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¿Internados para salir del gueto?

Un nuevo estudio pone en duda la efectividad de los internados gratuitos para jóvenes desfavorecidos salvo cuando el alumno es especialmente brillante. Sus autores advierten sobre la importancia de las emociones en la Educación.
Rodrigo SantodomingoMartes, 21 de abril de 2015
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Los colegios internos para alumnos desfavorecidos proliferan tanto en Francia como en EEUU. (Foto: Shutterstock)

Aislar en la burbuja de un internado a alumnos capaces ­–aunque víctimas de un entorno hostil– para que puedan explotar todo su potencial. Apartarles de los guetos estadounidenses o las banlieus francesas y anular así, de un plumazo, tentaciones contraindicadas para el estudio. Sumergirles en un ambiente donde reina la paz y el silencio, impera la disciplina y emerge de forma natural la sana competencia entre chavales igualmente motivados.

La idea suena bien. En ella convergen la aspiración de excelencia académica y el noble afán por la igualdad de oportunidades ante un formato escolar tradicionalmente reservado a familias pudientes. Los colegios internos dirigidos a estudiantes sin recursos proliferan en Francia (45 internats d’excellence que acogen 4.200 alumnos de Secundaria) y, en menor medida, en EEUU, donde la Fundación SEED (semilla) ya cuenta con tres campus donde viven y estudian cerca de 800 jóvenes, la mayoría de raza negra.

Frente a la aparente certeza de que este tipo de iniciativas sólo puede traer beneficios, el investigador francés Clément de Chaisemartin se propuso contrastar empíricamente lo que no deja de ser una creencia bienintencionada. Para ello distribuyó tests de Matemáticas y cuestionarios sobre estado psicoemocional entre 258 alumnos que asisten a un internat d’excellence al sur de París y otros 137 que, tras solicitar plaza, quedaron fuera en el sorteo aleatorio que criba el exceso de demanda. Fruto de una colaboración entre la University of Warwick (Reino Unido) y la École d’Economie de París, el estudio Ready for Boarding? confirma el progreso académico de los estudiante internos, aunque con importantes matices.

Una de sus principales conclusiones es que la mejora sólo cristaliza tras dos años de estancia. Al finalizar el primer curso, no se aprecian diferencias significativas entre alumnos internos y aquellos que siguen acudiendo a centros en régimen abierto. De Chaisematin y sus colegas achacan la ausencia de efectos positivos sobre el rendimiento durante ese primer año a los problemas de adaptación que conlleva la vida en un colegio interno: brusca separación de familia y amigos, reglas de convivencia estrictas, etc. De hecho, los chavales internos reconocieron peores niveles de bienestar emocional que los alumnos que no obtuvieron plaza en el sorteo. Esta diferencia se esfuma transcurridos 24 meses.

Más importante quizá sea el otro hallazgo relevante de Ready for Boarding? Aunque los resultados de los internos en los tests de Matemáticas se dispararon al finalizar el segundo curso, el grueso de la mejora se concentró en los alumnos que ya destacaban notablemente en esta materia antes de ingresar en el internado. Los estudiantes promedio o situados ligeramente por encima de la media continuaron mostrándose inmunes a esa atmósfera tan propicia para el estudio que los internados han convertido en bandera.

Si bien los autores aseguran que el formato interno “quizá no sea el adecuado” para los alumnos (relativamente) menos brillantes, De Chaisemartin se muestra, en conversación con este periódico (ver entrevista), más cauto y aclara que su trabajo tiene un alcance limitado. Se necesitan, insiste, otras investigaciones que arrojen luz y revelen cuánto hay de verdad en los numerosos mitos que rodean a los internados.

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