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"Una sociedad que soporta más del 30% de fracaso y no reacciona está inerte"

Este profesor e investigador acaba de publicar Claves del modelo educativo en España y Cartas de un maestro, donde cuestiona las bases del sistema educativo español. Propone un cambio de modelo basado en reformular la actividad del profesor.
Martes, 14 de octubre de 2008
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Autor: Diego FRANCESCH

José Penalva Buitrago es profesor de la Universidad de Murcia y profesor visitante en la Universidad de Cambridge. Como fruto de la investigación en esta Universidad inglesa ha publicado este año los libros Cartas de un maestro. Sobre la educación en la sociedad y la escuela actual (Ed. Biblioteca Nueva); y Claves del modelo educativo en España (Ed. La Muralla).

Promotores y defensores del actual sistema educativo afirman que está bien diseñado y que el problema es la financiación. ¿Por qué usted cuestiona este planteamiento?
Desde la implantación de la reforma en 1990 ha habido numerosas críticas, sobre todo de profesores. En cambio, la mayoría de los pedagogos y teóricos de la Educación han tenido otra actitud: o la han apoyado expresamente o, al menos, la han justificado, o bien han seguido lo políticamente correcto para evitar problemas.

¿Cuáles fueron las críticas principales a la reforma Logse?
Las críticas giraban en torno a una idea práctica: “es una ley que va a generar más fracaso escolar”… Y lo ha generado. Pero la crítica también tenía una vertiente teórica: “es una ley pensada en los despachos, no basada en la realidad”. Durante una década, como profesor de instituto en varias ciudades españolas, he sido testigo de las contradicciones teóricas y prácticas de este sistema de enseñanza.

¿Y usted qué cree después de haberlo investigado?
Creo que la crítica ha de ser más profunda, ha de analizar los modelos educativos que subyacen al sistema. El problema reside ahí, en los modelos teóricos que diseñan los tres pilares básicos de nuestro sistema educativo: la teoría de la enseñanza, la caracterización del papel del docente, y la concepción de la escuela. En suma, el sistema está lastrado desde su origen, y la pedagogía tiene buena parte de responsabilidad en ese diseño de fondo.

¿Cuáles son esos presupuestos pedagógicos?
Las teorías que configuran nuestro sistema educativo se han importado de otros países (principalmente, Reino Unido y EEUU) y se ha prestado escasa atención a la realidad española. Para el diseño del modelo español se han tomado sólo aspectos parciales de aquellas teorías (constructivismo, centralidad del niño en la enseñanza, descentralización, estudios sobre el curriculum, etc.) y esos contenidos parciales se han injertado en un marco teórico y social muy distinto. Llama la atención que, quienes diseñaron nuestro sistema lo hicieron cuando en los países de origen ya habían comprobado su ineficacia, de modo que ya los habían abandonado o reformulado.

¿Qué opina de la situación actual?
Mi opinión es que uno de los mayores problemas del discurso educativo actual en nuestro país es la politización a que se ha sometido la Educación. El nivel alcanza cotas insostenibles. En una sociedad a la altura de su tiempo, con conciencia democrática madura, la Educación no ha de ser una cuestión de partido: requiere diagnósticos y soluciones profesionales. Tiene una dimensión de actuación pública, pero no cabe reducirla a mera acción política y menos aún a interés partidista.

¿Qué diferencia la reforma Logse de otras posteriores?
En mis dos últimos libros  he insistido en la necesidad de sacar a la luz y someter a debate público las insuficiencias e incoherencias de la estructura teórica sobre la que se apoya el actual sistema  (en especial, el punto de partida: la Logse de 1990). También he señalado que la (derogada) LOCE, aunque presentada como una alternativa a la Logse, no suponía en rigor un cambio de modelo, en cuanto compartía buena parte de los supuestos de la Logse. Es cierto que la LOCE incidía en algunos aspectos diferentes como la importancia del esfuerzo, pero las modificaciones eran parciales, con unos cimientos y una estructura ya delimitada por la Logse.

Lo que nos lleva de nuevo a la politización…
Para que la Educación no quede subyugada al servicio de ideologías se debería hacer un gran esfuerzo colectivo. Esto comporta dar más independencia al profesorado ante las interferencias políticas (cosa cada vez más difícil en la España de las autonomías). Pero también conlleva que la pedagogía no se deje seducir por las modas intelectuales ni por el seguidismo respecto del poder político. Toda alianza con el poder conlleva algún grado de sumisión, y esto va en el camino opuesto a la genuina Educación.

¿Qué alternativas plantea al actual sistema educativo?
Esta es la pregunta del millón. Es complicado responder brevemente porque el problema de una reforma realmente alternativa es extremadamente complicado. Actualmente trabajo sobre esta cuestión. Pero sería un gran avance que, tanto en la sociedad como en el ámbito pedagógico, se comenzara a plantear la alternativa. Habríamos recorrido un importante trecho si ese debate estuviera en la palestra; pero, a corto plazo, dudo que sea factible esa crítica del sistema, que es condición para el progreso social. Un sistema alternativo requiere un proyecto a largo plazo. Para ese nuevo diseño, una de las claves es reformular y reestructurar la actividad del profesor.

¿En qué sentido?
Ahora la actividad educativa se halla sometida a una dualidad insostenible: unos, los expertos fuera del instituto, investigan y piensan sobre la Educación, mientras que otros, los profesores, aplican en el aula lo concebido por los expertos. Esta es la causa central de la ineficiencia de nuestro sistema. Para dar respuestas educativas eficaces hace falta que la comunidad de investigación educativa, que actualmente es externa al proceso, pase a ser interna a la actividad docente. La comunidad de investigación habría de ser el mismo profesorado. El profesor debería ser a la vez investigador y docente.

Esto implica un radical cambio de modelo.
El sistema educativo se debería reestructurar de tal modo que los profesores no sólo den clases sino que investiguen sobre su práctica diaria. Los pedagogos tendrían en este modelo una función al servicio de los profesores: las concepciones nuevas acerca de la Educación serían ofrecidas a los profesores, para que ellos juzgasen sobre su validez y viabilidad y actuasen en consecuencia. Esto supone dar un giro de 180º ante el actual estado de cosas, caracterizado por lo que J. Elliott ha llamado “imperialismo y colonialismo” de los pedagogos sobre el profesorado. Este nuevo planteamiento haría posible la creación de un cuerpo profesional sólido, capaz de evitar las injerencias políticas del partido de turno. Sin embargo, las políticas educativas actuales van en sentido opuesto.

¿Por qué hay tasas tan elevadas de fracaso escolar?
Últimamente se ha puesto de moda entre teóricos y académicos decir que la causa del fracaso está en la sociedad compleja en que vivimos. Yo creo que ese tipo de respuestas echa el balón fuera del campo de juego. Es evidente que no hay un único factor, ni es un problema que carezca de complejidad. Pero la cuestión es que un sistema educativo que consume una ingente cantidad de dinero debe dar respuestas, y si no, algo falla. En cambio, nuestro sistema parece incapaz de frenar el fracaso y de dar soluciones, pero sigue sin ser cuestionado.

Se empieza a admitir que parte de culpa es del sistema…
Ahora que es innegable se admite el deterioro educativo, pero se dice que el problema está en la sociedad. Esto comporta un innegable conservadurismo: se insiste en que el actual modelo es intocable. Esto no se puede permitir en una sociedad adulta, pues no se puede avanzar sin reconocer los hechos y sin hacer una crítica serena y ponderada.

A veces se plantea la oposición entre equitativo y excelente. ¿Es conciliable un sistema que integre a todos y que obtenga altos rendimientos?
Ese es el principal reto en la mayoría de los países desarrollados. En España este debate se plantea en términos de oposición entre Educación pública y privada, cosa que favorece la lucha partidista y perpetúa la politización. En cambio, el reto que debería plantearse es ofrecer un sistema público para todos y con resultados eficaces, de excelencia. Ello es imposible, a mi juicio, sin reforzar la profesionalidad del profesor. El profesor, no los políticos o los expertos, es el que debe producir ese resultado. Este es el reto que debería tener la Educación española durante los próximos diez años.

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