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La vacuna del Gobierno

Jesús Asensi
Profesor de Religión
14 de septiembre de 2020
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Ya ha empezado un curso escolar que pasará a la historia, pues marcará un antes y un después tras la aparición de ese virus pandémico. Todos los centros educativos han adoptado unas medidas higiénicas que han llegado para quedarse. Ahora la preocupación primera de los docentes ya no es seguir la programación y la consecución de los objetivos curriculares previstos, sino la mascarilla, la distancia de seguridad, el gel y el lavado de manos.

Aunque hace unos días que empezó el curso escolar, ya son numerosas las anécdotas que nos previenen de lo que va a ser una constante a lo largo de los próximos nueve meses. Como aquel maestro que vigilaba un patio de alumnos de Infantil, esos que forman un «grupo burbuja» y van sin mascarilla, y vio cómo uno de los niños escondía su bocadillo detrás de un árbol y se le acercaba para decirle que se lo había terminado y que ya podía ir a jugar a los columpios. El profesor recogió el bocadillo del suelo, se lo mostró al niño y le comentó que le dijera a su mamá que se lo pusiera un poco más pequeño. “No, que quiero músculos como Hulk” –le contestó el niño. “¿Tú tienes músculos?”– le preguntó a continuación al maestro. “Mi padre tiene”–, añadió. El vigilante de patio le dijo que seguro que sí, que su padre tenía un montón de músculos. Entonces el niño, como para aclararle las cosas, repitió y completó la frase: “Mi padre tiene… virus”.

Los docentes más veteranos saben que cuando un niño enferma de gripe, más tarde o más temprano, la mayoría de sus compañeros acabará pasando la enfermedad y faltará unos cuantos días a clase. Por eso, y con más razón en el caso de este nuevo virus tan contagioso, lo normal es que, antes o después, la mayoría de los miembros de la comunidad educativa acabe padeciendo el Covid-19.

Lo normal es que, antes o después, la mayoría de los miembros de la comunidad educativa acabe padeciendo el Covid-19

Los más escépticos tampoco confían en la llegada de esa vacuna que no se sabe muy bien cuándo estará disponible. También existe la vacuna de la gripe y se cuentan por miles las personas contagiadas que fallecen cada año. Por eso, sin mucha publicidad porque la modestia es su seña de identidad, nuestro Gobierno está tramitando una ley que va a ser mucho más efectiva que cualquier vacuna: la Ley de la eutanasia.

Nuestros mayores, sobre todo aquellos que están en una residencia de ancianos, ya no habrán de temer contagio alguno. Cuando lo deseen; y si es antes mejor que después, por el bien de nuestro sistema de pensiones; podrán poner punto y final a su vida y librarse de ese condenado aislamiento provocado por el pavor al virus. Y así, sus hijos y nietos, ya sin miedo a un posible contagio mutuo, los visitarán tantas veces como quieran en su última morada, sita en el cementerio municipal de turno.

La sabiduría de este nuestro Gobierno está oculta por la humildad intelectual de sus ministros. Tanto es así que, por no dejar mal al colectivo sanitario, no da explicaciones del porqué de la tramitación de esta ley antes de otra que regule los cuidados paliativos. Seguro que sus razones son tan profundas que dejaría por los suelos el prestigio científico de nuestros médicos, y anonadados al resto de ciudadanos.

Ya ha empezado un curso escolar que pasará a la historia y que esperemos no sea el último para muchos de nuestros abuelos, pese a la presencia del virus y de esa cruenta ley que nada tiene de progresista.

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