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La mismidad de Celaá

Juan Francisco Martín del Castillo
Doctor en Historia y profesor de Filosofía
27 de octubre de 2020
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© DESIGN_KUTCH

EL relativismo tiene muchas formas de manifestarse, tantas que, a veces, puede pasar desapercibida alguna de ellas. Existe el relativismo ontológico, el moral y, por supuesto, el relativismo pedagógico. Este va a ser nuestro principal protagonista, sólo que a través de la viva encarnación del mismo, la ministra Celaá. Por si se ha olvidado, y perdón por el tono profesoral, el relativismo se define por la ausencia de verdades absolutas, de puntos fijos o, si se prefiere, de referentes universales en el área o marco de los que se trate. Así, el ontológico niega la unidad del ser, al menos en los términos que exponen los clásicos del pensamiento imperecedero; el moral rehúye la existencia de normas o códigos aceptados por el conjunto de la humanidad, es decir, la ética queda reducida al estrecho ámbito de la subjetividad. Por su parte, el relativismo pedagógico rechaza cualquier propuesta de un sistema único en la valoración de los rendimientos del alumnado, de su evaluación y, por ende, de la consiguiente titulación. El último decreto promovido por la cartera de la señora Celaá viene a ratificar la supuesta legitimidad de las tesis relativistas, defendidas a brazo partido por el universo chiripitifláutico de pedagogos y expertos de salón. En sí, es una opción más, teóricamente argumentada y que, la verdad sea dicha, goza de un amplio beneplácito entre oficinistas y burócratas. Sin embargo, y esto es lo verdaderamente significativo, la mayor parte del profesorado no la comparte ni por asomo, algo que se vive con amargura contenida y en completo silencio, como si fuera el inacabable episodio de un serial televisivo. En apretado resumen, esta es la situación de la enseñanza en España desde los tiempos de la promulgación de la Logse, la ley que, con ligeros matices, sigue vigente en la realidad de las aulas.

"Las autoridades educativas han encontrado en el dichoso coronavirus la excusa perfecta para llevar al papel la doctrina sustentada tanto por el respetable Protágoras como por el falsario progresismo"

Entonces, si esto es así, ¿qué ha cambiado? Todo y nada. Por un lado, la pandemia ha profundizado la huida hacia delante de un Gobierno desnortado y fuertemente sectario que, para atajar los notables efectos de la infección y el confinamiento, ha incidido aún más en los principios relativistas. Y, desde el otro, las autoridades educativas han encontrado en el dichoso coronavirus la excusa perfecta para llevar al papel la doctrina sustentada tanto por el respetable Protágoras como por el falsario progresismo. Por esta razón, no causó tanta sorpresa cuando, en su momento, el relativismo cuajó en el mundo real con el aprobado general. Mientras tanto, la Educación ha sido la víctima propiciatoria del afán de unos y el delirio de otros, quedando en el aire unos interrogantes que señalan como dedos acusadores. ¿Existe una esencia unitaria en el sistema educativo español? Es más, ¿se puede decir, con propiedad y objetividad, que hay un único modelo socioeducativo en España? Justo aquí es donde aparecen renovados los fantasmas históricos de la enseñanza hispana, los que apelan, y permítaseme la figura filosófica, a la mismidad de un sistema, a lo que debería ser la sustancia aristotélica de una nación que, si fuera por el relativismo, sólo existiría sobre el papel. El Real Decreto de Celaá, anticipo necesario de la próxima Lomloe, echa por tierra la consistencia de un sistema de instrucción universal y equitativo. Al contrario, el que una mitad del Estado (compuesta por las comunidades de Galicia, Castilla y León, Madrid, Andalucía y Murcia) se atenga a los criterios de la actual ley en vigor, mientras que la otra (representada por Cataluña, Extremadura, la Comunidad Valenciana, las Islas Canarias, Asturias y La Rioja) opte por el facilismo del Ministerio, sólo favorecerá la desigualdad y la inseguridad jurídica. No obstante, ¿esto le importa a la responsable de Educación? Me temo que la respuesta es un no rotundo, y en ello no hay un reflejo emocional, sino puro compromiso con el relativismo. En el fondo, el objetivo era y es finiquitar la unidad y la universalidad del sistema. Lo de la “abusiva repetición del alumnado español” es únicamente una excusa de la que valerse ante los medios de comunicación, al igual que el enfermizo prurito por reducir los contenidos curriculares a los de un simple tebeo. En conclusión, la esencia de la propuesta legal de Celaá es la de la nula mismidad de la enseñanza. De un plumazo, volver a los tiempos de la sofística y su peligrosa demagogia cognitiva a pesar de los tres mil años de evolución histórica habidos hasta el presente. Siento decirlo de este modo, pero, nunca como hoy, se necesita de la filosofía para salir del entuerto.

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