: de tu pediatra, olvídate; un juez sólo interviene si el niño tiene más de 14 años, y como mucho le pondrá en libertad vigilada –la Ley del Menor sólo está pensada para el menor marginal, no para casos como este–; el sistema de salud mental es insuficiente en España, está muy abandonado; no hay ayudas por parte de la Administración; y lo último que necesita el psicopedagogo del centro es que le vengan con un niño así…
Los padres vienen culpabilizados, pero además reciben la culpabilización de la sociedad y la falta de ayuda. Y habría que hacer algo en este sentido.

Hace años, los padres de los anoréxicos también se sentía así, pero eso ya ha cambiado.
Eso ha cambiado porque se ha publicitado mucho, se pone de moda cíclicamente. Y eso es importante, porque tanto los padres como la gente entienden algo mejor las cosas, entienden que no es un problema educativo. Hace años se decía que la esquizofrenia era un problema de la actitud de la madre…
Muchos padres de una generación crecieron con la idea de que la culpa es mala. Por la cultura de la época, los padres vienen con la idea de que su hijo no debe sufrir un “trauma” –es decir, cualquier cosa que suponga dolor emocional. Pero eso es un error, porque la culpa es un sentimiento antropológico, no sólo religioso, que se desarrolla a lo largo de nuestra evolución como especie.
En la España actual, la culpa es un sentimiento inadecuado, conservador, “castrador”… y eso es un error.

Error que viene de largo.
Ahora entendemos que la actitud hacia los niños ha estado muy equivocada, porque hemos identificado el sentimiento de culpa con trauma, con frustración, limitación. Cuando en realidad es un auténtico recurso para que el ser humano sea completo.
En el libro digo que la familia y la escuela han perdido capacidad de socialización, y lo han perdido porque toda la sociedad ha creado un espíritu cultural donde la culpa ha quedado relegada. Por eso, la familia y la escuela tienen problemas. Todos hemos participado en la desorientación reinante: no exculpo a los padres, culpo a toda la sociedad.

Es curioso que vincule situaciones como padres agredidos, escuelas asediadas por jóvenes violentos y disminución del rendimiento académico.
Lo vinculo de tres maneras: uno, los hijos violentos con sus padres tienen pocos problemas para ser violentos en clase, y al revés no siempre es así; dos, la pérdida de socialización de las familias la sufren en sus carnes las escuelas; y tres, la pérdida de autoridad, respeto o imposición de unas directrices educativas en la escuela es un reflejo del tipo de sociedad que se ha generado.
Sociedad, por cierto, que se caracteriza por la idolatría a los jóvenes, la consideración minimalista del esfuerzo (no traumatizar, ya sabes) y unos estándares consumistas brutales. Esa realidad cultural tiene unos efectos brutales, y eso lo percibe la escuela.

Y también el niño, ¿no?
Un ejemplo paradigmático es el de Save the Children, que quiere incluir la bofetada en el Código Civil, que sea un delito. Y eso es absurdo, por una nalgada un día concreto no ocurre nada, es mucho peor la permisividad. Y ya tienes a un montón de críos diciendo a sus padres que les van a denunciar. Pero, ¿qué papanatismo estamos cultivando?
Otra cosa políticamente incorrecta: muchos adolescentes de 15 años se beneficiarían de poder trabajar y ganar algo de dinero. No diez horas, sino un trabajo integrado en su formación: sería fundamental para ellos. Pero, con la idea de “hagamos todo lo posible para que los jóvenes no sufran ningún tipo de frustración” estamos cultivando auténticos idiotas. Las cifras de fracaso escolar son muy reveladoras, pero no vamos a mejorar en absoluto.
Hemos subido cinco puntos en cuatro años…
Estoy hablando de la LOE. El Gobierno no es consciente de esto, no saben de qué va la película. No saben cual es el problema, y eso es una tragedia

Vaya panorama.
La violencia contra los padres ilustra una tendencia sociológica y una biológica (o caracteriológica): un hijo violento es producto de una predisposición, conjuntamente con un ambiente que no ha sido capaz de neutralizar, al menos, las tendencias más graves hacia la violencia. Ese argumento sociológico es el que está detrás de la violencia en la escuela y del fracaso escolar.

¿Por eso hay más?
El aumento de los hijos tiranos se debe a que antes, la estructura social y familiar limitaban el problema. En Japón, esta estructura es tan constreñidora que aprenden rápidamente que no pueden recurrir a la violencia. Pero el culto al narcisismo, al egocentrismo y al hedonismo hace que los niños con esa predisposición aprendan rápidamente que esto es jauja. Hay un culto al síndrome del emperador.

Dice que una actuación medianamente competente de los padres bastaría para la mayoría de los casos, si hubieran contado con la ayuda necesaria. ¿Dónde buscarla?
Una ayuda necesaria hubiera sido que, cuando el niño tiene 8-10 años, existiera una red de salud que lo hubiera ayudado de tres maneras: dando pautas pedagógicas para educar a los hijos; facilitando medicación en los casos graves; y dando “respetabilidad”, es decir, enviando un mensaje al sistema de asistencia social y a la escuela de que no es sólo un problema de pauta familiar. Así, los padres podrían sentirse acompañados por los profesores, no culpabilizados.

¿Qué pautas pedagógicas?
Pues unos límites muy definidos de comportamiento donde las recompensas y los castigos estén muy estructurados; aumentando las experiencias de socialización emocional (necesitan dosis masivas, pues su umbral para sentir emociones está muy alto). El padre debe saber que este problema existe, y debe saberlo lo más tempranamente posible, pues si no tiende a disculpar a su hijo y el problema estalla en la preadolescencia, cuando ya tiene una enorme magnitud.

¿Cómo evitar la “sobreprotección moral” de la que habla en el libro?
Renunciar al evangelio de “no traumatizar”. Esa filosofía de que la contrariedad es fuente de trauma. Me pregunto hasta qué punto hemos tenido la culpa de esto pedagogos y psicólogos.

Lo de los pedagogos lo tengo claro.
Pues los psicólogos también. Hemos cometido el error de echar la conciencia a la calle, y de interpretar cualquier dolor como sentimiento inadecuado. En el libro exijo recuperar lo que nos hace humanos: esforzarse por superar una pérdida, la capacidad de pensar con dolor sobre tus propios errores… Todo eso lo hemos olvidado, y nos hemos creado una vida falsa que genera infelices y fracasados.
 

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