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Entre la realidad y la ficción de una clase


Lola García-AjofrínJueves, 22 de enero de 2009
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Luces, cámaras, acción. El gruñido de los cuervos parece dar los buenos días a los vecinos del barrio indio de Pilkhana, un humilde suburbio de Calcuta en el que transcurren los días de una niña de 10 años y su familia. “Mi nombre es Meera Malik, tengo un hermano y cuatro hermanas”. Así comienza el corto documental candidato al Goya del segoviano Marcos Borregón, una historia de esperanza en una de esas escuelas que son capaces de cambiar la vida de sus alumnos.

La peculiaridad de este colegio, –Tara School– es que fue creado con el esfuerzo y fondos de una actriz española, Natalia Pallás, que no se resignó a que los centenares de chavales que viven en la pobreza absoluta en ese barrio fuesen privados de la enseñanza que les corresponde. Su escenario fue la excusa perfecta para que Marcos Borregón –director adjunto de la ONG creadora del proyecto– recogiese con su cámara la belleza de un lugar en el que conviven necesidad, desempleo y basura con las ganas de salir adelante.

Y todo ello narrado por una de sus protagonistas, la pequeña Meera Malik, que con la sencillez con la que relata su pasión por el colegio deja en un segundo plano las penurias de su entorno. “Estudiar me gusta, sobre todo Ciencias e Inglés, la verdad es que todo lo que tiene que ver con el colegio me gusta, me gusta muchísimo”, explica Meera mientras se lava los dientes con el dedo o esquiva la basura del camino con sus pies descalzos.

Ni escenarios artificiales, ni secuencias preparadas. Cada uno de los 15 minutos que componen el cortometraje son “totalmente espontáneos”, nos explica su director. Tanto, que “ni siguiera las conversaciones de las niñas están dirigidas, porque yo no hablo bengalí y tuve que hacer la traducción de la cinta una vez en España”, añade.

Se trata de una de esas raras ocasiones en las que la gran pantalla proyecta la, a veces, olvidada envergadura de la enseñanza. Se lo recuerda así Meera a su madre: “si no aprendes lo más básico no podrás escribir ni tu nombre en un papel”. Toda una proclama a favor del compromiso con la Educación que, de conseguir el Goya, tendrá doble premio.

Entre paredes
Más minutos de docencia en la cartelera los pone estos días la película francesa La Clase, galardonada con la Palma de Oro en la última edición de Cannes y representante de Francia en los Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa.

Institutos conflictivos o jóvenes desencaminados suelen ser recurso habitual del séptimo arte. El ejemplo más conocido probablemente sea el del popular film de mediados de los 90, Mentes Peligrosas, en el que Michelle Pfeiffer encarnaba a una inexperta profesora de instituto, de una clase conflictiva, que tenía que ingeniárselas para que sus alumnos se graduasen. Y que recibió tantos elogios como su banda sonora –la canción Gangsta»s Paradise, del rapero Coolio–.

Pero La clase no es un largometraje sobre la vida de un instituto más, el secreto reside en que sus actores son estudiantes reales y sus padres que nunca leyeron el guión. Fueron seleccionados entre los alumnos del Instituto Françoise Dolto, en el distrito XX de París –donde no se rodó porque estaba en obras–. Y recibieron clases de interpretación para actuar con soltura.

El título original en francés Entre les Murs –Entre las paredes– encierra lo que en opinión de su director, Laurent Cantet, es una clase, “una comunidad de 25 personas que no han elegido estar juntas, pero que deberán trabajar entre cuatro paredes durante un año escolar”. Y desentraña, como si no hubiera cámaras delante, toda una serie de conflictos escolares cotidianos, que invitan a pensar en la falta de autoridad, el desinterés y la soledad del maestro.

Sin buenos, ni malos
Laurent Cantet cuenta que se inspiró en la novela de François Bégaudeau, –el docente en la película–. “Por una vez, un profesor no escribía para saldar cuentas con adolescentes, presentados como auténticos salvajes o verdaderos tarados”, ha declarado el director en una conversación con el propio Bégaudeau y que ha recogido Philippe Mangeot en la página web de Golem, la distribuidora del largometraje.

“Quería demostrar que los institutos son como una caja de resonancia; un lugar que se hace eco de los acontecimientos; un microcosmos donde entran en juego cuestiones de igualdad o desigualdad de oportunidades, de trabajo y de poder, de integración cultural y social”, explica el director en ese mismo diálogo.

Lucie Fragnier es profesora en un instituto de la periferia parisina, que bien podría ser el de la película. “Viéndola me lo pasé bien porque los niños son entrañables, al igual que los de mi cole”, reconoce. Pero para esta maestra, la caracterización que se ha hecho del docente es excesivamente “permisiva y laxista”, –al dejar a los niños entrar a clase con la gorra puesta o con chicles, y consentirles determinadas groserías, sin tomar medidas–. “Para mi eso da la imagen de una juventud que es incontrolable, ¡y no es así!”, critica. Una opinión compartida por el resto de sus compañeros de trabajo, según aclara.

Su experiencia con chavales de contextos difíciles le ha llevado a compaginar diálogo con límites. “Les damos un marco con un reglamento interior, lo cual es sumamente importante, ya que se trata de niños que en algunos casos no tienen ese marco en casa”, lamenta. Y todo ello unido a un clima de entendimiento, de respeto y de trabajo. “Hay que explicar el porqué de un ‘no’”. añade. Todo un empujón de tolerancia que anima a cuestionarse los esquemas actuales y sobre todo, a no rendirse.

Una ola estremecedora
Otra invitación a la reflexión y también entre la ficción y la realidad es el largometraje alemán La Ola, basado en un experimento que llegó demasiado lejos. El ensayo, en concreto, tuvo lugar en 1967, en el Instituto “Cubberley”, de Palo Alto (Estados Unidos), donde un profesor de Historia, Ron Jones, demostró con excesivo éxito a sus alumnos –tanto, que tuvo que detener la investigación– el poder influyente de una dictadura.

¿Es posible que en la sociedad actual, personas normales, con unos ciertos mínimos de cultura, lleguen a aceptar principios moralmente reprobados ? Este profesor de Secundaria demostró que sí, e hizo entender a sus alumnos el alcance de la autocracia, por el influjo de la misma. La Ola traslada a un colegio de Alemania los hechos ocurridos entonces en un centro de Estados Unidos.

En la ficción, la figura del maestro es la de Rainer Wenger, que con el fin de explicar a sus estudiantes el funcionamiento de los gobiernos totalitarios, comienza su experimento. En sólo tres días, los jóvenes comenzarán a discriminarse entre sí y a amenazarse. La gota que colme el vaso la pondrá un violento conflicto durante un partido de waterpolo que obligará a pararle los pies al ensayo. Aunque es muy difícil frenar una ola.

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