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Memoria tiene el tacto

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Ciertamente, es más fácil reconstruir el mundo como era que imaginar el que vendrá. Resulta menos ingrato a nuestra pereza mental y además ofrece un mayor grado de seguridad. Estos días se habla mucho de cómo en la antigua Roma a los generales victoriosos un siervo se encargaba de recordarles su calidad de seres mortales.

Cada individuo está viviendo la crisis de forma diferente y en función de sus inevitables circunstancias. No es igual estar confinado en un piso de 60 metros cuadrados con vistas a un patio de luces que en un chalé o en una habitación compartida. Como no es lo mismo tener una biblioteca bien pertrechada que estar a expensas de los medios de comunicación sensacionalistas. De la misma manera, un niño que maneja quinientas palabras habita en un mundo distinto de otro que piensa apoyándose en tres mil, por ejemplo.

Aunque no es bueno confundir lo que una cosa es con lo que nos gustaría que fuera –pensamiento Alicia lo llamó Gustavo Bueno–, mientras mucha gente –de forma real o imaginaria– vive al otro lado del espejo, otros continúan anclados en una dura y oculta realidad. Son, sin embargo, las sombras desatendidas las que terminan revelándose como causas desencadenantes. Dice el Papa Francisco que “el drama de la pandemia nos obliga a descubrir que la vida no sirve sin servir a los demás”.

Pero si algo está poniendo en valor esta crisis es que la ciencia y el conocimiento no son inmutables ni efecto del azar, la magia o la fe sino fruto exclusivo del estudio y el trabajo perseverante. Suponen además un dique frente a la adversidad. Avanzan probando y rectificando, discerniendo lo que tiene validez de lo que es innecesario o descartable en el territorio de la duda, de la inseguridad y de la crítica.

Pero si algo está poniendo en valor esta crisis es que la ciencia y el conocimiento no son inmutables ni efecto del azar, la magia o la fe sino fruto exclusivo del estudio y el trabajo perseverante

Son tiempos, pues, para las preguntas más que para las respuestas, momentos en que lo responsable es evitar las grandes palabras y los énfasis vacuos.

Nietzsche, el filósofo de la desmesura, supo ver al final de sus días que el superhombre –esa pasión inútil según Sartre– le había conducido a laberintos sin salida. El sueño de la razón produce monstruos y de ahí la anécdota que sitúa al filósofo alemán en las calles de Turín agarrado cual tabla de salvación a un pobre caballo impedido víctima de brutales azotes.

Quien no perciba lo más sencillo –escribe J. M. Esquirol– tampoco sentirá lo mas hondo.

Memoria tiene el tacto. La piel –hoy más que nunca– es lo profundo. (L. Oliván).

 

 

 

 

 

 

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