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Burnout, la pandemia docente

Cada vez son más los casos de enfermedades psicosomáticas que aparecen en el colectivo docente, como estrés crónico o depresión. Es lo que se conoce como síndrome burnout, o del profesor quemado, y al que dedica un libro la profesora valenciana Beatriz Rabasa.
Miércoles, 13 de junio de 2007
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Estrés, insomnio, depresión, intranquilidad, tensión o cansancio. Son algunas patologías que todos hemos podido padecer alguna vez como consecuencia de nuestro trabajo. Sin embargo, estos síntomas cada vez son más comunes entre el colectivo docente, de forma que llegan a convertirse incluso en enfermedades crónicas. Es lo que se conoce como el síndrome burnout, o del profesor quemado, y al que ha dedicado un libro la profesora valenciana Beatriz Rabasa.
La autora realiza en esta obra una radiografía de las causas, consecuencias y posibles soluciones a la desmotivación del profesorado, al tiempo que “rompe con el tópico de que esta profesión es un paraíso”. “La mayor parte de los docentes también dedica el mes de julio a completar su formación, por lo que es una percepción totalmente errónea y que agrava el problema del profesor que está afectado por el síndrome, ya que no siente una solidaridad por parte del resto de la sociedad”, asegura Rabasa.
Una de las causas principales del síndrome consiste en el progresivo aumento en las aulas de la llamada conflictividad de baja intensidad, es decir de agresiones verbales, desprecios e insultos, en lugar de las agresiones físicas. El informe del Defensor del Pueblo Violencia Escolar: el maltrato entre iguales en la Enseñanza Secundaria Obligatoria 1999-2006 –que fue adelantado el pasado mes de febrero en exclusiva por MAGISTERIO en su web–, muestra un número escalofriante de centros donde hay docentes afectados por maltrato de alumnos.

Tipos de agresiones

Este informe revela que la agresión que más se da en los centros, según los jefes de estudio, son los insultos (74,3%), seguido por “el alumnado siembra rumores dañinos sobre docentes”, en un 55,3% de los casos. El porcentaje baja un poco al hablar de “el alumnado destroza sus enseres” (53%), y en los casos de “intimidación con amenazas” (40%) y robos (35,3%). Un porcentaje notablemente menor, pero aún así muy elevado, declara conocer casos de agresión física (14%).
Según el informe del Defensor del Pueblo, las agresiones de estudiantes a docentes, de acuerdo con lo que los jefes de estudio declaran haber visto, son “mucho más frecuentes de lo que correspondería a una institución educativa”. Sin embargo, el informe dice: “No obstante, las agresiones físicas hacia los docentes son muy poco habituales, lo que contrasta con la gran alarma social que, como es lógico, generan”. Además, casi la mitad de los alumnos admite observar a veces que algunos compañeros se meten con el profesorado, mientras que un 18,1% dice observarlo en muchos casos.
La autora de El profesor quemado también señala en su libro la extensión cada vez mayor de esta importante conflictividad de baja intensidad a las aulas de Primaria, cuando tradicionalmente se había relacionado exclusivamente con la Secundaria.

El papel de los padres

El sindicato ANPE fue también pionero en tratar la creciente desmotivación del profesorado. En la ponencia sobre violencia escolar que presentó en noviembre de 2006 su presidente, Nicolás Fernández Guisado, ante el Consejo de Europa, destacó entre las causas “la excesiva sobreprotección de los padres hacia sus hijos y la desaparición de conceptos como responsabilidad y disciplina, que implican también un esfuerzo por parte del educador para ser puestas en práctica”.
Para Beatriz Rabasa, “los padres se sienten en muchas ocasiones desbordados por sus respectivos trabajos y carecen del tiempo suficiente para adaptar las pautas de conducta de sus hijos”. En este sentido, el presidente de ANPE piensa que  “la disminución del tiempo de convivencia e interacción entre padres e hijos es sustituido muchas veces por el acceso indiscriminado a los medios audiovisuales, por lo que nos encontramos con niños y jóvenes con una ausencia educativa que no es cubierta por nadie”.
Sin embargo, la Ceapa discrepa bastante sobre este concepto de Educación paterna y manifiesta que “la desmotivación de muchos profesores deriva de su deficiente formación para atender a la diversidad de alumnos”. Según su presidenta, Lola Abelló, “es necesario que los profesores no desconfíen de la intervención de los padres en la vida de la escuela”. Beatriz Rabasa no comparte estas críticas y piensa que “habrá casos puntuales, pero la mayoría del sector docente es vocacional y en estos momentos está más formado que nunca”.


El Defensor del Profesor

El Defensor del Profesor es un servicio de atención inmediata para los docentes víctimas de situaciones de conflictividad y violencia en las aulas, puesto en marcha por ANPE a finales de 2005.
Este servicio es gratuito y consta de un teléfono de ayuda atendido por un equipo de psicólogos ininterrumpidamente y, si la situación lo requiere, del apoyo administrativo, profesional y jurídico de ANPE. El listado de teléfonos por CCAA se puede encontrar en la web www.defensordelprofesor.com.


Enfermedad laboral

La inclusión del síndrome burnout en el catálogo de enfermedades laborales es una de las principales reivindicaciones que realiza Beatriz Rabasa en su libro El profesor quemado.
Según la profesora valenciana, “cuando el profesor se siente totalmente agobiado y desbordado se pide una baja por depresión y el problema queda enmascarado. Si se catalogase como enfermedad laboral podríamos conocer mejor el porcentaje de incidencia de esta patología”.


La falta de autoridad

Beatriz Rabasa pide en su libro que las agresiones físicas al profesorado sean consideradas como delito de atentado a la autoridad pública, y no al funcionario público como actualmente recoge el Código Penal. También lamenta que tanto autoridad como disciplina se hayan convertido en palabras totalmente tabús. “No hablamos de autoritarismo, sino de aplicar unas normas de respeto y convivencia”, explica la autora.
La Ceapa, por el contrario, considera “inaceptable otorgar legalmente la condición de autoridad pública a los profesores, de la misma manera que la tienen los policías”. Según su presidenta, Lola Abelló, “la autoridad no se impone, sino que se gana con el trabajo y el ejemplo del día a día, los padres en casa y los profesores en la escuela”.
Para el presidente de ANPE, Nicolás Fernández Guisado, “la pérdida de autoridad de los docentes no afecta sólo a su capacidad para controlar situaciones conflictivas, sino que afecta también a su autoridad académica: su capacidad para evaluar, para tomar decisiones con respecto a la progresión de sus alumnos, para establecer actividades de refuerzo y para suspender y aprobar”.


“Es necesario recuperar la disciplina y el sacrificio”

Profesora de instituto de Matemáticas y abogada especializada en temas de mediación familiar, Beatriz Rabasa, autora del libro El profesor quemado, lleva más de diez años como representante del profesorado en el Consejo Escolar Valenciano. Es también miembro del Comité de Seguridad y Salud Laboral como delegada de prevención de riesgos laborales, de ahí su preocupación por cuestiones relacionadas con la salud de los docentes.

¿Cuál fue el motivo que le hizo escribir el libro El profesor quemado?

Llevo bastante tiempo preocupada en esta problemática, en la medida en que entiendo que existe una contradicción entre la percepción social que se tiene del profesorado, al que se considera un colectivo privilegiado, bastante bien retribuido, con muchas vacaciones, y luego el sentimiento de la mayoría de profesionales docentes, que conciben la profesión con un grado de estrés muy importante, están sometidos a bajas por depresión y tienen muchas dificultades a la hora de desarrollar su tarea en el aula.

Muchas veces se nos acusa a los medios de exagerar las noticias sobre violencia en las aulas ¿es así o es la pura realidad?
Existe una tendencia por parte de los medios de comunicación a magnificar este tipo de sucesos buscando un mayor impacto mediático, y se tiende a dramatizar la situación en las aulas. Esto no responde a la realidad. En mi libro lo que propugno es llevar a cabo una reflexión serena para aproximarnos a las causas de esta conflictividad.

Pero se centra sobre todo en su libro en la conflictividad de baja intensidad.
Las agresiones físicas son hechos muy graves pero su porcentaje es escaso. Sin embargo, sí que existe un porcentaje elevado de la llamada conflictividad de baja intensidad, esa falta de disciplina continuada que termina en la imposibilidad de poder impartir la docencia en unas condiciones de calidad, y que es la que genera ese gran estrés a los profesionales de la enseñanza.

En su libro dedica un espacio al fracaso del sistema logsiano como una de las causas que ha podido desarrollar el síndrome burnout en muchos profesores.
El sistema logsiano ha tenido unas consecuencias bastante nocivas que aún estamos padeciendo. Considero que una gran parte de los docentes también lo comparten en la medida en que convierte al profesor en un mero animador. Bien es verdad que las materias no tienen por qué ser áridas, que el aprendizaje también se puede facilitar y estimular para que los alumnos puedan ir aprendiendo los distintos conocimientos. El problema es que cuando se tiende a un extremo, ya que muchas veces el papel de profesor ha sido reducido a un mero dinamizador de la clase, se ha olvidado la importancia del esfuerzo y la necesidad de sacrificio necesario por parte de los alumnos.

¿Y cambia la LOE ese papel del profesor?
La LOE viene a reproducir los planteamientos de la Logse. Es necesario recuperar los valores de la disciplina y del sacrificio y hacer ver al alumno que su trabajo es el estudio. La LOE probablemente no va a resolver la problemática de nuestro sistema educativo.

Otra de las causas de las que habla es la excesiva permisividad que otorgan los padres a sus hijos.
En España en las últimas décadas se ha avanzado en muchos aspectos, pero se han pasado de los modelos autoritarios a modelos permisivos en exceso. Esto muchas veces viene determinado porque los padres son víctimas de la situación, trabajan los dos, después de jornadas agotadoras llegan a sus casas y se encuentran incapaces de marcar los límites a sus hijos.

En su libro enumera, según algunos estudios, los síntomas del síndrome, aunque deja claro que no hay que crear alarma.
Todo el libro pretende ser un ensayo lo más riguroso posible sobre esta problemática, pero se pretende realizar una reflexión serena y sin dramatismos. El problema llega cuando el estrés se convierte en una enfermedad crónica, lo que sí que determina unas patologías como cefaleas, ansiedad o insomnio, que se agudizan precisamente en esta época en la que finaliza el curso.

¿Qué tipo de personalidad es más propicia a padecer el síndrome?
Este síndrome se manifiesta con mayor intensidad en profesionales muy implicados en su ejercicio de la función docente, que ven que son incapaces de afrontar los retos que se le plantean, y esto es lo que les lleva a procesos de depresión.

Usted apuesta por la mediación como una solución que puede ser eficaz, pero ¿existen otro tipo de soluciones?

Considero que una cultura preventiva que apueste por la mediación es fundamental. Tampoco es que sea la panacea, porque aplicar esta técnica de gestión pacífica de conflictos no siempre va a alcanzar una solución positiva. Si no funciona pues indudablemente tiene que quedar abierta la vía disciplinaria clásica. Una de las asignaturas pendientes es articular un sistema que permita que los expedientes disciplinarios se resuelvan con agilidad, prescindiendo de los trámites burocráticos.

Para usted es fundamental que la ley reconozca la agresión a un docente como atentado contra la autoridad pública y no contra el funcionario público, como actualmente se contempla en el Código Penal.
Es necesario que el profesor tenga el amparo de la ley ante agresiones. No hablamos de faltas de disciplina menores que tienen que tener otro tratamiento, sino de agresiones físicas de los alumnos y padres que sí que tendrían que considerarse como delito de atentado contra la autoridad pública. Esto supondría un plus de penalidad mayor a lo que recoge el Código Penal como delito de atentado el ejercicio de una función pública, aunque la Fiscalía todavía no se muestra partidaria de realizar esa equiparación.

Pone como ejemplo en su libro al sistema educativo finlandés.

Es un sistema que se considera de referencia, ya que tiene resultados asombrosos. Y allí el profesor tiene un fuerte estatus de autoridad y un gran respeto por parte de la sociedad.

¿Piensa que el Observatorio de la Convivencia va a reducir la conflictividad en las aulas?
Considero muy loable el hecho de que se haya creado el Observatorio, pero explico en el libro que debería contar con la presencia de los profesionales, que son los que realmente están día a día enfrentados a esta problemática. Por ejemplo, la Administración valenciana fue pionera en crear un observatorio donde hay representados conocidos y prestigiosos expertos universitarios, de una categoría indudable. Pero para que los planes de convivencia que diseñan sean eficaces tendrían que implicar a todo el profesorado, ya que, cuando después se aplican, desde los centros se considera como una imposición y se produce una escasa respuesta.


Con informe de MAGISTERIO 

El primer informe que se recoge en el libro El profesor quemado es el que realizó el pasado año MAGISTERIO en colaboración con la Escuela de Estadística de la Universidad Complutense. Este estudio es una radiografía de la situación en que se encuentra el profesorado de Secundaria desde la perspectiva laboral y sirvió para elaborar el Barómetro Escolar 2006, promovido por MAGISTERIO.


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