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Portugal despierta de su letargo educativo

Después de la pequeña Malta, no hay país en la Unión Europea que coseche peores resultados educativos. Portugal registra tasas de fracaso y abandono escolar escandalosas en un país desarrollado. Ni siquiera resiste una comparación con la maltrecha Educación española.
Martes, 26 de junio de 2007
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Salvando las distancias, la profunda crisis de la Educación portuguesa encuentra motivos esenciales casi idénticos a los que explican el porqué de nuestro (también) maltrecho sistema de enseñanza.
Tras décadas de dictadura y desigualdad en el acceso a las aulas, el país vecino encaró la democracia con una asignatura pendiente e ineludible: la universalización educativa, un requisito sine que non para un estado que quiere formar parte, sin complejos ni titubeos, del mundo desarrollado.
Como España, Portugal ha completado con éxito la democratización de la enseñanza. Lo ha conseguido sin prisa ni pausa, extendiendo progresivamente los años de escolarización obligatoria: primero, seis; en los años 80, nueve; y en la última década, implantando (con el desembarco masivo de la Infantil) los 12 actuales.
Sin embargo –y de forma similar a lo que ha ocurrido al este de sus fronteras– el país luso ha fracaso estrepitosamente a la hora de ensamblar un modelo educativo que asegure el éxito de una amplia mayoría de su población. Cuatro de cada diez jóvenes portugueses (tres de diez en España) abandonan las clases sin un título de Secundaria postobligatoria. Exceptuando a Malta, nuestros compañeros moradores de la Península cierran el furgón de cola de la Educación en la Unión Europea. Más aún, la fractura que les separa de los países de su entorno resulta escandalosa: 10 puntos de diferencia con España, casi 20 con Italia, más de 20 con Grecia y el resto de naciones que conforman la UE.
Otro paralelismo evidente entre ambos sistemas surge del fuerte vínculo que une altas tasas de fracaso y abandono escolar con una red de Formación Profesional exigua y escasamente apreciada por los alumnos, en especial si nos comparamos con el resto de Europa. Más allá de los Pirineos, una FP prestigiosa y de calidad es una garantía para enganchar a los chavales con trayectorias algo erráticas durante la Secundaria. España se ha dado cuenta de ello y algunas comunidades empiezan a apostar fuerte por las enseñanzas técnicas. Portugal apenas ha salido de su letargo.

Idiosincrasia

Claro que la crisis educativa portuguesa también posee una idiosincrasia que la define más allá de esta conexión íbera.
Olvidando tópicos sobre el carácter conformista y melancólico del luso, un factor que sin duda ha socavado sobremanera el devenir de su modelo de enseñanza ha sido el caos institucional de sus sucesivos ministerios en democracia. En 33 años de régimen constitucional, 32 ministros distintos han ocupado la máxima responsabilidad en la Educación nacional. Prácticamente uno por año.
El problema, dice en un artículo Joao Pedro Antas de Barros, doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Visue, es que “el sistema educativo ha variado en función de la formación del ministro del momento. Ministro con formación francesa, sistema francés. Ministro con formación inglesa, sistema inglés”.
Esta inestabilidad ha contribuido a crear altibajos casi incomprensibles. Porque ¿cómo explicar que el abandono fuera ligeramente inferior en 1995 que más de diez años después, con menos alumnos, más profesores y mejores infraestructuras?
La Educación lusa ha tardado en despertarse, pero, una vez los ojos abiertos, se ha desperezado con furia y un arrebato de orgullo. Desde las últimas elecciones de 2005, todo menos perder el tiempo. Nuevo Gobierno, nueva ministra, nueve meses para debatir en profundidad los grandes retos educativos del país y, finalmente, un ambicioso plan de reforma presentado a bombo y platillo la pasada primavera.
Desde mayo de 2006 hasta enero de este año, todos los estamentos de la comunidad educativa han tenido voz en el “Debate Nacional sobre Educaçao”, un foro a gran escala para identificar los grandes problemas de la enseñanza portuguesa. También han hablado intelectuales y comentaristas mediáticos. En realidad, y a juzgar por las crónicas, todo el que tuviera algo que decir ha opinado sobre una cuestión que (y esto ya es un avance) ha pasado a la categoría de gran preocupación nacional.

Profesores, culpables

En una columna publicada en diciembre de 2006 en el diario O Público, el sociólogo y ex-ministro Antonio Barreto desglosaba las muchas razones para explicar las disfunciones de la aulas portuguesas. Concluía que tres de las más frecuentes no tienen fundamento: ni se invierte poco en Educación (más porcentaje del PIB que la media europea), ni hay profesores desmotivados (tienen de los salarios más altos de Europa), ni existen viejos y obsoletos equipamientos educativos. Para Barreto, la causa fundamental de la pobreza educativa lusa surge, una vez más, de la ineficacia administrativa, que en su opinión se plasma ante todo en unos temarios sin pies ni cabeza y completamente alejados de las necesidades formativas actuales.
Mucho más polémica resultó ser la opinión de la propia ministra, la socialista María de Lurdes Reis Rodrigues. Y es que, apenas medio año después de su nombramiento, Reis Rodrigues puso en el disparadero al mismísimo cuerpo docente asegurando que los profesores (a diferencia de los médicos) suelen prestar más atención a los que tienen menos dificultades, y no a los que encuentran más obstáculos en su trayectoria académica. Fue, claro está, uno de los momentos álgidos del debate.
Finalizado el tiempo de consultas, el Ministerio ha puesto en marcha un ambicioso plan de reforma, drástico incluso en alguna de sus medidas. Por ejemplo, se han cerrado cerca de 2.000 escuelas rurales con escasez de alumnos y se han aumentado en 2,5 las horas lectivas. También se quiere crear una nueva cultura entre el profesorado, la cual se traducirá muy probablemente en mayores niveles de exigencia y un aumento de la carga de trabajo: no ha gustado entre los sindicatos. Finalmente, la FP ha recibido una inyección tal que se ha conseguido incrementar en un 35% las matrículas para el próximo curso.


Aún peor que España

Si exceptuamos a la pequeña isla de Malta, Portugal es el país de Europa cuyo sistema educativo expulsa a más alumnos sin ninguna titulación de Educación postobligatoria, el  nivel mínimo de formación exigible en un país desarrollado según los parámetros de organismos como la Unión Europea o la Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económico. Cuatro de cada diez alumnos portugueses (20.000 en números totales) dejan la escuela cada curso casi sin credenciales para enfrentarse al mercado laboral. España –donde tampoco estamos para tirar cohetes– registra diez puntos menos.
Paradójicamente, el país luso destina a Educación alrededor del 5,5% del PIB (6.000 millones de euros), más de un punto por encima de la inversión educativa de nuestro país. Tampoco en la foto PISA del 2003 sale Portugal muy agraciada: 466 puntos en Matemáticas (puesto 27 de 30); 478 en Lengua (puesto 24); y 468 en Ciencias (puesto 27).


Una ministra de cruzada contra el fracaso escolar

Nacida en Lisboa en 1956, María de Lurdes Reis Rodrigues asumió a finales de 2005 la más alta responsabilidad educativa del Gobierno luso. A sus espaldas dejó una larga trayectoria académica  y profesional que le ha llevado a ostentar cargos de responsabilidad en centros de Educación Superior y organismos nacionales e internacionales como la Biblioteca Nacional de Lisboa o la OCDE. En su etapa de ministra, Reis Rodrigues ha demostrado una gran ambición por superar las escandalosas cifras de fracaso escolar que asolan al país vecino, algo que, unido a su estilo directo y sin ambages, le ha granjeado tantos detractores como admiradores.


Semejanzas ibéricas

Desde un punto de vista estructural, el sistema educativo portugués guarda importantes semejanzas con el español, aunque también muestre sus propias particularidades, sobre todo en la distribución de etapas. La enseñanza básica obligatoria (que equivale a nuestra Primaria más la ESO) arranca a los seis años y se prolonga hasta los 15. Se divide en tres ciclos: de seis a 10 años (los alumnos tienen el mismo maestro para todas las asignaturas), de 10 a 12 (los docentes se reparten “áreas disciplinares”) y de 12 a 15 (un profesor por asignatura y cierta diversificación vocacional).
Obtenido el título de enseñanza básica, los estudiantes portugueses que así lo deseen pasan a lo que propiamente se denomina “enseñanza secundaria”, que consta de tres años equivalentes a nuestro Bachillerato, enseñanzas artísticas o a cursos de FP Grado Medio y otras titulaciones profesionales. La “postsecundaria”, igual que por estos lares: una FP de Grado Superior (año y medio teórico; año y medio de prácticas) o licenciaturas, diplomaturas, máster y doctorados varios. Para ingresar en la universidad se tienen en cuenta las notas obtenidas en Secundaria y se hacen exámenes de acceso en determinadas materias.


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