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“Uno elige el centro que encaja en el estatus que espera que ocupe su hijo”

Para el profesor de Sociología e investigador de la Universidad Autónoma de Madrid, Jesús Rogero, “la libertad de elección de centro no existe, es un término falaz para justificar un sistema que segrega al alumnado y que sirve a las clases medias y altas para alejarse de los alumnos extranjeros y de las clases bajas”.
Pablo RoviraMartes, 1 de marzo de 2016
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Jesús Rogero es profesor de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid. Sus trabajos abordan cuestiones sobre dependencia, cuidados a adultos y niños, usos del tiempo y, más recientemente, desigualdades en Educación. Ha participado en proyectos de investigación para diferentes instituciones públicas y privadas. También es autor, junto con Mario Andrés Candelas, del artículo Representaciones sociales de los padres y madres sobre la Educación pública y privada en España publicado en el último número de la Revista de la Asociación de Sociología de la Educación (RASE).

¿Cuáles son las principales causas para que las familias perciban de manera diferente la Pública y la Privada?
Creo que hay dos elementos que las familias distinguen con mucha nitidez. El primero de ellos es la composición del alumnado. Los centros públicos concentran más alumnos de origen extranjero –que suelen manejar peor el idioma–, con menos recursos económicos y con necesidades educativas especiales. El segundo es el carácter laico o religioso del centro. No hay que olvidar que tres de cada cuatro alumnos de la Concertada estudian en un centro católico. Estos dos rasgos proyectan una imagen muy diferente de ambas redes escolares.

Esta distinta percepción, ¿se debe a la desigual proyección que hacen los centros o a cuestiones intrínsecas de las familias? ¿Más a sus creencias, estatus, etcétera, que a la imagen que proyectan los centros de sí mismos?
Diría que es una combinación de ambas. Si nos fijamos, muchos centros privados y concertados proyectan una imagen de exclusividad, asociada a las clases superiores. Eso es atractivo para muchas familias, que buscan que sus hijos se distingan del resto y ocupen un lugar elevado en la sociedad. Esta expectativa es un motivador muy poderoso. Uno elige el centro que encaja en el estatus que espera que su hijo ocupe en el futuro. Como es lógico, la expectativa es más alta entre quienes tienen una mejor posición económica.

De todas formas, ¿cree que todos los centros proyectan la misma imagen, o pueden encontrarse distinciones según su titularidad?
Los centros privados cuidan su imagen más que los públicos porque dependen de la demanda que sean capaces de atraer. Esto no significa que ofrezcan una información más transparente. Los centros públicos cuidan menos este aspecto porque están menos habituados a competir por atraer alumnado, aunque esto ha cambiado mucho en los últimos años.

¿Cuáles son las causas intrínsecas (de las familias) que más condicionan la percepción que tienen de los centros?
El primer condicionante diría que tiene que ver con sus recursos económicos y culturales, y el segundo con sus valores y su visión del mundo, algo que en las investigaciones se refleja en las creencias religiosas y en la ideología política en un sentido amplio, no partidista.

Señala que esta distinta percepción condiciona la composición de los centros.
Efectivamente, esta percepción es uno de los factores que intervienen en la elección de centro, junto con otros como la capacidad económica, el origen nacional o los condicionantes geográficos.

En todo momento estamos hablando de la percepción de las familias. Mi pregunta es si esa percepción tiene algo que ver con la realidad.
En algunas cuestiones, claramente no. Por ejemplo, las investigaciones indican que los resultados académicos de ambos tipos de centros son similares si se descuenta el efecto del origen social. La cantidad de deberes también es similar y el nivel académico para pasar de curso es mayor en los centros públicos, de manera que la idea de que la escuela privada es más exigente parece bastante cuestionable. En cuanto al ambiente escolar, tampoco hay diferencias en los niveles de bullying o acoso escolar. Ni siquiera las hay en el uso de las TIC. Donde creo que, en general, las familias aciertan es en la empleabilidad que logran unos y otros centros. Los lazos sociales que se establecen a lo largo de la etapa educativa son cruciales en las futuras posibilidades de encontrar empleo. Pensemos que el 40% de los universitarios logran su primer trabajo gracias a contactos personales. Los contactos que ofrece la escuela privada son, en este aspecto, mucho más efectivos. La cuestión de fondo aquí es hasta qué punto esa distribución desigual del capital social que se produce durante la Educación obligatoria es justa.

¿Es posible cambiar la percepción de las familias o, más bien, que al menos esa percepción sea más real de lo que es?
Es posible, aunque muchas familias no querrán ver unos datos que echan por tierra la visión de la realidad que ayuda a justificar sus decisiones. Tenemos datos de padres de la Concertada que se consideran de izquierdas y que aseguran que, de poder hacerlo, llevarían a sus hijos a la Pública. ¿Por qué no lo hacen? Yo diría que –y esto es interpretación mía–, en buena medida, por clasismo puro y duro. Ahora bien, justificarán su decisión a partir de otras cuestiones, como el nivel de exigencia o el ambiente escolar. Este clasismo es generalizado entre quienes llevan a sus hijos a la escuela privada, que tienden a ser más conservadores.

¿Podría ayudar una verdadera transparencia sobre lo que ocurre en los centros a que esa percepción se ajustase a la realidad?
Sin lugar a dudas.

¿Qué podrían hacer los agentes educativos para cambiar esa percepción? ¿Y los medios de comunicación?
Creo que los agentes educativos deben dedicarse a su tarea, que es educar lo mejor posible, y dejar que sean las administraciones públicas quienes ofrezcan información transparente sobre el sistema educativo. Por su parte, los medios muchas veces interpretan de manera simplista y demasiado categórica los resultados de las investigaciones, cuando conviene ser mucho más prudentes.

Se debate mucho sobre la libertad de elección de centro. ¿Cómo afecta a esta elección si la percepción que sustenta estas decisiones quizás casa mal con la realidad?
Los estereotipos de las familias refuerzan esa segregación porque, en términos generales, cada uno percibe mejor la escuela que conoce. Por su parte, la libertad de elección de centro no existe, es un término falaz para justificar un sistema que segrega al alumnado según origen social y que sirve a las clases medias y altas para alejarse de los alumnos de origen extranjero y de las clases más bajas. No se trata de oponer la escuela pública y la concertada para que compitan, sino de ver los resultados del modelo en términos de igualdad y cohesión social, que son terribles. Estamos obsesionados con el nivel académico y nos olvidamos de cuestiones básicas. La convivencia de niños y niñas de diferente origen social y cultural es imprescindible para construir una sociedad cohesionada con ciudadanos dialogantes y respetuosos.

¿Hay remedio a esta segregación y al abandono de la escuela pública por parte de las clases medias?
Para empezar, es imprescindible una inspección más intensa y contundente para sancionar las prácticas fraudulentas de selección del alumnado que se desarrollan no solo en buena parte de los centros concertados, sino también en muchos centros públicos.

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