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Una experiencia con la escuela inglesa que enriquece la práctica educativa

Hace unas semanas tuve la suerte de recibir formación específica para mejorar mi trabajo en el programa Colegios Bilingües de la Región de Murcia y la oportunidad de dar un salto a la ciudad de Worcester (Inglaterra), donde asistí a clases en la universidad para observar cómo enseñan en la escuela Primaria inglesa.

Martes, 26 de junio de 2012
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Durante cuatro semanas acudí a clases en el Centro de Profesores y Recursos de Murcia II. Gracias a esta formación he aprendido cómo sacar provecho a las pizarras digitales, programas informáticos y también algunas cosas más sobre el método fónico para enseñar a mis alumnos a pronunciar correctamente. Por otra parte, me he dado cuenta de que nuestra labor como docentes en el Programa Bilingüe no se puede llevar a cabo sin la implicación de factores humanos, materiales y los auxiliares de conversación o asistentes de lengua extranjera en el aula.
Transcurridas las cuatro semanas de formación en España, pusimos rumbo a Worcester, una ciudad pequeña que se puede recorrer fácilmente caminando. La inmersión lingüística estaba a nuestro alcance y sólo dependía de nosotros separarnos de los compañeros para integrarnos con la gente del lugar.
En relación con el impacto que esta actividad ha tenido en mi trabajo, debo decir que lo que vi en la escuela de Worcester ha cambiado mi práctica educativa. Debo admitir que estas escuelas están, en muchos sentidos, por delante de nosotros. En primer lugar, los niños que nos guiaron por las instalaciones eran un ejemplo de educación, respeto y saber estar. En la escuela de Foley Park –a la que acudimos como visitantes– todo el colegio se reúne en asamblea antes de comenzar la jornada escolar. Cada uno expone sus sentimientos y se trata el tema del día. Tras 15 minutos, los grupos se dirigen a sus clases sin correr. En las aulas que fuimos recorriendo –nos permitían entrar libremente– pude comprobar cómo ese ambiente relajado de puertas abiertas se debía a su forma de trabajo. Además, en Foley Park aprovechaban hasta los ratos perdidos después de comer para organizar, por ejemplo, clases de costura impartidas de forma voluntaria por madres.
El primer aula que visité fue una clase dedicada a niños con Necesidades Educativas Especiales, con 10 alumnos y cuatro profesoras: la titular y tres asistentes. La docente me contó que aquellos escolares pasaban con ellas las horas destinadas a lectura, cálculo y expresión verbal. Eran alumnos con problemas de comportamiento, principalmente procedentes de familias desestructuradas o con escasos recursos, que se unían a sus respectivos grupos en el resto de áreas. El especial cuidado que recibían quedaba de manifiesto en gestos tan sencillos como que cada vez que un niño quería ir al baño una asistente le acompañaba. Me pareció que se trataba de una buena idea que, sin embargo, en España sería impensable. Este aula era un paraíso: estaba decorada como si fuera una habitación infantil con libros, corchos y trabajos de los alumnos. Además, lindaba con un patio interior, como la mayoría de las clases de la escuela.
En el segundo aula que visité la profesora trabajaba sin libros de texto, por proyectos. En aquel momento estaban sumergidos en uno llamado Message in the sand –mensaje en la arena–, a través del cual estudiaban los mares, los océanos y la fauna marina desde todas las áreas del currículo. Sorprendía ver en clase de Plástica cómo, mientras la mayoría de alumnos trabajaba figuras de animales marinos con arcilla, algunos buscaban fotografías de estos animales en internet con su ordenador portátil. Las asistentesa contribuyen a que el ambiente de trabajo sea relajado y no haya nunca una interminable fila de alumnos rodeando la mesa del profesor.
En otra de las aulas me llamó la atención la manera de enseñar Matemáticas y cómo se centraban en fomentar el cálculo mental. Con la pizarra digital, el profesor planteaba operaciones a sus alumnos –organizados en grupos– quienes calculaban mentalmente y escribían las respuestas en sus minipizarras en tiempo límite.
En la clase de Francés la profesora destinó gran parte de su tiempo a trabajar en grupo con sus alumnos. Llevaron a cabo una asamblea en la que pusieron en común todo lo aprendido. Tras ello, la profesora hizo un esquema en un papel, del tamaño de una cartulina, en el que cada alumno fue aportando un dato clave sobre lo que acababan de trabajar. Los murales decoran las clases durante el tiempo que duran las unidades.
Por último, las aulas de Infantil tenían un código secreto que permitía la apertura de puertas como forma de seguridad. En el interior, los niños se movían con total libertad, mientras unos trabajaban con la pizarra digital de manera totalmente autónoma, otros jugaban en la zona de agua o hacían manualidades con la asistente. Me sorprendió mucho la existencia de un cuarto-cocina –con lavadora y secadora incluidas– en un anexo de la clase. La profesora nos explicó que siempre que un niño se mancha, ellas mismas lavan y secan la ropa para evitar que los padres tengan que acudir al centro a traer ropa seca para cambiar a sus hijos.
Esta experiencia ha sido enriquecedora y me ha despertado curiosidad por seguir viendo cómo se trabaja en otros países. Todo aquello que he podido ver en Inglaterra ha enriquecido mi práctica educativa.

El modelo anglosajón: el referente
En Inglaterra no existen los trabajos escritos que para nosotros son tan importantes. Deberíamos reflexionar y aprovechar las clases para actividades como
asambleas, trabajos en grupo, aprendizaje vicario –a través de la observación– o peer-tutoring –aprendizaje cooperativo–. Podría ser una buena idea dejar las actividades destinadas a la comprensión escrita para trabajo de casa y centrarnos un poco más en la expresión oral y el desarrollo de su imaginación en el aula, dejando al alumno su propia parcela de libertad en su aprendizaje. Otra idea podría ser la creación de un ambiente relajado en el centro, en el que las puertas de nuestras aulas puedan estar abiertas porque en ellas no se grita ni se alborota. Los españoles somos ruidosos por naturaleza, pero eso no impide que no podamos cambiar.
La continuidad entre Infantil y Primaria en Foley Park se ve reflejada en la zona de asamblea –carpet zone–, que facilita a los alumnos cercanía y cohesión, además de conseguir que durante los primeros minutos de clase estén más atentos.
El sistema de gestión de la disciplina está basado en gestos e imágenes. Los profesores llevan colgadas al cuello unas tarjetas con pictogramas referentes a la manera correcta de sentarse, escuchar y atender, junto con un clicker, instrumento que emite un sonido para llamar la atención de los alumnos. Con un click y la tarjeta correspondiente, el profesor hace que el alumno reflexione sobre su conducta y rectifique.
Foley Park hace uso del refuerzo positivo en lugar de la crítica a los estudiantes por su mal comportamiento. Es decisivo hacer sentir importantes a los alumnos cuando se comportan bien.
En Inglaterra la convivencia en el centro se fomenta sorteando cada 15 días los compañeros de mesa. Los alumnos escriben en un diario lo más difícil de la convivencia con su compañero.

Sonia Crespo
CEIP “Maestro Francisco Martínez Bernal” de Molina de Segura (Murcia)

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