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El tiempo no espera

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Se lo prometió a su madre, iría a Comala, lugar en el que vivía un tal Pedro Páramo, su padre. En cuanto ella muriera se cobraría el olvido en que los tuvo. “Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo”.

Desconocía el joven protagonista de la novela de Rulfo la imposibilidad de regresar nunca a ninguna parte. El relato del hijo pródigo es sólo un espejismo. La modernidad encierra  un rasgo terrible: el tiempo no espera a nadie. Mirar atrás –como la mujer de Lot– entraña el peligro de verte convertido en estatua de sal. De ahí que vivir sin memoria te haga sentir inmortal, indestructible, una actitud muy ingenua consistente en pensar que basta con desear una cosa para que ésta suceda con facilidad.

Sin embargo, la quimera de abarcar el presente torna la vida en una aventura inexplicable que hay que saber aceptar. Partes sin un todo, eso es el mundo. Y en eso precisamente consiste, en la búsqueda de límites dentro de una gran variedad de interpretaciones y significados. Ya desde las primeras pinturas rupestres se observa el afán humano por construir un sentido que conjure el miedo y las amenazas. Vamos forjando así la cultura como defensa, narrándonos historias que tejen una red de cuentos que guardan la memoria de lo que fuimos. De ahí también la pertinencia última de las llamadas ciudades de los 15 minutos, el abandonar la anterior dispersión turística y concentrarse en el conocimiento más amplio y profundo de unos cuantos lugares predilectos, de volver a releer algunos libros elegidos en lugar de acumular insustanciales novedades. Todo con el fin de sortear las aguas del Leteo, las del olvido.

En Los detectives salvajes Bolaño nos habla de islas visitadas por la imaginación. Dos en concreto son portentosas: la isla del pasado y la isla del futuro. En la primera –nos explica– los moradores se aburrían y eran razonablemente felices, pero el peso de lo ilusorio la hundía poco a poco. Los de la isla del futuro eran gente tan soñadora y agresiva que, probablemente, acabarían comiéndose los unos a los otros.

Ya desde las primeras pinturas rupestres se observa el afán humano por construir un sentido que conjure el miedo y las amenazas

La semana pasada estuvimos en clase de Ciencias Naturales estudiando la metamorfosis y a colación comentamos las primeras páginas del libro de Kafka. La novela del autor checo fue publicada en 1915, un tiempo a caballo entre la casi fenecida era pretecnológica anterior y el dominio de la maquinaria incipiente que vendría después. Freud publicaría en 1930 su ensayo El malestar de la cultura.

Nos imaginamos hoy (2020) a la mujer de Lot cual monstruoso insecto transitando por las calles vacías de Comala. Busca su propia estatua para derribarla. Porque el tiempo no espera.

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