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¿Y después del Covid qué?

Con tasas de abandono del 20% y más del 40% de alumnos que no terminan los estudios universitarios elegidos, el sistema está quebrado, pero no es difícil diagnosticar dónde actuar.
Enrique Castillejo y Gómez
Vicepresidente de ACEB y presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos de España
15 de octubre de 2020
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© JOZEFMICIC

Es costumbre muy española tratar ciertos temas con excesiva vehemencia, pero sin la profundidad y tranquilidad debida, a lo que la Educación no ha sido ni es ajena. En los últimos 40 años se ha visto sometida a vaivenes ideológicos, aunque presuponiendo la mejor de las voluntades, que en poco o nada han venido a mejorar el rendimiento del sistema educativo; es más, lo han empeorado de manera notable.

Y no se trata de una acusación a tal o cual gobierno, sino más bien una queja abierta a todos los partidos que, de una u otra manera, alcanzan responsabilidades políticas en el área educativa. La situación de nuestro sistema es de quiebra. Y lo es porque no puede garantizar la debida atención a todos sus actores. Y aunque las soluciones no son simples ni directas, diagnosticar dónde actuar no resulta, en principio, tan complicado. Pero un sistema con tasas de más del 20% de abandono prematuro o cercana al 45% de alumnos que no finalizan los estudios universitarios elegidos, está, simple y llanamente, quebrado.

Aunque las soluciones no son simples ni directas, diagnosticar dónde actuar no resulta, en principio, tan complicado

Estos dos primeros párrafos los escribía hace ya cinco años y, como ven, nada ha cambiado y, si me apuran, en ciertos aspectos ha empeorado. Y ahora, atravesando un drama humano, social y económico con la pandemia del Covid, se han visto todas las deficiencias que durante años hemos venido advirtiendo y denunciando.

El sistema educativo español necesita una reflexión técnica y profesional profunda y completa al menos en puntos clave ya que la Educación es y será la responsable del devenir de un país. Su economía, su inversión social (en los presupuestos generales del Estado lo llaman “gasto social”), su productividad y la felicidad general dependen de una manera directa y clara de la Educación.

Un país con un sistema educativo avanzado, tiene mejores profesionales y empresas punteras, una sociedad más sana tanto en lo físico como en lo social, que no necesitará consumir tantos recursos públicos, y a la postre, será una sociedad más feliz, que significa mayores ratios de bienestar. Y para ello, de nuevo, hay que lanzar un grito desesperado para completar el pacto por la Educación que se inició con la Constitución de 1978. Varios son los bloques esenciales que deberían revisarse con la máxima ambición y más con la triste experiencia que estamos viviendo.

La primera idea que debe presidir el futuro pacto es la profesionalización de la Educación. El viejo sistema de acceso que sigue inspirado en la ley Moyano de pleno siglo XIX ya no es válido. No podemos permitir que cualquier licenciado o graduado ocupe una plaza de profesor en la Educación postobligatoria que no corresponda a su especialidad universitaria. Si nos convencemos de ello, habríamos asegurado ya un importante grado de éxito. No menos notable es la formación de acceso a la docencia. El máster propuesto de secundaria se ha mostrado en su configuración actual del todo inoperante y no ha mejorado la situación respecto al extinto Curso de Adaptación Pedagógica (CAP). Aquí, las facultades de pedagogía deberían tener la responsabilidad exclusiva, ya que ellas son la casa de la ciencia de y para la Educación, sin medias tintas, de igual manera que la facultad de medicina le es propia la ciencia médica. Estas facultades de pedagogía deberían tener la responsabilidad de diseñar planes específicos de formación pedagógica para el profesorado, donde una posible solución fuere, desde el grado, la profesión de docente.

El viejo sistema de acceso que sigue inspirado en la ley Moyano de pleno siglo XIX ya no es válido

Otro pilar básico y fundamental en pleno siglo XXI es la orientación educativa, responsable de guiar tanto académica como profesional como personalmente a todos los alumnos y sus familias, así como de colaborar con todo el profesorado y equipos directivos. Es decir, la orientación educativa atiende a toda la comunidad educativa. Esta especialidad de la pedagogía no puede tener una dotación de efectivos tan baja y escasa y sin medios como la actual. Si la orientación educativa atiende a toda la comunidad educativa, no menos básico es asegurar la equidad del sistema. La atención a la diversidad o Educación Especial o Educación inclusiva es un pilar fundamental, porque va a permitir llevar al éxito personal, académico, profesional, familiar y social a educandos que, por sus condiciones personales, familiares, sociales y/o académicas, se verían condenados al fracaso. De nuevo, en esta era Covid, nos damos cuenta de cuán deficitario es nuestro sistema educativo.

En esta era Covid nos damos cuenta de cuán deficitario es nuestro sistema educativo

En un desarrollo de un pacto de base, en el tan ansiado Pacto de Estado por la Educación, que insisto que ya se firmó en el artículo 27 y siguientes de la Constitución española de 1978, no podrían faltar dos puntos más. Uno de ellos, la cohesión territorial. Lejos de entrar en discusiones autonómicas, no cabe duda de que una mayor coordinación entre las CCAA, que no es mucho pedir y que huye del tema de las tensiones territoriales, es, éticamente y moralmente innegable en su cumplimiento. Cohesionar las decisiones educativas resulta tan evidente como la experiencia que nos demuestra en esta situación pandémica.

Por último, y no por ello menos importante, se encuentra la irrenunciable digitalización del sistema educativo. La digitalización no es llenar de dispositivos los centros sin mayor previsión que la fotografía del responsable educativo de turno. Digitalizar es dotar de la formación técnica informática y la formación pedagógica necesaria al profesorado y exige asegurar la conectividad de los alumnos y una enorme cooperación de los padres.

Pero, sobre todo, nuestra Educación exige un cambio de paradigma. Debemos pasar página del profesor que enseña al educando que aprende. En otras palabras, enseñar enseña cualquiera, lo difícil, lo profesional, es que el discente aprenda.

Por tanto, llevamos siglo y medio insistiendo en el contenido por el contenido como si nos fuera la vida en ello, pero piensen en un contenido de Primaria o de Secundaria obligatoria, ¿pasaríamos un examen de nivel de los mismos curricula que tanto nos empeñamos que aprendan? El contenido no es el fin sino el medio para aprender, para entrenar a comprender, supervisar, buscar, juzgar, decidir, asociar, construir, argumentar, en definitiva, ser competentes y capaces de imaginar, a través de todos los conocimientos, las mejores soluciones a cada situación ¿Se imaginan una Educación así?

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