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“Las reformas deben analizarse anualmente para corregirlas”

La perspectiva de muchos años dedicado a la cuestión educativa le permite valorar el momento actual. Su última contribución ha sido colaborar con el Ministerio en el intento de Pacto educativo.

José Mª de MoyaMartes, 25 de enero de 2011
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(Foto: Jorge Zorrilla)

Su dilatado currículum dice, entre otras muchas cosas, que fue el encargado de diseñar la reforma educativa que daría lugar a la Ley General de Educación de 1970, junto con iniciativas como la creación y puesta en marcha de la UNED, además de las Universidades Autónomas de Madrid, Barcelona y Bilbao, así como de la Universidad Politécnica de Valencia. Su asesoramiento en tareas educativas le han llevado a países como Colombia, Tanzania, Afganistán, Suecia, Turquía, India, Paquistán, Chile, México, Argentina, Túnez, Egipto, etc. Actualmente es presidente de honor del Club de Roma, miembro del Instituto Idea y de los patronatos de más de 30 fundaciones.

¿Cuál es su valoración de las reformas educativas que ha habido en España?
La Ley del 70 era una oportunidad maravillosa que se hizo con la cooperación de instituciones y personas. Después de elaborar el Libro Blanco, durante un año logré que tuviéramos debate público en tiempos de Franco. Y pensando que necesitaba una autoridad, fui a Nueva York y conseguí que Severo Ochoa viniera a España a presidir la comisión pública de expertos sobre la reforma universitaria.

¿Se puede hacer una comparación entre la Ley del 70 y la Logse?
Cuando surge la Transición, comprendí que había unos elementos en el texto de la Ley Villar Palasí que había que actualizar. Lo que me importaba era que hubiera continuidad en lo esencial. Más o menos se salvaron cosas. El problema es que cada ministro quiere hacer sus propias políticas y esa es la gran tragedia. Las leyes no son de un gobierno, sino de un país. Cuando no hay continuidad, no hay nada. Las reformas deben ser analizadas anualmente para ir corrigiendo lo que sea necesario, poco a poco.

¿Usted cree que las reformas de los 90 hubieran sido evitables?
Desde luego. No se trató de mejorar lo que había, sino de cambiarlo todo.

¿Cómo valora el actual equipo ministerial?
Lo que me asquea son los politiqueos, no los políticos. Con todos los ministros de Educación que han sido nombrados desde que yo salí, he establecido amistad porque yo estoy a disposición de ellos sin que haga público mi nombre. El ministro de Educación, Ángel Gabilondo, me nombró miembro de una comisión para preparar lo que él pretendía que fueran las bases del Pacto. Y yo estuve colaborando gustosamente.

¿Qué opinión le merece el equipo de los años 90 con Rubalcaba –ahora vicepresidente– o Álvaro Marchesi, actual secretario general de la OEI?
Les ha podido muchas veces la politiquería. Porque la Educación no puede ser una tarea con visión a corto plazo. Formar a una persona no consiste en dar una clase. Educación para la Ciudadanía es un error terrible. Es como decir: “vamos a montar una asignatura sobre solidaridad”, pero los valores, los modales, no es una cosa para enseñarla con unas técnicas. Es una actitud. Tiene que nacer en el ámbito familiar, luego en el comunitario, en el ámbito de las empresas… Hay miles de detalles que no pueden ser producto de una fórmula. Y la ciudadanía se enseña ejerciendo la democracia. La gente se cree que una democracia se ejerce en las elecciones, que es un aspecto importante pero no lo es todo. Lo realmente importante es que la sociedad civil sea participativa y esté involucrada, plantear problemas y solucionarlos. Y además de democracias participativas, tienen que ser anticipatorias, es decir, con visión constructiva de hacia dónde queremos ir, qué queremos ofrecer a la sociedad para el futuro más allá de nuestro mandato.

¿Piensa que se hizo un uso ideológico de la Educación?
Quizá inconscientemente. Yo no digo que lo hagan por maldad, pero los hechos son equivocados. O se tiene una visión a largo plazo e interdisciplinaria en un mundo cada vez más global o lo que se hace es una visión chata, sin mala fe.

Ahora se acaba de presentar el Informe PISA con unos resultados mediocres. Mucha gente culpa a esas reformas de las consecuencias. A su juicio, ¿cuáles fueron los errores?
El error es creer que la gran bandera de la convivencia democrática y de la cultura, como es la Educación, son los profesores en su interacción con los padres. Y si no hay esa química entre ellos, esto no funciona. O hay diálogo entre profesores y alumnos o no hay Educación, porque es producto de la interacción de todos los agentes.

¿Quizá el problema era que se daba excesiva preponderancia al sistema, a la normativa y a la regulación?
Exacto. Se ha confundido el sistema con las herramientas. El alma son los agentes y estamos confundiendo las cosas. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, son muy importantes, pero como instrumentos.

Se está produciendo una situación similar a la de hace años. Están saliendo de las universidades una serie de gurús tecnológicos que apuestan por las TIC y que los profesores los ven como intrusos.
Claro, ellos viven con la idea de hacer las nuevas tecnologías como el centro de todo. Pero no es así. En ese caso estaríamos deformando y acabando con las oportunidades del futuro. Eso sería caer en el mayor de los errores.

Hace poco hicimos una entrevista a Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana, y hablando de las nuevas tecnologías decía que a él le daba miedo que se estuvieran haciendo inversiones brutales sin ninguna evidencia de que pudiera salir bien al final. ¿Lo comparte?
Sí, claro que lo comparto. Es una persona con una gran formación académica y le tengo gran aprecio.

¿Cómo le sienta que para saldar las deudas, se esté vendiendo Santillana?
Es desmoronar todo. Desde luego, para alguien que ha vivido ahí el día a día y el trabajo serio, es fatal.

Santillana ha intentado mantener una independencia de los medios de comunicación, pero al mismo tiempo son la misma empresa. ¿Cómo explica esto?
Son dos productos que pertenecen a campos diferentes y creo que es esto precisamente lo que explica esa independencia.

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