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La felicidad de los niños

José Mª de Moya
Director de Magisterio
9 de abril de 2019
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Siempre me han parecido endebles esas teorías pedagógicas que ensalzan la opinión y los puntos de vista de los niños o adolescentes sobre temas de los que no tienen ni idea, ni falta que hace. Estarían bien en un programa de humor porque los niños son ocurrentes y tienen gracia. Pero la cosa va muy en serio y los adultos les escuchan con gravedad, asienten con la cabeza y toman notas de las simplezas que van diciendo media docena de adolescentes sobre política, economía, ética… Si les invitan a un programa de radio o de televisión, el presentador dirá: “Qué bien nos iría si un niño gobernara este país…” y cosas así, lo que, por supuesto, dará paso a una cerrada ovación. Queda claro que no comparto esta versión infantilizada de la infancia que probablemente es una reacción de nuestros propios complejos como adultos inseguros, con más preguntas que respuestas. No es que los niños sean sabios, referentes morales e intelectuales, personas con criterio… es que, tal vez, nosotros hemos dejado de serlo.

Los niños son y deben ser niños. Y como tal deben ser tratados. En su último libro (Educar para madurar, Rialp), el doctor en Medicina y catedrático de Antropología Alfred Sonnenfeld recuerda que “sería un atentado contra el desenvolvimiento progresivo y sano del niño tratarlo a una temprana edad como un adulto, sin permitirle que vaya recorriendo las etapas normales del desarrollo infantil”.

No es que los niños sean sabios, referentes morales e intelectuales, personas con criterio… es que, tal vez, nosotros hemos dejado de serlo

¿Algo podemos aprender de los niños? Desde luego, precisamente lo más importante: el modo de conducirnos por la vida, el camino de la felicidad. A modo de conclusión, Sonnenfeld afirma: “Quizá alguien pueda pensar que la felicidad es una utopía. Sin embargo, la experiencia nos enseña que es posible aprender mucho del comportamiento de los niños, que probablemente nuestra sociedad sería más feliz, más lograda y, ¿por qué no decirlo?, más avanzada si observase con atención las huellas que con tanta ternura van dejando los más pequeños con su ingenuo caminar”.

Estos tiempos trepidantes y artificialmente complejos necesitan más que nunca la mirada serena y sencilla de los niños. Esa mirada con la que tantas veces observan perplejos nuestros miedos, nuestras contradicciones. El cine contemporáneo lo refleja frecuentemente presentando a niños y adolescentes que sirven de consuelo y guía a adultos angustiados y desnortados. No ofrecen soluciones –son niños–, pero miran con una serenidad que calma los espíritus más inquietos. No serán sus opiniones sobre política económica lo que necesitamos de ellos, será su modo de caminar por este mundo, de vivir.

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