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No grites... y si lo haces, discúlpate

José Mª de Moya
Director de Magisterio
11 de septiembre de 2018
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Se me ocurrió tuitear un interesante reportaje sobre cómo afectan los gritos en el desarrollo de los niños y añadí la ocurrencia de que habría que instaurar la “Semana sin gritos”. Luego pensé que comenzar con el “Día sin gritos” sería más realista. En efecto, probablemente no tendremos que hacer mucha memoria para recordar cuándo fue la última vez que gritamos a un hijo o a un alumno.

El citado reportaje publicado en Padres y Colegios recogía la conclusión principal del estudio Enlaces longitudinales entre la disciplina verbal dura de padres/madres y los problemas de conducta y síntomas depresivos de los adolescentes, elaborado por la Universidad de Pittsburg. Según el director de la investigación, “los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo”. Más aún, “los efectos de la disciplina verbal dura fueron aproximadamente los mismos que con la disciplina física; y por eso, podemos deducir que estos resultados durarán de una forma similar en el tiempo”. Con cierta dosis de dramatismo concluían que “los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente”.

Hasta ahí bien a pesar del alarmismo excesivo al que tienden este tipo de investigaciones. Lo que no estoy dispuesto a admitir de ninguna forma es la segunda conclusión del estudio, cuando dice que “el amor no disminuyó los efectos de la disciplina verbal y tampoco lo hizo la fuerza del vínculo entre padres e hijos”. Si el amor no sirve, ¿qué nos queda? En Educación todo tiene arreglo, nunca es demasiado tarde, siempre hay segundas, terceras e infinitas oportunidades. Sería terrible decir a un padre, a una madre, a un maestro o maestra que ya no hay nada que hacer porque tal vez le gritaste mucho, fuiste violento o Dios sabe qué hiciste…

Las investigación científica aplicada a las ciencias sociales suele pecar de cierto determinismo y llevarnos a conclusiones excesivamente categóricas que la realidad se encarga de desmentir (últimamente sobran ejemplos), dejando poco espacio al misterio de la libertad humana. Está bien saber cómo pueden ser las cosas pero sin olvidar que siempre podemos cambiarlas.

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