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El Museo del Prado alcanza su bicentenario

El Museo del Prado alcanza los 200 años erigiéndose como una de las pinacotecas más importantes a nivel mundial y fuente de cultura y valores para los jóvenes en edad escolar.
Alberto López TavaresMartes, 5 de febrero de 2019
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© ANAYA

El concurrido Paseo del Prado, aquella avenida que estriba de Atocha y cruza enérgica una de las zonas más características del centro de la capital, está conformada por diferentes edificios y esculturas de postín, véase si no el primero de los dos pulmones que sustentan de oxígeno la ciudad: el histórico Parque del Retiro y el Jardín Botánico. Asimismo, separadas por una distancia no muy amplia se erigen, sobre el duro asfalto y el boyante tráfico que este alberga en su lomo, las fuentes de Cibeles y Neptuno, respectivamente.

No es necesario ningún otro elemento para verificar la repercusión de tal enclave debido a la importancia de los citados anteriormente, aunque no es posible pasar por alto la escultura de Diego Velázquez, que guarda, a la sombra de las egregias columnas que la componen, la entrada principal del Museo del Prado.

Un edificio histórico

El Museo del Prado no fue diseñado para la función que hoy, en la actualidad, a nadie escapa: albergar pinturas de un extraordinario valor por la excelencia que depositaron en ellos (convergencia de técnicas, aparición de la perspectiva, reflejo de diferentes coyunturas sociales, contiendas, monarcas…) gran parte de los grandes maestros pintores que la historia ha creado, convirtiéndose así en una pinacoteca que no se despeña de los primeros puestos en cuanto a relevancia mundial se refiere.

 

El Museo del Prado se ha convertido en una pinacoteca que no se despeña de los primeros puestos en cuanto a relevancia mundial se refiere.

Como se aludía líneas atrás, se pergeñó la idea de construir un museo, pero no de arte, sino de ciencias, pero la historia debe iniciarse, como no puede ser de otra manera, desde el principio.

A finales del siglo XVIII, era Carlos III el monarca del país. Indudablemente, su persona estaba rodeada de diferentes personas cultivadas que le ayudaban en la ardua tarea de gobernar. Uno de ellos, el conde de Floridablanca, fue quien tuvo intención de construir un edificio en el Paseo del Prado y convertirlo en el Real Gabinete de Historia Natural. Por tanto, su principal función sería la de exhibir diferentes especímenes animales y vegetales; lugar en el que no tendrían cabida los Goya, Velázquez o Rafael.

Aunque esta idea fue más allá. Juan de Villanueva, el arquitecto que lideró la construcción de este edificio, fue también el autor del ya nombrado Jardín Botánico y de un Observatorio Astronómico y, entre los tres, conformarían un rincón en donde preponderarían las ciencias; un rincón en el que las humanidades, tan desprestigiadas por un mundo en donde la ciencia y la tecnología adquiere una importancia capital, gozan en la actualidad de un reducto de paz en donde la trascendencia de la pintura evoca ciertas reminiscencias del pasado.

El Museo del prado junto al Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico conformarían un rincón en donde preponderarían las ciencias.

Guerra de la Independencia

Las obras no habían finalizado cuando españoles y franceses entraron en guerra. Estos últimos, comandados por uno de los mejores estrategas de la historia, Napoleón Bonaparte, conquistaron la capital y, eligieron el futuro Museo del Prado como cuartel de caballerías. En las contiendas siempre aparece la precariedad más absoluta. Y, es que, en esa coyuntura los franceses, tanto para defenderse como para atacar, adquirieron las planchas de plomo que revestían el tejado del museo para crear munición, más específicamente, balas de cañón, como cuenta el libro Un paseo por el Museo del prado, de Ana Alonso y Ximena Maier, idóneo para que los más pequeños conozcan la historia del museo de una forma divertida.

La guerra deja huellas, tanto físicas como psicológicas, tanto en los que combaten como en los que, sin poder participar, sufren los resultados de esa lucha encarnizada; así como un destrozo urbano. La Guerra de la Independencia no fue una excepción y el museo tuvo que ser restaurado.

Este particular fue llevado a cabo por Fernando VII e Isabel de Braganza, su esposa, y al tener estos monarcas españoles tantas pinturas heredadas por sus antepasado decidieron que este edificio, después de su restauración, fuese quien albergase esta cantidad ingente de obras.

Ya en la siguiente centuria, esta colección pictórica abandonó los límites de la monarquía y se constituyeron como “Bienes de la Nación”. Por tanto, esta colección pertenecería al la totalidad de los españoles. Pasado el tiempo, esta colección se alimentaría con diferentes obras; resultado de donaciones, exposiciones por parte de otros museos y compras.

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