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Inmersión laboral directa en la FP dual alemana

MAGISTERIO visita Alemania para conocer su FP dual. El compromiso de las empresas y la esencia cooperativa pueden inspirar el despegue de este modelo en España.
Rodrigo SantodomingoMartes, 11 de junio de 2019
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Si hablamos de FP, Alemania es Finlandia. El faro que imanta a los sistemas educativos con afán de mejora. La musa que inspira cambios de probada solvencia. El modelo a importar, previa adaptación al contexto específico.

Una idea eclipsa al resto en el país germano: dual. Allí, dos tercios de la FP se erigen sobre el pilar de la responsabilidad compartida entre centro educativo y empresa. En España, donde el concepto desembarcó en 2012, la oferta no alcanza el 5%. Escollos varios se aducen para explicar por qué la dual no acaba de volar por estos lares. La inercia de la tradición. Nuestra cultura empresarial. Los problemas para fijar un marco común estatal que dé coherencia a las iniciativas autonómicas.

Como en el caso de Finlandia, un halo de leyenda rodea el rotundo éxito de la dual alemana

Como ocurre con el sistema finlandés, hay algo de mito en la dual alemana. En ocasiones, su simple mención adquiere forma de leyenda atávica. “Cuando se dice que tiene muchos siglos de historia, se está contando una media verdad. Es cierto que en la Edad Media existían en Alemania cofradías de artesanos, al igual que en otros países de Europa. Pero la dualidad era entonces maestro/aprendiz, no centro/empresa”, aclara Clemens Wieland, project manager de la Fundación Bertelsmann. Wieland concreta que el modelo como tal se remonta a 1870, coincidiendo con la unificación del país.

Cesión del Estado

Tras avatares históricos y un buen puñado de experiencias dispares, Alemania institucionalizó la dual con la promulgación de una ley en 1969. Hoy en día, el engranaje ha adquirido un alto grado de sofisticación.

Varios actores entran en juego, garantizando así que nadie relevante queda excluido en la toma de decisiones. Centros y empresas, por supuesto, pero también sindicatos, länder (regiones), patronales, cámaras (de comercio, industria, etc). Todos cooperan bajo el paraguas del Estado federal (central), quien establece mínimos que aseguran la validez de los títulos en el conjunto del territorio.

Las cámaras, por ejemplo, organizan los exámenes finales para los más de 300 ciclos que componen la oferta. En Alemania, se prefiere que no evalúen los mismos que forman. ¿Por qué no examina directamente la administración? “Podría ser, pero esta tiene que estar preparada para ceder competencias a quien mejor conoce las necesidades de la economía”, responde Ulrich Wiegand, director de la Cámara de Oficios y Artesanos de Berlín.

Y añade que los exámenes –siempre con partes teórica y práctica-–han de corroborar, ante todo, que el alumno cuenta con “absoluta inmediatez para el desempeño laboral”. En ellos son habituales los pedidos de clientes ficticios, incluidas “pequeñas trampas”, emulando así el día a día de una empresa.      

Se calcula que el 70% de los alumnos pasan, tras obtener el título, a engrosar la plantilla de la empresa donde realizaron su formación.

Wiegand admite que las dinámicas colaborativas y la búsqueda de consenso conllevan riesgos. Ralentizar la actualización de los currículum es uno de ellos. A cambio, la dual alemana goza de enorme cohesión y de una robustez a prueba de bombas. Prima el sentido de responsabilidad sobre los intereses particulares. También entre las empresas, que, según Michael Nitsche, director de la «Max Taut Schule», han de arrimar el hombro “más allá de su cuenta de beneficios”.

Desde una óptica egoísta, emergen, claro, las enormes ventajas de participar directamente en la formación de futuros empleados. Se calcula que el 70% de los alumnos pasan, tras obtener el título, a engrosar la plantilla de la empresa donde realizaron su formación.

Elemento integrador

La «Max Taut» se ubica en un enorme complejo –casi un campus– de sobria arquitectura Bauhaus. Construido en 1931, es monumento protegido. Sus altos techos y su rectitud de líneas escolarizan a 2.600 alumnos. Aun así, sobra espacio por doquier.

En las aulas y talleres en uso los chavales aprenden domótica, mecatrónica o tecnología ambiental. El centro cuenta con equipos de última generación, muchas veces sufragados por sus más de 700 empresas colaboradoras, desde negocios unipersonales hasta la multinacional Siemens.

Los estudiantes de la «Max Taut» alternan el aprendizaje centro/empresa según distintas combinaciones. Tres semanas en la empresa y una en el centro. O al revés.

En muchos programas a lo largo y ancho de Alemania, se opta por la alternancia durante la misma semana, habitualmente con una proporción de 3/2 días a favor de la empresa. En otros, por el contrario, el aula y los entornos laborales se van relevando en bloques mensuales. Sea cual sea la fórmula, el tiempo en las compañías va ganando terreno según avanzan los tres años que duran los ciclos de dual.

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La sintonía entre los dos agentes formativos es excelente, y la empresa sabe en todo momento qué ha trabajado el alumno en la escuela

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El director Nitsche explica que la carga teórica a cuenta del centro suele abrazar un alto componente activo. Salen de su boca expresiones como “trabajo por proyectos”, “emulación de encargos reales” o “campos de competencia”. Además, cuenta, la sintonía entre los dos agentes formativos es excelente, y “la empresa sabe en todo momento y con precisión milimétrica qué ha trabajado el alumno en la escuela”.     

Las únicas asignaturas en sentido estricto son Lengua, Inglés y Ciencias Sociales. En un aula estudian legislación laboral y derechos sindicales unos 25 chicos. Las únicas mujeres son una alumna y la profesora, que nadan en un mar varones rubios salpicado por algún islote de tez oscura.

Cristina Montero, madrileña que trabaja en la «Max Taut» como pedagoga social, narra orgullosa el caso de un joven afgano que llegó a Alemania hace menos de dos años. A día de hoy, parece manejar el idioma con absoluta soltura. “Tenemos más de 100 alumnos refugiados. Se habla poco del elemento integrador de la dual, pero funciona genial en ese aspecto”, señala Montero.

Su vocación acogedora se explica en parte por otra peculiaridad del modelo teutón: permite el acceso sin acreditar ninguna titulación previa. En él recalan pues perfiles variopintos. Inmigrantes, buenos estudiantes con un objetivo claro, alumnos que acarrean trayectorias erráticas, universitarios reinventándose. Un crisol de 1,3 millones (medio millón de nuevos alumnos cada curso) con mayoría de jóvenes y adolescentes, aunque no faltan edades más maduras.      

Iniciativa empresarial

Captar la esencia de la dual germana requiere, para el lector español, una profunda renovación de su mirada. Hay que olvidar la farragosa burocracia y los corsés administrativos. Echar a un lado los baremos meticulosamente reglados. Descartar el rol de espera que sistemas como el español reservan al estudiante, siempre expuesto a la disposición (más o menos caprichosa) de plazas planificada en altas instancias.

En la potencia centroeuropea, las empresas (privadas o públicas) despliegan su surtido dual por medios de todo tipo: ferias, campañas publicitarias, servicios de orientación en institutos… Y en internet, por supuesto, a través de sus propias webs o de portales de búsqueda creados al efecto.   

Debidamente informado, el alumno toma la iniciativa y acude directamente al (quizá) futuro empleador. Se inicia entonces un proceso de selección en muchos sentidos idéntico al de un trabajador en potencia. Los criterios los fija exclusivamente la empresa.

“Valoramos que el candidato posea ciertos conocimientos teóricos, pero también ha de demostrar empatía o actitud positiva”, señala Judith Heepe, directora de Servicios de Enfermería en el Hospital Charité, uno de los más prestigiosos de Berlín. “También utilizamos dinámicas de grupo y pedimos al alumno que escriba una carta a un amigo imaginario explicando por qué se quiere dedicar a la sanidad”, añade.

Si resulta elegido, el pupilo firma un contrato de aprendiz. Cobra un salario desde el día uno entre los 600 y los 1.300 euros brutos al mes.

Si resulta elegido, el pupilo firma un contrato de aprendiz. Cobra un salario desde el día uno, en un rango que oscila (dependiendo, por ejemplo, del momento formativo) entre los 600 y los 1.300 euros brutos al mes. Franka optó por la Charité –que acoge a 330 estudiantes de dual– tras realizar allí su primera toma de contacto con el mundo laboral, obligatoria durante dos semanas para todos los alumnos alemanes de 15 años.

Ya en segundo curso, la joven ha ido rotando por distintas unidades del hospital. “Trabajar con pacientes supone saltar a la piscina de golpe. Con el tiempo te vas sintiendo más segura, aprendes a ver las cosas desde una perspectiva más amplia”, dice. Su compañera Khatarina percibe, a su vez, que “los enfermos están contentos porque los aprendices [pueden] dedicarles más tiempo”.

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Aquí todos están en contacto con el producto final desde el principio. No hay simulaciones, no se tira nada

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En ciclos como Enfermería y Servicios de Salud, la línea divisoria entre aprendiz y trabajador se antoja –a pesar de esa inmersión temprana que narran Franka y Khatarina– bastante nítida. En otros, las fronteras parecen más borrosas. Bäckerei Beumer und Lutum, un obrador a las afuera de la capital, acoge a 15 alumnos.

Solo dos de sus 150 empleados no han sido previamente aprendices. La empresa no se puede permitir filtrar demasiado, ya que las solicitudes apenas cubren las plazas disponibles. “Aquí todos están en contacto con el producto final desde el principio. No hay simulaciones, no se tira nada. Somos artesanos y los clientes aceptan que nuestros panes no salen en serie”, apunta Andre Wiegandt, jefe de Control de Calidad.

Uno de los tutores, Kerar Al Hakim, asegura que algunos aprendices asumen, al poco de llegar, “tareas de gran responsabilidad”. Sabe que otras empresas utilizan a los alumnos para la limpieza. “Es un error estratégico, aquí soy yo el que limpia. Más aun, aprendo mucho enseñando porque me obliga a actualizar mis conocimientos”, remata.

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