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Verdad y condena

Jesús Asensi
Profesor de Religión
2 de marzo de 2020
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La profesora de inglés llegó a la clase nada más sonó el timbre que anunciaba el comienzo del tiempo de descanso. Quería dejar preparada la audición y así empezar la actividad sin dilación, una vez finalizara la llamada “hora del patio” y los alumnos volvieran a entrar.

Pues resulta que el gracioso de turno, casi sin buscarlo, se quedó solo en el aula y no desaprovechó su oportunidad. Se acercó a la mesa de la profesora y cambió el CD de la audición. Una vez cometida su fechoría, cogió el bocadillo y bajó al patio como si nada hubiese ocurrido. Nadie había sido testigo del cambiazo que acababa de realizar y por eso ninguno de sus compañeros podría jamás acusarle de nada.

Acabó el descanso, los alumnos entraron en clase y la profesora de inglés les rogó que prestasen atención a la audición que ya empezaba a sonar. Transcurridos unos segundos paró el CD. Su gesto mostraba extrañeza, incredulidad. Lo volvió a intentar un par de ocasiones más, comprobando de nuevo en su libro qué número de pista correspondía a esa audición. Se le acabó la paciencia y abrió el compartimento para sacar el CD. Tras observarlo, la indignación se apoderó de todo su ser y gritó furiosa: “¿Quién ha sido el que ha cambiado el CD?”.

Nadie había sido testigo de su fechoría y ese cambiazo lo podía haber hecho cualquiera. Pero su reacción fue del todo inesperada, pues al instante alzó su brazo mirando a la profesora avergonzado. La respuesta de la profesora también fue inmediata: “¡Al despacho del director!”.

Nadie había sido testigo de su fechoría y ese cambiazo lo podía haber hecho cualquiera. Pero su reacción fue del todo inesperada, pues al instante alzó su brazo mirando a la profesora avergonzado

Visto lo visto, es comprensible que muchas veces no nos atrevamos a decir la verdad cuando ésta nos deja en evidencia y nos pueden llover represalias por doquier. Porque lo más sencillo para escurrir el bulto es ocultarla o mentir sin inmutarse. Y es que esta sociedad no valora en absoluto la valentía de las personas que van con la verdad por delante, asumiendo las consecuencias y dispuestas a pagar por el mal cometido.

Plácido Domingo ha decidido reconocer las acusaciones por acoso y abuso de poder y ha pedido disculpas por todo el mal que haya podido ocasionar a esas mujeres que en el pasado compartieron escenario con él. Y ya se han alzado las voces de los justicieros, de esos que aman la mentira, pues la verdad les produce grima, y han dictado su sentencia condenatoria aun antes de que se realice juicio alguno. Estos defensores de la mentira desconocen otra gran verdad: todos los seres humanos están hechos de la misma pasta y, por eso mismo, son capaces de lo mejor y de lo peor. Si estos falsos indignados mirasen en su interior, si fueran conscientes de su poquedad y de su propia miseria, serían incapaces de juzgar a los demás. La cuestión es si algún día serán conscientes de ello. ¡Ojalá que sí!

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