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Conocimientos que nos llegan por medio de la interacción

Con el aprendizaje cooperativo, los alumnos no solo aprenden porque el profesor les enseña, sino porque colaboran entre sí enseñándose unos a otros.
Adrián ArcosMartes, 4 de abril de 2017
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No es solo dividir a los alumnos en grupos para que hagan un trabajo. Tampoco realizar una actividad de clase por parejas. El aprendizaje cooperativo es más que eso, implica toda una serie de prácticas que aseguran la auténtica cooperación entre todos los miembros de un grupo, y que les permiten alcanzar con éxito los objetivos propuestos, a la vez que desarrollan ciertas habilidades y actitudes que van más allá del aprendizaje académico. Es un concepto basado en la interacción de los alumnos.

Las investigaciones de David W. Johnson y Roger T. Johnson, pioneros en profundizar sobre los beneficios educativos del aprendizaje cooperativo, vienen confirmando el modelo en la práctica desde los años 60. Los dos hermanos demostraron que cuando es el alumno el que ejerce como profesor, aprende muchísimo más él mismo pero también todos sus compañeros. Es decir, los alumnos no solo aprenden porque el profesor les enseña, sino porque cooperan entre sí enseñándose unos a otros.

Según los dos investigadores, el aprendizaje cooperativo mejora la implicación de los alumnos en su propio aprendizaje y, por tanto, su rendimiento; aumenta el tiempo de dedicación y la motivación sobre las tareas; y produce una consecuente mejora en los procesos de comprensión. Pero no se queda ahí, estimula también el pensamiento crítico, aumenta el número de las ideas, fomenta la autoestima y proporciona una mayor amplitud de miras al estar en contacto con puntos de vista diferentes.

Lo que pretende este enfoque cooperativo es superar la tradicional estructura individual y competitiva. Los alumnos aprenden unos de otros colaborando y compartiendo sus conocimientos. Así se desarrolla el trabajo en equipo, la solidaridad entre compañeros y el aprendizaje autónomo.

Este tipo de aprendizaje no solo se queda en el centro educativo, sino que busca vínculos con la calle, con la familia y con la comunidad. Uno de los ejemplos más claros de esta nueva forma de entender el proceso educativo es la metodología de Escuela Nueva, creada en los años 70 por Vicky Colbert –cuya entrevista publicamos en la página siguiente– para mejorar la calidad y efectividad de las escuelas de Colombia. Su foco inicial fueron las escuelas rurales, por ser las más necesitadas y aisladas del país.

Mediante instrumentos sencillos, Escuela Nueva promueve un aprendizaje activo y participativo, un fortalecimiento de la relación escuela-comunidad y un mecanismo de promoción flexible adaptado a las condiciones y necesidades de los niños. Escuela Nueva viene a demostrar que aprender a convivir, dialogar, comprender y respetar las diferencias, se cultiva año tras año desde un modo de concebir el aula: el trabajo cooperativo en círculos activos.

Las guías de aprendizaje son un elemento fundamental del componente curricular de los modelos Escuela Nueva. Promueven el trabajo individual y en equipo con actividades didácticas que propician la reflexión y el aprendizaje por medio de la interacción, el diálogo, la participación activa y la construcción social de conocimientos.

Asignación de roles
Otro de los lugares donde mejor se ha desarrollado el aprendizaje cooperativo lo tenemos más cerca, concretamente en el Colegio “Ártica” de Madrid. Mónica Sánchez, jefa del Departamento de Orientación de este centro concertado, explica el rol que se asigna a cada alumno del grupo: el speaker (portavoz y supervisor); el enviroment (responsable del orden de los materiales); el coordinator (gestión de cada intervención para la resolución de las tareas); y el supervisor (responsable de organizar las tareas pendientes).
“En ocasiones resuelven muy bien los problemas y tareas, porque funcionan bien en grupo”, asegura Mónica Sánchez, aunque “otras veces la interacción entre ellos no es tan sencilla, no saben llevar a cabo su rol, no respetan turnos de palabra o se enfadan y discuten cuando el grupo no tiene en cuenta sus opiniones”. Para ella, “esto forma parte del proceso, y lo importante es que poco a poco sean cada vez más autónomos, más capaces de mejorar sus razonamientos y mejoren su aprendizaje y convivencia”.

La metodología EPR
El profesor Diego Vergara, responsable del Grupo Vimet de la Universidad Católica de Ávila (UCAV), también tiene una metodología propia basada en el aprendizaje cooperativo. Se compone de tres etapas que él llama EPR (Exposición, Preguntas y Respuestas). En primer lugar, los alumnos en grupos exponen su trabajo en el aula –previamente supervisado por el profesor– y siguen unas rúbricas de evaluación. Los demás grupos de clase tienen obligatoriamente que participar dando consejos para mejorar esas presentaciones. Asimismo, tienen que ir tomando notas porque después deberán hacer preguntas a los demás grupos y valorar sus exposiciones.

Finalmente, los alumnos deben volver a contestar por escrito todas esas preguntas y responder las más significativas en clase, con lo que se refuerza de nuevo la exposición. “Aparte de reforzar la temática concreta, obliga al alumno a estar atento a las exposiciones de los compañeros, ya que después les tendrán que preguntar sobre esa temática”, explica el profesor de la UCAV.

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