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Cría cuervos: cuando el enemigo es nuestro hijo

Durante el pasado 2005 las fiscalías de menores españolas tramitaron 6.000 denuncias de padres que habían sufrido agresiones por parte de sus propios hijos. Víctimas y verdugos a un tiempo, los niños tiranos son el producto más evidente de una Educación que parte de supuestos erróneos: la ausencia de normas, la sobreprotección a toda costa y la concesión inmediata de cuantos caprichos demanden nuestros hijos.
Miércoles, 22 de febrero de 2006
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Autor: Rodrigo SANTODOMINGO

Caprichosos, mimados y sobreprotegidos, los niños tiranos son quizá la cara menos amable de un tipo de Educación que hace tiempo decidió dar la espalda al no, la frustración y la imposición de límites. Una forma de educar basada en la transigencia extrema y el acopio de bienes materiales sin ninguna clase de condiciones. Un modelo formativo que entiende de derechos pero no de deberes.

Tras la publicación de El Pequeño Dictador por Javier Urra —primer defensor del menor en España y actualmente psicólogo en la Fiscalía de Menores de Madrid—, el tema está más de moda que nunca. Televisiones y medios impresos le han dedicado espacio y tiempo abundantes, muchas veces resaltando el amarillismo que destila el asunto y destacando una cifra alarmante. Sólo en 2005, la justicia española recibió unas 6.000 denuncias de padres agredidos por sus hijos. A estas hay que añadir los muchos casos protagonizados por menores de 14 años que no recogen las estadísticas.

Y es que el surgimiento de tiranías caseras en las que los papeles tradicionales aparecen invertidos atrae nuestra atención tanto como escandaliza nuestras conciencias.

Más aún, el fenómeno encierra una paradoja que no puede sino desconcertar a los progenitores que decidieron acogerse al modelo permisivo: por no maltratar a mi hijo bajo ningún concepto, he terminado siendo maltratado por él.

¿Víctima o verdugo?

Para evitar malentendidos, Urra inaugura su obra con una advertencia: “La mayoría de los jóvenes no son tiranos, claro que no. Y en todo caso muchos más son víctimas de malos tratos que verdugos”.

Denotando un cierto sentimiento de culpa, consciente de que su imagen pública está fuertemente asociada a la lucha por los derechos de la infancia, el autor tarda poco en restar responsabilidad al hijo que ejerce de pequeño dictador. “Los niños pueden no ser inofensivos, pero sí inocentes. Su culpabilidad, su responsabilidad ha de ser compartida por quienes los educamos o maleducamos, los que olvidamos darles las instrucciones de uso para manejar la vida y no les indicamos cómo respetarse a sí mismos y a los demás”.

¿Pero cuáles son esos déficits educativos o factores sociales que empujan a un bebé sano (física y mentalmente) y acomodado a las garras del despotismo e incluso la crueldad hacia sus padres?

Hay algunos que se repiten en todos los casos (ver entrevista en pág. 3), sobre todo la ausencia de límites o el repudio de la frustración. Actitudes ante la Educación que Urra enmarca en una cambio de valores más profundo: “hemos pasado de la moral del sacrificio y la renuncia, al hedonismo. Todo se quiere alcanzar sin esfuerzo”.

Separaciones

A esto se añade el papel de unos medios de comunicación que, por repetición y frecuencia, “difuminan la gravedad” de los actos violentos.

Luego están los condicionantes que aparecen en el entorno más inmediato del niño. Ante todo, la familia y todo lo que la rodea: el número de hijos (o hermanos), las separaciones, el estado de la relación matrimonial…

No en vano el niño tirano suele ser hijo único o el más pequeño de la familia. Tampoco es infrecuente que sus padres se hayan separado, casi siempre (en el caso que nos ocupa) desplegando una amplia gama de reproches, faltas de respeto, recelos y actitudes poco conciliadoras que descolocan al hijo y, peor aún, le hacen que digiera y normalice la violencia intra-familiar.

Por último, ya sea por falta de tiempo o de interés, muchos padres “no ejercen su deber. Han dejado en gran medida de inculcar lo que es y lo que debe ser. Intentan compensar la falta de dedicación a los hijos tratándolos con excesiva permisividad”.

Laxitud en la norma, ñoña sobreprotección, violencia legitimada… Un explosivo cóctel que, unido a otras causas individuales, está dotando a nuestros hijos de todas las armas necesarias para que impongan su ley en casa. La solución empieza cuando el hijo nace, y se llama firmeza, cariño y algo de sentido común.

Infierno en casa

Gracias a su amplia experiencia en el trato con menores conflictivos, Javier Urra ha tenido acceso directo a muchos casos de niños maltratadores. Otros los conoce por su mera condición de investigador del fenómeno. Resumimos a continuación algunos ejemplos incluidos en su libro (nombres ficticios).

–En 2005, la madre de Diego (11 años) denuncia las continuas agresiones e insultos a que le somete su hijo. El caso aparece en televisión: durante dos meses, dos periodistas conviven con la familia, y filman una interminable cascada de gritos, vejaciones y pataletas. La madre recuerda que su segundo marido solía decirle que parecía que estaba “casada con su hijo”.

–Una madre llorosa cuenta a un catedrático de la Universidad de Málaga que su hijo le ha dado una patada por taparle el televisor mientras marcaban un gol. La madre se limitaba, como todas las noches, a servirle la cena en una bandeja… Asegura que nunca le ha reñido porque en las “películas americanas” los psicólogos aseguran que esto podría traumatizar al niño de por vida.

–Un periódico nacional da a conocer en abril de 2005 el caso de un niño de 7 años que muestra un comportamiento inusitadamente violento contra su madre y su abuela. Las agresiones empezaron a los 3 años, pero la madre dejó hacer porque interpretó que la actitud del niño era lógica ante un proceso de separación.

–Dolores agrede con arma blanca a su tía con su madre presente. La familia es de clase media-alta. Los padres atribuyen la agresión a que su hija ha tenido su primera menstruación hace un año. Desde entonces, aseguran, los problemas no han cesado.

“Es muy difícil ser un cabrón cuando notas el sufrimiento ajeno”

Sentado en una terraza del Retiro en una espléndida mañana de fin de semana, Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de Menores de Madrid y autor de «El pequeño dictador», despliega su amena locuacidad para explicar cómo y por qué algunos niños y adolescentes cambiaron su inocencia por la inflexible batuta del dictador casero.

¿Hay niños que nunca serían tiranos aunque se dieran todas las condiciones para que lo fueran?
Lo que tengo claro es que ningún niño bien educado sería tirano. Hay niños más difíciles, pero la herencia marca una tendencia, no condiciona. La Educación es fundamental. Si un niño nace bonachón, buen chico, afable, sonriente, cariñoso…, y los padres se proponen que sea un chaval conflictivo, hacen una quiniela para fallarlas todas, pues será problemático.

¿Y cuál es la buena Educación para conseguir que no lo sea?
¿Qué es educar? Son aspectos tan sensibles, tan callados, tan de persistencia, tan de coherencia… La gente pregunta ¿y qué le tengo qué decir? ¿y cuándo se lo tengo que decir? ¿y con qué comunicación no verbal? Luego está claro que cada hijo es diferente, no se puede educar igual a todos. Pero el problema central es que se sobreprotege mucho. Hay muchos niños solos, que no salen a jugar a la calle, que no entran en contradicción con nadie, con madres que establecen relaciones casi edípicas.

Entre los errores educativos que favorecen convertir al niño en dictador de sus padres, ¿existe alguno que se repita en todos los casos, que sea sine qua non?
No poner límites y no aceptar la frustración. La frustración es parte de la vida. Hay veces que se te muere un amigo, otras vas a coger el coche y se te ha pinchado una rueda. Hay quien reacciona liándose a patadas y quien dice, mira, es la vida… Pero eso hay que transmitirlo. Si todo en casa es presión de consumo, todo “yo el primero, yo soy un depredador…”, pues es complicado. Es necesario que tengamos un sentido de trascendencia, de la caridad, la compasión. Es muy difícil ser un cabrón si notas el sufrimiento de los demás.
¿Por qué es más fácil que aparezca un tirano en familias con padres separados? ¿Influye más que en esas situaciones se tiende a mimar aún más al niño o quizá que es más difícil educar en soledad?
No pienso que sea cuestión de ser sólo uno. Entre las viudas sería muy difícil que el niño saliera tirano. Sí se da con mayor frecuencia cuando uno de los dos induce contra el otro, cuando hay una lucha de lealtad, cuando las familias se enfrentan, cuando se da un secuestro emocional, el no dejar ver al otro. La verdad es que las separaciones mal llevadas, que son la mayoría, producen una tensión emocional al niño muy nociva.

¿Piensa que la Educación sin límites está empezando a cambiar? ¿qué cada vez hay más gente concienciada de que el darle todo al hijo es contraproducente?
No creo. Espero que este libro sea uno de los primeros que haga ver que no vamos en la dirección correcta. Creo que los hechos son tozudos: la gente sigue sobreprotegiendo. En este sentido, pienso que deberíamos volver a los derechos colectivos en lugar de centrarnos tanto en el derecho personal. El ponerse en el lugar del otro, aquello de que los derechos de uno terminan donde empiezan los de los demás.

¿Cree que el niño tirano suele ser consciente de la gravedad de sus actos? Vi un caso en televisión en el que el niño parecía que tuviera un verdadero trastorno bipolar. Una fiera a veces y otras un corderito arrepentido.
El niño no es un enfermo: sabe lo que hace y sabe lo que quiere. No es capaz de controlarse cuando no se satisface un capricho, pero sí se da cuenta de que lo que hace no está bien. Pero lo hace, siente que tiene que hacerlo, que incluso se lo está demandando el otro. Y esto le produce muchas dudas y un trastorno interno tremendo. En realidad son víctimas de un tipo de maltrato: las fallas de la Educación.

Quizá al principio los padres maltratados cedan por comodidad o por falta de recursos de conducta, ¿pero es normal que al final lo que tengan sea verdadero miedo a lo que les pueda hacer su hijo?
Sí, sí. Hay un primer momento en el que la madre cree que no enfrentarse, que darle todo, es la pauta educativa correcta. Luego el niño empieza a chantajear: si no haces esto no te quiero, no eres mi madre. La violencia es el último paso. Y al final hay miedo, claro que sí. Nosotros sabemos de padres que duermen encerrados por lo que pueda pasar.

El comportamiento tirano, ¿suele desaparecer cuando el niño se acerca a la edad adulta?
No, al revés. Va a más, va en progresión geométrica y se dispara a los 16-18 años, que es el tramo en el que se dan los casos más graves. Lo que en la Fiscalía de Menores no sabemos es qué ocurre después. Mi hipótesis es que muy probablemente se convertirán en agresores de sus parejas y de sus hijos.

¿Cómo se actúa frente a los pequeños dictadores desde el punto de vista legal?
Desde la Fiscalía la solución es decirle al niño “stop, punto, vas a ser sancionado, se te va a quitar la libertad”. Luego se retira la tutela a los padres y los servicios sociales trabajan con ellos y con el menor. Se les pregunta cómo afrontan las riñas, se les hace saber qué han podido hacer mal. Y se les dice que la próxima denuncia no serán seis meses de internamiento, sino tres años. En los casos menos graves puede valer un experto o simplemente un referente familiar que encauce las cosas.

¿Hay casos de niños maltratadores en casa que luego salen fuera y aparentan ser perfectamente normales? Un poco como el maltratador que en sociedad es un encanto.
Existen los dos casos. Está el que no es capaz de controlarse en ningún sitio y exporta esa agresividad a la escuela, a todos sitios. Y luego tenemos un tipo de chaval que en la calle es sano, majete, pero que en casa cree que tiene una esclava, y está convencido de ello. Ese es más difícil de controlar.  

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