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Las madres de día, ¿son útiles o son un peligro para los niños?

Martes, 17 de enero de 2017
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Históricamente los pedagogos han defendido que “cuan­to antes se escolarizara a los niños, mejor”. Esto se ha confirmado de una manera científica a partir de los años 80 que, con más medios técnicos, la neurociencia demostró que la asistencia de los neonatos a programas de Educación Infantil ayuda a desarrollar el cerebro de los niños, y así la Conferencia Mundial Educación para Todos, celebrada en Jomtiem, Tailandia (organizada por Unesco) en marzo de 1990, en su Declaración Final incluyó, como elemento central de la ampliación de los medios y el alcance de la Educación básica, lo siguiente: “La Educación comienza con el nacimiento”.

A partir de ese momento existen multitud de pronunciamientos internacionales en el sentido de regular y extender la Educación de la primera infancia. Así, la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI patrocinada por la Unesco en 1996 expone en sus conclusiones:

“Además del inicio de socialización que los centros y programas permiten efectuar, se ha podido comprobar que los niños a los que se les imparte una Educación destinada especialmente a la primera infancia están más favorablemente dispuestos hacia la escuela y es menos probable que la abandonen prematuramente que los que no han tenido esa posibilidad. Una escolarización iniciada tempranamente puede contribuir a la igualdad de oportunidades al ayudar a superar los obstáculos iniciales de la pobreza o de un entorno social o cultural desfavorecido. Puede facilitar considerablemente la integración escolar de los niños procedentes de familias inmigradas o de minorías culturales o lingüísticas. Además, la existencia de estructuras educativas que acogen a niños en edad preescolar facilita la participación de las mujeres en la vida social y económica”.

Dentro de esta corriente mundial de que la Educación comienza con el nacimiento, en España, ya en el año 1990, la Logse incluye en su regulación el ciclo 0 a 3, definiéndolo y configurándolo como educativo, exponiendo que: “Los centros que actualmente atienden a niños menores de 6 años y que no estén autorizados como centros de Educación preescolar dispondrán, para adaptarse a los requisitos mínimos que se establezcan para los centros de Educación Infantil, del plazo que en la fijación de los mismos se determine”. (Disposición transitoria 1ª).

Esto comporta el sometimiento a una normativa detallada y a inspecciones regulares y periódicas desde las administraciones educativas.

Con la Logse, del año 1990, se deroga la enseñanza no reglada en el tramo 0-3 años y la Educación Infantil se convierte en Educación reglada, por tanto, bajo la inspección de las autoridades educativas. Desaparecen tipologías utilizadas con anterioridad y, desgraciadamente, aún demasiado consolidadas como “guarderías”, “preescolar”, “madres de día” o denominaciones análogas, y se obligó a los centros que ejercían bajo estas nomenclaturas a solicitar autorización ante la Administración educativa, exigiéndoseles unos requisitos mínimos curriculares, de instalaciones y de profesorado, pasando a denominarse “escuelas infantiles” y “centros de Educación Infantil”.

Por otra parte, esta política de incorporación de la Educación Infantil al sistema educativo sigue las directrices marcadas por el Consejo de la Unión Europea y de los representantes de los gobiernos de los Estados miembro, al promulgar el documento Educación y cuidados de la primera infancia: ofrecer a todos los niños la mejor preparación para el mundo de mañana dentro de la Agenda de la UE en pro de los Derechos del Niño.

De acuerdo a lo anterior, la sociedad, a través de las administraciones educativas, pide a la distintas etapas y niveles de la Educación formal que promueva una Educación integral que desarrolle las potencialidades que cada niño posee. Para asegurar esta Educación de calidad facilita leyes, decretos y órdenes que regulan el funcionamiento de los centros docentes. El cumplimiento de las diferentes normativas garantiza a las familias que el centro al que asisten los niños cuenta con unas instalaciones adecuadas para su seguridad, un equipo docente con formación sólida, con titulación y profesionalidad fuera de toda duda, un Proyecto Educativo, una Propuesta Pedagógica y otros documentos que posibilitan el desarrollo adecuado de los niños.

La Educación en los primeros años de vida, además de basarse en el riguroso conocimiento de las etapas evolutivas de los niños y de la formación de las estructuras y la plasticidad del cerebro, tiene en cuenta la existencia de los períodos sensitivos del desarrollo. Los períodos sensitivos, también llamados ventanas de oportunidad, se denominan a aquellos momentos en los que una determinada cualidad o función psíquica dispone de las mejores condiciones para su manifestación y desarrollo óptimo. Según los resultados de numerosos estudios, el tiempo en el que es posible estimular una determinada área neuronal para promover la creación de interconexiones tiene límites. Si el niño no recibe los estímulos adecuados durante ese período de tiempo, la cualidad o función se forma deficientemente y, en ausencia de estímulos, no llega a formarse. Ello exige unos profesionales perfectamente formados, que se garantizan mediante las inspecciones educativas, cosa que no ocurre con las “madres de día”.

Tras la lectura anterior cabría preguntarse, en los sitios donde no están reguladas las “madres de día” (que son todos a excepción de Navarra) ¿Son útiles o un peligro para los niños? Y está claro que son un peligro para los niños porque: ¿Quién garantiza la seguridad de sus instalaciones? ¿Quién garantiza la formación de “las madres”? ¿Quién garantiza un desarrollo adecuado de los niños?

Juan Sánchez Muliterno es presidente de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles (AMEI-Waece)

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