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“Es necesario dar alas a los niños, pero es imprescindible dejarlos volar solos”

Con experiencia profesional en niveles educativos tan dispares como Formación Profesional y Educación Infantil, la vida laboral de Mar Romera tiene como guía el faro que es su amigo y maestro Francesco Tonucci.

Ana SevillanoMartes, 22 de enero de 2013
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Mar Romera es una profesional de la Educación que preside la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci. Desde allí trabaja para fomentar los derechos fundamentales de los niños y dignificar la profesión docente porque ser maestro es “la profesión de las profesiones”.
Eres la presidenta de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci, ¿cuál es el objetivo de esta organización?
El objetivo fundamental de Apfrato es la dignidad de la infancia. Es dar voz a los niños y las niñas para que dejen de ser invisibles. Queremos dar a la infancia el lugar que merece, otorgarle presencia, hacer evidentes los derechos fundamentales, y no sólo los más nombrados, sino también los más necesarios y olvidados, como el derecho al juego o el derecho a opinar sobre aquellas cuestiones que les afectan. La infancia no debe seguir siendo utilizada al antojo de algunos, deber ser una etapa con entidad propia. Nuestra asociación pretende reunir profesionales docentes con intención de mejorar y de compartir, entendemos que la labor docente es imposible hacerla solos, necesitamos colegas pedagógicos. También queremos ser un apoyo y una voz para la familia. Queremos construir una comunidad, un equipo.
¿Qué es para ti Francesco Tonucci?
Un sueño conseguido. Yo era estudiante de Magisterio y una profesora nos mandó un libro para “lectura y examen” –gran estrategia para que algo no le guste o importe a un estudiante–, lo dejé para el último día. Se trataba de Con ojos de niño. Aquella noche cuando empecé me fascinó, lo leí tres veces, lloré y reí al mismo tiempo, era como haber encontrado lo que pensaba con 19 años, pero tan bien explicado que no daba crédito. Quizá era un poco mi historia: una maestra, cuando cursaba EGB, me dijo que no servía para estudiar, que pensara otra cosa, que era mediocre y sufrí, sufrí mucho, había pasado de ser considerada muy buena, por leer, escribir y dividir con menos de 6 años, a ser casi fracaso escolar. Después de hacer el examen pregunté si el autor del libro –Francesco Tonucci– estaba vivo o muerto. Cuando supe que estaba vivo y que vivía en Roma, mi sueño fue conocerlo. El empeño y el destino me facilitaron el camino y hoy es mi amigo y mi maestro.
Tonucci nos avisa de cómo los adultos programan su vida al segundo para realmente no hacer nada, de cómo obligamos a nuestros niños a vivir sin existir como lo que realmente son: niños. ¿Algún día nos daremos cuenta de esto?
Espero que sí, confío en que sí. El mayor deseo de un niño es otro niño para poder jugar y esto no siempre es posible. La ciudad es peligrosa, está pensada por mayores, los pequeños no tienen espacio, al menos no tienen el espacio que ellos y ellas querrían. Con suerte nos encontramos parque infantiles diseñados por adultos para garantizar la comodidad de los adultos, de fácil vigilancia, sin lugares donde esconderse, donde investigar, donde hacer grupos y cambiar de grupos, donde encontrar dificultades para poder resolverlas a solas o con otros niños y niñas. Nuestros niños y niñas son cada día más débiles y dependientes, más tristes y más tecnológicos, menos solidarios. Nuestros niños y niñas necesitan encontrar su espacio, un espacio lo suficientemente seguro como para creer, pero lo suficientemente arriesgado como para poder vivir la infancia. Es necesario dar alas a los niños, pero es imprescindible dejarlos volar solos. Los adultos necesitamos aprender de los niños, necesitamos aprender que la felicidad no es un destino, es un camino.
¿Juegan poco nuestros niños?
En general muy poco. Tonucci dice que el mayor deseo de un niño es un campo de fútbol sin entrenador. Lo complicado de la historia es que todos los campos tienen entrenador. Si analizamos el tiempo que un niño o niña pasa en la escuela, en actividades extraescolares y realizando las tareas, evidentemente no queda tiempo para jugar. Si a la situación comentada le sumamos la mala utilización de las nuevas tecnología o las horas de televisión, el tiempo para jugar no existe. Solo con el juego el niño se encuentra, utiliza su creatividad y desarrolla sus talentos.
Francesco Tonucci por ser maestro, pedagogo y, sobre todo, por su vocación por la infancia, se ha hecho merecedor del título de “niñólogo”, ¿quizá sería interesante que todas las maestras y maestros fueran “niñólogos”, es decir, expertos en sus sentimientos y necesidades?
Este es para mí el punto más complicado de nuestra escuela, el más serio, el que necesita una “verdadera reforma”. No puede ser maestro o maestra cualquiera. Es la profesión de las profesiones y, sin embargo, esta no es la idea ni de la sociedad y de muchos profesionales de la materia. Nuestra formación inicial deja mucho que desear, los procesos de selección de recursos humanos para el sistema no pueden ser peores y en ninguno de los casos se piensa en la infancia. Es muy triste pensar que todas
las semanas, cuando tengo encuentros con docentes, visito centros… me topo con supuestos profesionales que no quieren a los niños, que no disfrutan de su trabajo, que no tienen intención de mejorar. Esto me llena de tristeza, pero en el camino también encuentro amor, exigencias personales y muchas ganas de aprender.
¿Escuchamos poco a nuestros niños?
No hay tiempo. Parece que escuchar es malgastar el poco que tenemos. Hablamos, no escuchamos. Y claro, lo importante no es lo que decimos, sino lo que ellos entienden. La capacidad de nuestros niños y niñas es ilimitada, sólo la limitan nuestras debilidades a la hora de proyectar expectativas, nuestro miedo a lo desconocido, nuestra desconfianza en no-sotros y nosotras mismas. La afectividad debe ser el hilo conductor de toda situación
de enseñanza-aprendizaje. Las niñas y los niños deben sentirse seguros y construir conocimiento a partir de la formación de una autoimagen positiva. Esto no es posible si no se hace desde la escucha.
Tú has trabajado en todas las etapas del sistema educativo, Infantil, Primaria, Educación Especial, Secundaria, Formación Profesional y universidad. ¿Con cuál te quedas?
Todas tienen algo para sorprender, todas me han aportado, en todas he aprendido. Sin lugar a dudas las más complejas y más complicadas, las que más exigen, son Infantil y Especial.
Has trabajado en profundidad en la implantación de las asambleas en el aula de Infantil. ¿Dónde radica la importancia de este recurso?
En asamblea todos y todas somos iguales. En esta situación los adultos no debemos emitir juicios de valor. Si acudimos a los clásicos –Freinet, Freire, Rodari– podemos encontrar la asamblea como el gran recurso, sin embargo, en nuestros días, creo que en muchas situaciones didácticas de aula la asamblea “por conocida” se convierte en una rutina aburrida y poco real, se convierte en “un explicar en circulo”. Pienso en una asamblea real, donde los más pequeños se pueden expresar desde la creatividad y el respeto. Una asamblea como unidad didáctica estructurada, cuidada y planificada.
¿Dónde encajan las TIC en todo esto?
Las nuevas tecnologías deben ser objeto de conocimiento en sí mismas y no generadoras de contenido. Quizá el problema está en que el alumnado controla más que el profesorado las nuevas tecnologías y ante el miedo el adulto se agarra a lo que supone que controla –contenidos–. No acabo de entender porqué prohibimos el móvil al alumnado. Un móvil de última generación en un aula de Secundaria, bien utilizado, puede ser un excelente recurso.
Cuando ves que las maestras y maestros salen emocionados de las ponencias que das, ¿sientes que no todo esta perdido, que hay esperanza?
En estos años he aprendido que merece la pena. Siento y pienso realmente lo que digo. Quiero cambiar el mundo, sé que es una utopía, pero nunca olvido que la utopía es la que marca el horizonte del camino y que niños y niñas merecen la pena.

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