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El arte de desaparecer

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Decía Ferlosio que las políticas liberales, en su desconfianza generalizada hacia las instituciones del Estado, habían desalojado la plaza pública y enclaustrado a los individuos en la estrechez mental de sus vidas privadas. La soledad crónica actual sería un ejemplo, un síntoma y una consecuencia grave como otras. En el terreno educativo esta desconfianza toma cuerpo a través del derecho de intervención que se concede a los padres y madres de los alumnos para que protagonicen con los profesores las tareas de enseñanza. Sin embargo, son muchos los profesionales que se resienten frente a lo que consideran una intromisión desazonante y no hallan otro remedio que contemporizar. Al final los hijos quedan en un segundo plano y acaban por no asumir responsabilidades. Estudian sólo para dar gusto a papá. Pero, ¿no tienen acaso estos chicos también derecho a librarse de los prejuicios y de la ideología tribal?

Al final los hijos quedan en un segundo plano y acaban por no asumir responsabilidades. Estudian sólo para dar gusto a papá. Pero, ¿no tienen acaso estos chicos también derecho a librarse de los prejuicios y de la ideología tribal?

Llevado al extremo, ¿qué culpa tiene un niño de que sus progenitores sean unos fanáticos o unos totalitarios, por ejemplo? “Y no porque se pretenda que existe una ideología buena que sería la estatal. Es más bien, al contrario, porque se confía en una forma de Estado que resulta ser un antídoto contra las pretensiones de ser las buenas que tienen ciertas ideologías·” (Escuela o barbarie. Carlos Fernández Liria. Akal, pag. 53).

En La discreción o el arte de desaparecer, el escritor francés Pierre Zaoui nos invita a abrir cuidadosamente la puerta de la habitación de nuestros hijos. Están al fondo del dormitorio, jugando amablemente entre ellos, lejos del apoyo y el juicio de los adultos. No se dan cuenta de nuestra presencia, no se sienten observados. Qué alegría entonces más profunda y fugaz. Porque en cuanto nos vean, todo se perderá; todo volverá en un instante al circo ordinario de la vanidad de los egos, a la rivalidad de las miradas, a la mediocre dialéctica del reconocimiento o de la seducción. (continuará)

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Comentarios

  1. José Mª de Moya
    16 de septiembre de 2019 11:31

    Desde la cordial discrepancia, mi enhorabuena por tu primera entrada… Te seguiremos 😉

    No comparto esa visión sacralizada del Estado como antídoto contra ideologías perversas. Suena al papel que desempeñó la Iglesia en otro tiempo… Al contrario, opino que es la libertad individual el único antídoto contra cualquier pretensión ideológica, incluida la del Estado. No faltan ejemplos en la historia del s.XX.

    Sí, la crítica a ese liberalismo individualista que desprecia el bien común y «enclaustrado» en su propio yo…

  2. Ángel
    16 de septiembre de 2019 13:09

    Gracias por tu comentario, José María.
    De acuerdo contigo en la defensa de la libertad individual frente a cualquier tipo de manipulación ideológica.