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Enseñanza bilingüe: seguimos sin levantar cabeza

Toni García Arias
Premio Mejor Docente de España 2018
13 de febrero de 2020
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A lo largo de esta semana he tenido bastante ajetreo a raíz de un tuit que publiqué en contra del bilingüismo o, como dirían los técnicos, en contra de la enseñanza bilingüe (como si la finalidad de la enseñanza bilingüe no fuese el bilingüismo). En el tuit en cuestión decía que desde el inicio yo había criticado el programa de enseñanza bilingüe en el área de Ciencias Naturales por ser ésta una asignatura con un vocabulario excesivamente técnico. A partir de ahí, cientos de personas –sobre todo docentes de Primaria y Secundaria– retuitearon el tuit y, alguna que otra, lo criticó con argumentos absolutamente indefendibles, tal vez porque a algunos este negocio en el que se ha convertido la necesidad de los docentes de tener un título B2, C1 o C2 de inglés les va de fábula. Ahí lo dejo.

Durante la Educación Primaria y Secundaria, la enseñanza de una segunda lengua tiene fundamentalmente un enfoque funcional y comunicativo. Evidentemente, cuánto más técnico es el vocabulario, más difícil aprender un idioma. Mucho más en esas etapas. Palabras como vellosidades intestinales, hígado, mitocondria, hoja caduca u hoja perenne no ayudan a otra cosa que a la memorización de palabras en inglés que, una vez plasmadas en un examen, se olvidan. No hace falta ser una eminencia para darse cuenta de que, cuanto más expositivo y técnico es el texto, menos adecuado para la adquisición de una lectura comprensiva. Si fuese así, en las Escuelas Oficiales de Idiomas darían las clases de inglés con vídeos y textos de física cuántica, física nuclear, biología molecular y prospectos de medicamentos. Sin embargo, lo que hacen es trabajar vídeos y textos relacionados con la vida cotidiana. Es decir; que mientras que una persona de 20 años está aprendiendo en un nivel B2 palabras como urbanización, bloque de edificios, dúplex, gabardina, chubasquero o préstamo, en 4º de Educación Primaria y con 8 años los niños están aprendiendo palabras como ebullición o vaporización. Eso no quiere decir que no sea bueno que nuestros alumnos aprendan un lenguaje técnico, pero no desde luego en esas edades.

Durante la Educación Primaria y Secundaria, la enseñanza de una segunda lengua tiene fundamentalmente un enfoque funcional y comunicativo

Por otro lado, a pesar de los –escasos– informes que hablan de las maravillas de la enseñanza bilingüe –algún día hablaré de cómo se hacen hoy en día muchas de las investigaciones de ciertos profesores universitarios–, la realidad es que nuestros alumnos salen de la Educación Secundaria –al margen del título– con un nivel de inglés bastante mediocre, sin alcanzar lo que se llama el nivel de “usuario independiente”. Recientemente, las encuestas que recopila Eurostat y el nuevo informe realizado por la compañía dedicada a la enseñanza de idiomas, Education First, sitúan a los jóvenes españoles en los últimos puestos de Europa. Mientras en países como Luxemburgo, Dinamarca o Suecia más del 90% de la población habla un segundo idioma con fluidez, en España apenas alcanzamos el 50%. Al margen de esos maravillosos informes sobre el bilingüismo que publican ciertos gobiernos y ciertas universidades, esa es la cruda realidad.

La enseñanza bilingüe se comenzó mal desde el principio –sin olvidar que inicialmente se segregaba de la enseñanza bilingüe a aquellos alumnos con notas más bajas, lo cual no deja de ser una exclusión en toda regla–. Posiblemente –como sucede muchas veces– porque los que adoptaron las medidas de aplicación e implantación fueron políticos y profesores universitarios alejados de la realidad de los centros educativos.

Para aprender un idioma en las primeras etapas de la vida, nada mejor que vivenciarlo. De nada sirve que en las aulas se dé 2 horas de inglés de las 24 horas que tiene el día si el resto de las 22 horas estamos hablando español. Para mejorar el nivel de bilingüismo en los centros educativos, además de aplicar la enseñanza bilingüe en áreas con un componente comunicativo más elevado que las Ciencias Naturales, la enseñanza del inglés debe adquirir en el currículo un nuevo enfoque y un mayor peso. No podemos pedir a los especialistas de inglés que trabajen la competencia comunicativa en los alumnos cuando luego en las pruebas de diagnóstico de las comunidades autónomas se evalúan a los niños principalmente gramática y ortografía. Además, los padres también deben hacer un esfuerzo y fomentar en casa la lectura de libros en inglés y el visionado de películas en ese idioma. Y, sobre todo, en vez de legislar o de inventar currículos desde un cómodo despacho, algunos políticos y algunos profesores universitarios deberían dignarse de vez en cuando a bajar a la tierra y reunirse con los que saben de verdad sobre el tema, que son los maestros y los profesores de Secundaria y Bachillerato. Seguro que, si atendemos a sus reclamaciones, se solucionarían muchos de los problemas educativos que sufrimos en España.

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