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Lo oculto y no formal

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Un lamento habitual de la entrañable Mafalda era decir que lo urgente nunca deja tiempo a lo importante. Un axioma que, sin embargo, para Sergio del Molino permite que el mundo siga funcionando. “Si lo urgente nos dejara atender alguna vez lo importante, moriríamos saturados de intensidad» (La hora violeta).

No parece que avancemos en esa línea a juzgar por la irrupción de artefactos como el speed-watching, ingeniado para acelerar y ver más rápido películas y documentales. Dicen que el sentido se mantiene a pesar de la distorsión de las voces y de los movimientos de los actores. El objetivo en teoría es evitar perder el tiempo necesario para salir corriendo a ver otra película.

El caso es que cegados por unos hábitos inerciales difíciles de sustituir, ya apenas caben dudas de que seguimos –a pesar de la pandemia– instalados en el paradigma metodológico de las superficies. El medio y la velocidad son los mensajes. ¿No tiene algo de speed-watching la carrera programática escolar de cada curso por llegar a junio y haber visto todos los contenidos curriculares? Dice J. M. Esquirol que “una cultura alejada de la sencillez es también una cultura alejada de la profundidad”. Por eso quizás la escuela no debería educar para la inserción reproductora de la prisa. En aras del fatuo rendimiento depreciamos esos tiempos muertos, que son, a la postre, los mas útiles y vivos y que terminan desgraciadamente mimetizados con el resto diluyendo su valor.

La escuela no debería educar para la inserción reproductora de la prisa

Lo importante importa, cierto, pero lo urgente impide en ocasiones que afloren experiencias inéditas con un potencial educativo que tendemos a subestimar. Se sabe por ejemplo que más que las teorías pedagógicas aprendidas en la universidad, en la práctica de los futuros profesores influye sobre todo la memoria inconsciente atesorada de los maestros –su ejemplo en acción– que tuvieron a lo largo de las distintas etapas académicas, el potencial de lo oculto y no formal.

La semana pasada en clase pregunté a mis alumnos/as a qué dedicaban el tiempo libre. Y, la verdad, sus repuestas fueron más bien escasas y escuetas. El interrogante vino a razón del estudio del sistema nervioso y sus enfermedades. El manual utilizado en clase hacía referencia al ocio entre los cuidados necesarios e imprescindibles. He aquí una de las muchas paradojas que encierra la escuela y la Educación en general: el espacio escolar alcanza su sentido en cuanto lugar diferente y diferenciado del resto de ámbitos de experiencia y vida. Por eso a los alumnos no les fue fácil encontrar una respuesta. Educar para vivir en sociedad requiere de ciertos límites que eviten asimilaciones infructuosas que nos hagan perder la clarividencia suficiente para distinguir lo urgente de lo importante. Y en consecuencia, para no morir de intensidad.

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