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No pienses en un elefante

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Aunque parezca extraño, a veces es mejor andarse por las ramas que cavar hoyos en el vacío. Quiere decirse que no siempre lo profundo es sinónimo de inteligente –casi nunca– ni lo complejo supone lo acertado. En infinidad de ocasiones la clave está en la superficie y sin embargo por razones ocultas nos empeñamos en trazar circunloquios sin salida. El lingüista Lakoff nos advirtió del peligro de ocupar nuestra mente pensando en un elefante. El paquidermo se adueña de nuestros estrechos marcos conceptuales como quien sigue el hilo de una red y queda cegado para vislumbrar otra perspectiva. Añádase el efecto rebaño en la búsqueda de réplica a nuestros particulares prejuicios y tendremos el mapa de nuestras propias anteojeras.

Últimamente se está hablando mucho –y con razón indudable– de la brecha digital y educativa, de las desigualdades puestas en evidencia por la pandemia y de la concerniente necesidad de una escuela presencial y correctora, quedando así ensombrecidas otras zonas igualmente interesantes. Por ejemplo, que muchos alumnos están rindiendo de manera muy satisfactoria. Han descubierto en la soledad de sus habitaciones las enormes posibilidades de aprendizaje al alcance de su única y perseverante voluntad. Poco tiene que ver esto con las virtudes o las insuficiencias de la enseñanza telemática y su correlato con la clase social. En EEUU, por cierto, el uso de dispositivos tecnológicos está disminuyendo en las familias ricas y aumentando en las pobres y de clase media.

La escuela perdió gran parte de su razón de ser cuando fue reemplazada como fuente única de conocimiento y se encontró de repente en medio del mercado obligada a competir con otros medios y canales mucho más atractivos

La escuela perdió gran parte de su razón de ser cuando fue reemplazada como fuente única de conocimiento y se encontró de repente en medio del mercado obligada a competir con otros medios y canales mucho más atractivos. No supo encontrar el lugar en ese mundo porque sencillamente no era su mundo. En la sociedad del espectáculo prima el entretenimiento y la escuela no sólo no ha sabido zafarse de sus mandatos sino que los abrazó enardecida con la fe del converso y el beneplácito de los pedagogos: había que educar para la vida.

Hay un cuento de Ribeyro –Conversación en el parque– en el que dos personajes muy cervantinos –la ironía es dominante– dialogan y exponen sus formas contrapuestas de entender la vida: la frívola –digamos– y la solemne. En un momento dado, el más sesudo  de ellos cita la Tabla Esmeraldina: “Lo que está arriba es como lo que está abajo y lo que está abajo es como lo que está arriba”. Tan explosiva carga intelectual queda demostrada cuando coge un planisferio y le da la vuelta. El cambio geográfico genera un cambio en la historia y así sucesivamente…

–Como quieras –le responde su compañero– pero de todos modos mi casa está allá arriba, en la esquina, no allá abajo, en el malecón…

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