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Bilingüismo, trilingüismo y otras bondades

Jorge Burgueño
Escritor y maestro
17 de febrero de 2020
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En una sociedad cada vez más globalizada, es lógico que uno de los ámbitos que más se potencie sea el aprendizaje de idiomas. A pesar de que es probable que, dentro de relativamente poco tiempo, se inventen auriculares de traducción simultánea, ser capaz de comunicar pensamientos, ideas o emociones en otro idioma es una enorme riqueza cultural e intelectual.

El problema lo encontramos cuando la exigencia de cumplir los programas bilingües afecta directamente al rendimiento de muchos de nuestros alumnos. No se trata de que no aprenden el vocabulario específico en la lengua materna (por ejemplo, en Natural Science, los nombres de los animales, las partes del cuerpo, etc.), sino que entra en conflicto con alumnos que tienen dificultades en el aprendizaje en su propio idioma.

En aulas donde se están explicando contenidos de ciencias o humanidades en inglés y francés, ¿qué hacemos con alumnos con necesidades educativas especiales que les cuesta comprender conceptos en castellano? Nadie duda de la riqueza que supone la adquisición de otras lenguas ni de los beneficios del aprendizaje de idiomas para favorecer la plasticidad cerebral. Pero no puede ser un absoluto, siempre habrá que tener en cuenta las circunstancias para que prevalezca el mayor bien del alumno. Es un problema delicado que necesita de un análisis más detallado.

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