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“No hay que atiborrar a los alumnos de conocimientos en las escuelas”

El neurocientífico y autor de Cerebroflexia David Bueno explica a MAGISTERIO cómo se puede moldear el cerebro para optimizarlo al máximo, gracias a su plasticidad, y la responsabilidad que supone hacerlo de la mejor manera posible, sobre todo, con los más pequeños.
Laura García RuedaMiércoles, 18 de mayo de 2016
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David Bueno.

El cerebro humano es un órgano inacabado, en constante evolución. Así lo afirma el neurocientífico David Bueno en su libro Cerebroflexia, en el que se sirve de un símil entre la formación del cerebro y la papiroflexia para explicar cómo se desarrolla este órgano. MAGISTERIO ha entrevistado a este doctor en Biología y profesor e investigador de Genética en la Universidad de Barcelona para saber más sobre cómo desarrollar todo nuestro potencial.

¿Qué va a encontrar el lector en Cerebroflexia?
En el libro explico que el cerebro no es estático, se va haciendo y rehaciendo durante toda la vida y hay unas etapas en las que es mucho más influenciable, en la infancia y la adolescencia.

Hace un símil entre la papiroflexia y el cerebro.
Como en la papiroflexia, todos partimos de una hoja de papel, nuestros genes. Es como si repartimos trozos de papel de distintas formas, tamaños y calidades a 50 personas para que cada uno haga una pajarita. Si tienes un papel grande de buena calidad y sabes hacerla, crearás una virguería; si te toca uno pequeño pero eres bueno, harás una de menor tamaño, pero también bonita; ahora, si te toca un papel bueno y grande pero no sabes cómo doblarlo te saldrá una fea.

Nuestro cerebro funciona igual, todos tenemos esta biología ineludible y lo que hace la Educación es doblarla para hacer una figura final que nunca está terminada del todo.

A la hora de desarrollar todo nuestro potencial, ¿es más importante la biología o el entorno?
Los dos son igualmente importantes, pero depende de la característica a analizar. Por ejemplo, en la agresividad la genética pesa en torno a un 55% y la interacción con el ambiente, un 45%; en la inteligencia los porcentajes son un 70% y un 30%, respectivamente. Los genes no se pueden cambiar, así que ese 30% es clave.

¿Nos limita la genética?
Nos condiciona, no nos limita. Por ejemplo, un relojero catalán tiene el récord Guinness por hacer una pajarita de papel con sus pinzas de trabajo a partir de un rectángulo de 0,33 por 0,36 milímetros. Es decir, aunque partas de una biología que no te ha favorecido, si recibes una buena Educación y el ambiente familiar y social te es propicio, tu pajarita será pequeña pero estará muy bien trabajada y le sacarás todo el provecho a lo que tienes.

¿Nunca es tarde para optimizar nuestro cerebro?
Nunca, pero cuanto antes lo hagamos, mejor porque el cerebro es más plástico.

¿Cuál sería el primer paso?
Tener claro que podemos hacer el cerebro un poco a nuestro gusto y, por tanto, que tenemos la posibilidad y la responsabilidad de hacerlo de la mejor manera posible, con nosotros y con nuestros hijos. Por ejemplo, si nos comportamos de forma autoritaria con una persona, impedimos que sus circuitos relacionados con la crítica se desarrollen correctamente; un ambiente de conflictividad genera personas cuyas co-
nexiones neuronales les llevan a ser más impulsivos, etc.

En cuanto a la Educación, ¿cómo influye en el desarrollo del cerebro?
Influye mucho, sobre todo en los niños. Una Educación a la antigua usanza en la que las cosas se memorizan sin racionalizarlas genera un tipo de estructuras neuronales de conexiones distintas a las de un cerebro que se ha educado de forma reflexiva y crítica.

No es igual el cerebro de un niño que aprende por obligación que el del que lo hace con motivación. Las zonas del cerebro que terminan conectadas no son exactamente las mismas. Tampoco lo es aprender con miedo –lo que se decía antes de “la letra con sangre entra”–, que con placer, se activan zonas distintas ante la necesidad de aprender cosas nuevas.

¿Cuánto pesan los genes y cuánto el entorno en la capacidad de aprendizaje?
Los genes rondan el 40-50% y el resto es la capacidad del entorno para enseñarnos a estar motivado. De hecho, actitudes como la capacidad para motivarnos o ilusionarnos las aprendemos por imitación, ya que existen unas neuronas denominadas espejo que se activan de la misma manera cuando nosotros experimentamos algo que cuando vemos que lo hace otro. Así, si el profesor entra a clase motivado, contagia a sus alumnos.

¿Los sistemas educativos deberían tener en cuenta cómo funciona el cerebro?
Ahora es el momento de empezar a tenerlo presente cuando se tengan que diseñar nuevos planes educativos. Por primera vez tenemos una estructura más o menos clara de cómo aprende el cerebro, qué es lo que le motiva y por qué aprender con motivación genera aprendizajes más duraderos; aunque aún hay huecos.

¿Qué cambios sugiere?
Lo primero es no atiborrar a los alumnos de conocimientos porque la sociedad ha cambiado –antes, los conocimientos o estaban en el cerebro o no se podían encontrar–. Una fuente importante de estrés en las escuelas es la obligación de terminar unos currículos extensos. Esto provoca estrés a los profesores y, a través de las neuronas espejo, éste se transmite a los alumnos.

Debería permitirse que los conocimientos llegaran de forma natural. El cerebro aprende por medio de necesidades: se encuentra con un problema, debe solucionarlo, no sabe cómo y aprende cosas nuevas para conseguirlo. Pero en la escuela muchas veces se hace al revés. “Ahora toca aprender esto. ¿Para qué? Porque toca”.

¿Cuál debe ser ahora la función del profesor?
Enseñar a gestionar esta información y transmitir la necesidad de estar informado y buscar aquello que se desconoce, el placer por el conocimiento, la motivación por el aprendizaje, por colaborar con los demás en proyectos comunes, etc. Su función es más la de un organizador que la de un gran transmisor de conocimientos.

¿Cómo puede ser útil en el aula lo planteado en Cerebroflexia?
Para darnos cuenta de esta plasticidad del cerebro, de la responsabilidad que implica educar y de las grandes posibilidades que abre, por ejemplo, enseñando a través de las emociones. Cualquier aprendizaje emocional queda más fijado en el cerebro que otro que no lo sea. Conocer cómo funciona el cerebro nos permite meditar sobre qué tipo de docente somos. No se trata de cambiar lo que hacemos, sino de ser conscientes del porqué.

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