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Inteligencia emocional para resolver los problemas de convivencia

El desafío que supone ejercer la práctica docente cuando en el grupo-clase existen considerables problemas de convivencia.
Miércoles, 22 de marzo de 2017
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Todo lo que dijeron los alumnos durante la actividad de gratitud lo plasmaron en un mural.

La siguiente experiencia educativa trata del desafío que supone ejercer la práctica docente cuando en el grupo-clase existen considerables problemas de convivencia.

El colegio, enmarcado en un barrio de nivel sociocultural medio, tenía dos líneas. El grupo-clase del que versa este artículo es un 5º de Primaria con 25 niños, siendo tres de ellos de Necesidades Educativas Especiales. En el intercambio de información con otros docentes, me habían hablado de conflictos internos del grupo-clase que sería mi tutoría y de la complejidad de los mismos.

En las primeras semanas de clase notaba al alumnado más distante en comparación a otros grupos-clase del propio centro; el contacto visual también era más bajo de lo habitual. En esos momentos entendí que sus emociones estaban reprimidas, especialmente las positivas, y que había que trabajar en esa dirección para favorecer los aprendizajes y mejorar las relaciones entre ellos y, por ende, la cohesión del grupo-clase.

Otro agente que les generaba conflictos era las conversaciones en grupos de WhatsApp. Se producían malentendidos, insultos y también se excluía a personas de la clase o se les ponían iconos despectivos. Y como era de esperar, esa tensión vivida en el hogar llegaba al día siguiente al aula. Por ello, observé la necesidad de analizar con ellos las consecuencias negativas de un chat de estas características.

Era capital actuar, poner en marcha estrategias educativas para generar en ellos emociones positivas y reducir los conflictos. Para ello empezamos a trabajar con la visualización de vídeos que enseñan valores como la empatía. Ejemplos fueron Pájaros, Partly cloudy o Cadena de favores infinita.

Además, reflexionamos con la letra de la canción Odio por amor de Juanes e intenté que fuera un himno para ellos, el cambio que invoca este tema era esencial para el grupo; igualmente, les puse un vídeo de acrobacias en silla de ruedas para empatizar con la compañera que tenía esa situación y aumentar su autoestima.

El uso de vídeos despertaba gran interés y motivación en ellos, además suponía un flujo de emociones positivas y valores como alegría, generosidad, risa, empatía, diálogo, superación, aceptación, ayuda, etc.

Aún así, viendo que seguían surgiendo conflictos en los recreos y que los ocultaban en lo posible, designé en clase dos alumnos que eran neutrales, de confianza, más maduros que el resto, como los responsables de convivencia. Ellos adquirieron un rol de mediador-informador, es decir, cuando varios alumnos tuvieran un conflicto y no pudieran resolverlo, los responsables asesorarían y tranquilizarían a los implicados, además de informar a los docentes que vigilaban el patio o al tutor.

Esta figura tuvo una buena aportación en tanto que suponía la detección de la mayoría de problemas importantes ocurridos. Es entonces cuando identificaba a los alumnos más impulsivos, dominantes y que usaban el insulto durante la confrontación con el consiguiente agravamiento del problema.

Volvía a hacerse evidente la necesidad de una estrategia de Educación emocional. Los comentarios negativos debían evitarse de algún modo y fue entonces cuando utilicé The happy corner –el rincón feliz–. La idea era decirse muchos comentarios positivos diariamente; hacer de esa práctica un hábito, fijarse en lo bueno de los demás y hacérselo saber. Primero oralmente y después registrándolo en un tablón de papel continuo con rotuladores de diferentes colores cada semana. Este pensamiento positivo, que orgánicamente sabemos que produce las hormonas de la felicidad, fue creciendo en el grupo-clase y aunque no erradicó los insultos, sí los redujo considerablemente.

Otra emoción contenida en la mayoría de ellos era la gratitud, lo que suponía un distanciamiento y falta de empatía. Por ello, se desarrolló una actividad de expresión oral en la que agradecían a un compañero o a varios alguna acción reciente o del pasado. Verdaderamente resultó conmovedor cómo alguno de ellos rompía en lágrimas de alegría al escuchar o expresar palabras de agradecimiento que apenas habían pronunciado anteriormente. Lo que dijeron se plasmó en un mural con forma de sol.

Para finalizar esta experiencia educativa, durante el último mes de clase, realizaron unas dramatizaciones cuyo tema principal eran las emociones trabajadas a lo largo del curso: alegría, tristeza, ira, gratitud y aceptación. Una vez más, volvió a sorprenderme su capacidad de trabajar en equipo y la predisposición adquirida a manifestar emociones y regularlas más eficazmente.

Fue fundamental seguir el principio del efecto Pigmalion y tener en ellos expectativas de logro hasta cuando las situaciones fueron más tensas y difíciles. El creer constantemente en ellos y hacérselo saber creó el cambio que necesitaban y fue un punto de inflexión en cuanto al desarrollo emocional de estos niños. Otra clave del éxito de esta experiencia educativa fue la comunicación docente-alumnado. Como en la vida misma, la fluidez, la frecuencia, la emotividad, la asertividad, la positividad, la confianza, la escucha activa, la cercanía estuvieron muy presentes y fueron primordiales para enseñar las emociones.

Para concluir, siguiendo la línea de la inteligencia emocional, quisiera expresar mi gratitud a los que han hecho posible que esta experiencia pueda ser compartida y a ti, lector. Como les dije a aquellos chavales: la clase unida jamás será vencida, traslado también esta expresión a todos los que luchamos día a día por una sociedad mejor.

Alberto Franco
CEIP “Juan de Coyeneche” de Nuevo Baztán (Madrid)

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