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Autonomía o vigilancia

12 de noviembre de 2019
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© FANDIJKI

Hace un año estuve visitando un colegio en Alemania. El primer día de la visita me fui media hora antes para reunirme con el director y ponerme un poco al día de las actividades que íbamos a realizar. Después de hablar un rato en su despacho, el hombre me acompañó a dar una vuelta por el centro para que pudiese conocer las distintas aulas. Mientras íbamos andando –y a pesar de que aún faltaban unos 10 minutos para la hora de entrada–, me fijé en que, a medida que iban llegando, los alumnos entraban al colegio y se metían dentro de sus aulas. Cuando finalmente se hizo la hora de entrar, le pregunté al director si no tocaban un timbre o si no ponían música para la entrada. El hombre me miró fijamente y me dijo que no, que los alumnos ya sabían a qué hora tenían que entrar. “¿Los padres españoles no saben a qué hora entran sus hijos cada día al colegio?, me preguntó extrañado. Yo le contesté que sí, y el hombre me respondió que entonces no tenía ningún sentido poner un timbre para entrar a la hora. Le pregunté si los alumnos que llegaban un poco antes esperaban a los profesores en su aula, a lo que el hombre me respondió que sí, que no había ningún problema con eso.

En Alemania, Suecia, Noruega, Finlandia y el resto de países más avanzados en materia de Educación no solo institucional sino también social, los padres y los profesores apuestan por la autonomía de los menores, fomentando su responsabilidad, su compromiso con sus obligaciones y su autogestión del tiempo. Gracias a eso, sus sociedades son más responsables en los distintos ámbitos: cumplen con los plazos de entrega, siguen manteniendo de manera estricta las normas urbanas y de convivencia, dejan salir antes de entrar, se hacen responsables de sus errores, etc. A nivel puramente educativo, estos países eligen buscar la autonomía de los alumnos hasta tal punto que, en uno de los colegios de Suecia que visité, había un tractor real anclado al suelo para que los niños más pequeños pudieran jugar, con unas aristas que daba miedo verlas y sin ningún tipo de protección o goma espuma que lo envolviese. Incluso en el colegio de Alemania, con casi 2.000 alumnos, solo había dos maestros controlando el patio durante el recreo. En Suecia, ni siquiera había profesores vigilando, sino que había monitores de ocio y tiempo libre mientras los docentes estaban en sus aulas realizando las tareas propias de enseñanza.

"En Alemania, Suecia, Noruega, Finlandia y el resto de países más avanzados en Educación, los padres y los profesores apuestan por la autonomía de los menores"

En nuestro país, en lugar de autonomía, elegimos vigilancia. Los profesores tienen que vigilar que los alumnos se coloquen en fila a la entrada del centro y que todos ellos vayan en fila a sus clases sin pegarse empujones, ni colarse, ni meterse la zancadilla. Evidentemente, no puede haber ningún alumno en el aula sin la vigilancia de un profesor porque, en el caso de que dos alumnos se maten a palos, el culpable será el profesor por no estar vigilando, no los alumnos por agredirse. Es más; si a alguno de los padres de los alumnos implicados se le ocurre denunciar al profesor, tendrá todas las de ganar, porque la Administración apercibirá al docente por no estar vigilando, en lugar de apercibir a los alumnos por tener conductas agresivas y a sus padres por tener la desvergüenza de denunciar. Esta vigilancia extrema se extiende hasta el patio, donde por cada metro cuadrado debe haber un maestro, ya que si sucede algún accidente, los padres denunciarán al maestro por no estar vigilando, incluso aunque haya sido un accidente inevitable por mucho que hubiese un millón de docentes mirando para el niño.

Por desgracia, en Educación algunas dicotomías son insalvables; hay que elegir o una cosa u otra; o autonomía o vigilancia. Si elegimos autonomía, elegimos eximir al docente de aspectos que no le corresponden para que sean los alumnos quienes aprendan a responsabilizarse de sus propios actos y de las consecuencias que esos actos producen. Si elegimos vigilancia, seguiremos educando a nuestros niños sin autonomía, sin autocrítica, caprichosos, dictatoriales, sin capacidad para gestionar sus conflictos; alumnos que de mayores se justificarán ante sus actos, porque te dirán que la basura que tiran a la calle o que se cuelen en tal o cual evento no es culpa suya, ¡qué va!, sino de que –como están acostumbrados– no había nadie vigilando.

Toni García Arias es maestro y ha sido Premio Mejor Docente de España 2018

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