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Marta: “Podemos ayudar a nuestros hijos simplemente dejándoles respirar”

Las familias 'homeschooling' quizá estén mejor preparadas para el confinamiento. Una madre anónima que educa en casa cuenta cómo está viviendo una experiencia con un inmenso potencial de aprendizaje.
Rodrigo SantodomingoMartes, 28 de abril de 2020
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Marta ha preferido permanecer en el anonimato y no mostrar su imagen a la cámara.

Antes de la cuarentena, Marta y su familia (pareja y tres hijos) no vivían en un búnker socioeducativo. Salían mucho a la naturaleza, para ellos fuente inagotable de enseñanzas. Organizaban, con otros homeschoolers, talleres autogestionados (de electrónica, de pintura). Los chavales acudían también a algunas actividades de pago y visitaban con frecuencia museos y bibliotecas.

El confinamiento ha mermado sus opciones educativas. Y les está poniendo a prueba emocionalmente. “Lo llevamos bastante bien, aunque hay picos de estrés, surgen disputas entre hermanos…”, admite Marta. Al poco, suena al otro lado del teléfono el llanto de una niña, a la que Marta procura calmar con paciencia infinita.

Esta familia cuenta con una ventaja indudable: están habituados a pasar mucho tiempo juntos, a buscar un equilibrio en el hogar, a escuchar y ceder. También ayuda la estrecha relación que han forjado con otros homeschoolers. “Nos apoyamos muchos entre nosotros, tenemos una red bien estructurada y una perspectiva crítica que nos permite buscar alternativas sobre lo que nos va bien, en lugar de esperar a que alguien nos diga qué nos debe ir bien”, continúa Marta, que prefiere mantenerse en el anonimato. El homeschooling no es ilegal en España, pero tampoco específicamente legal, y ese limbo provoca una cierta sensación de inseguridad. Existen casos de padres que han sufrido sentencias condenatorias por abandono dictadas desde la Fiscalía de Menores.

En términos académicos, la familia de Marta ha hecho de la flexibilidad su bandera. Proponen ideas, atienden los ritmos e intereses de los chavales. El currículum (es un decir) se va configurando por generación espontánea. “Es nuestra elección, ni mejor ni peor que otras”, asegura. E insiste en que, si puede ayudar a otros padres, encantada, pero siempre desde la humildad y sin aspirar, ni mucho menos, a sentar cátedra.

Pregunta. Los ‘homeschoolers’ estáis más acostumbrados a una convivencia familiar intensa. ¿Qué podéis aportar a esos padres que sienten que su casa se ha convertido en una olla a presión?
—Procuramos atender nuestras necesidades emocionales como padres, que en ocasiones descuidamos, para atender las de nuestros hijos. Si nosotros no estamos bien, ellos no van a estar bien, ya que los niños somatizan de una forma brutal. A mí en su momento me ayudó mucho leer obras como La familia competente, del psicólogo danés Jesper Juul, sobre todo para darme cuenta de que somos capaces de cuidarnos como familia en cualquier circunstancia.

Suena a tópico, pero quizá esta crisis sea una buena oportunidad a nivel familiar. Puede servir para trabajar los afectos, acercarse, replantearse algunos dogmas o patrones…
—El confinamiento tiene una lectura positiva clara: más tiempo para estar con los que más queremos y con nosotros mismos. Quizá algunas familias lo aprovechen para cambiar determinados valores y aprender ciertas enseñanzas, cosas que, si no estuviera ocurriendo todo esto, a lo mejor ni se hubieran planteado. Hay amigos que llevan a sus hijos a la escuela y me comentan que están disfrutando mucho con esta oportunidad que permite llevar la vida familiar con otros ritmos.

¿Qué valores en concreto pueden salir fortalecidos?
—La empatía, por ejemplo, la comprensión de lo que le está pasando a la otra persona. Y la ayuda mutua, que a veces implica simplemente el dejarnos respirar. También puede darse una mejora comunicativa; en ocasiones nos comunicamos, sin darnos cuenta, de forma un tanto aversiva porque está socialmente aceptado. Es además un buen momento para inculcar a nuestros hijos valores sobre sostenibilidad, aprovechando cómo esta situación ha provocado en tan poco tiempo un beneficio al medio ambiente. Y también en cuanto a sostenibilidad de nosotros mismos como estructuras orgánicas, tomando consciencia de que un ritmo de vida estresante quizá no respete nuestras necesidades naturales, y que en ocasiones esto supone un alto sacrificio para la salud mental y el equilibrio familiar.

Recurrir siempre a las pantallas limita la creatividad, que es ilimitada, si dejamos que emerja de nuestros hijos

Un equilibrio que en realidad nunca se acaba de encontrar del todo. Educar en familia es una adaptación constante a nuevas circunstancias, y esta situación requiere una nueva adaptación, aunque drástica y repentina.
—Que a su vez va a llevar a nuevos aprendizajes. Quizá una aprenda facetas de sus hijos que no conocía. E incluso aprenda de ellos, dejándose llevar de una forma sana por esa creatividad innata que va mermando a medida que crecen, en parte por las estructuras que se nos van imponiendo. Entiendo que ahora más que nunca existe la tentación de dejarlo todo en manos de las pantallas o de realizar las mil propuestas de actividades que nos están llegando a través de ellas. Como explica muy bien Marian Rojas, recurrir siempre a las pantallas limita esa creatividad, que es ilimitada si dejamos que emerja de nuestros hijos. Estamos limitados físicamente, pero no lo está nuestra imaginación.

Que en ocasiones se dispara con el aburrimiento, tan demonizado y tantas veces germen de ideas originales.
—Cuando mis hijos me dicen “me aburro”, yo les respondo “¡qué bien! ¿sabes lo que puede pasar tras un rato de aburrimiento?”, y en efecto, muchas veces vuelven al poco: “¡ya sé lo que voy a hacer! Se me ha ocurrido tal…”. Es también un buen momento para favorecer que tengan su espacio de soledad, que se metan en su mundo y exploren.

Tengo la impresión de que muchos padres y madres están intentando trasladar al confinamiento ese ajetreo de obligaciones habitual en las vidas de sus hijos.
—Quizá sea el momento de involucrar a toda la familia en la risa y el juego, de que nosotros como padres conectemos con ellos por ahí, procurando aislarnos hasta cierto punto de la avalancha de mensajes y noticias que nos llegan por todos lados. Esto les beneficia a ellos y a nosotros. Es además, este contexto de incertidumbre, una buena ocasión para agradecer lo que tenemos en el presente.

Una profesora me dijo que ella no está mandando deberes sino opciones abiertas

Está también ese empeño porque los chavales no pierdan el ritmo de currículos saturados e idénticos para todos. Que es precisamente –esa falta de personalización– uno de los grandes motivos por los que los ‘homeschoolers’ decidís saliros del modelo escolar.
—En el movimiento hay familias con diversidad de motivos, pero es cierto que algunas queremos intentar respetar más los ritmos, necesidades y curiosidades de cada niño. Siempre desde el respeto a las decisiones de cada familia y teniendo presente que ningún modelo es perfecto. También es habitual que las familias homeschooling escolaricen a sus hijos un tiempo, probando distintas opciones, lo cual no quiere decir que renuncien a los principios de libertad que pueden quedar dañados por imposiciones externas.

Esa traslación del curriculum al hogar se está traduciendo en cantidades ingentes de deberes. ¿No sería mejor relajar esos estándares tan uniformes, sin que esto signifique menos aprendizaje?
—El otro día, en la cola del supermercado, una profesora me comentaba que ella no está mandando a sus alumnos deberes, sino más bien opciones abiertas para que ellos creen, investiguen… Esto me parece más interesante y puede ayudar a mucha gente. Hay padres que quizá no tengan el tiempo o la experiencia para buscar qué pueden hacer sus hijos, más aun cuando los padres –y esto es una impresión personal– no están recibiendo demasiado apoyo para acompañar a sus hijos en su aprendizaje.

¿Cómo compaginas los roles de madre y educadora/profesora en sentido más académico? ¿Establecéis horarios más o menos definidos?
—En el movimiento hay bastante variedad en cuanto a organización. Hay familias que estructuran bastante el tiempo, planifican la semana, etc. Y otras (que por poner una etiqueta serían unschoolers) donde hay más libertad. En mi caso procuro aprovechar –siempre que no haya algo muy urgente– esos momentos especiales en los que surge una inquietud, una necesidad de conocer, porque es cuando están más receptivos. Puede que ese momento llegue a las 9 de la noche mirando las estrellas.

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